CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.
A caballo entre octubre y noviembre de 2017 ģrealicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. GgMás tarde grabé 14 podcasts en castellano, cuyo texto publico aquí.
09- TUVE UNA APARICIÓN, Y VINE A LA SACRA
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1516030033269-9-ikusmen-iheskor-batek-ekarri-ninduen
He atravesado dos veces el túnel Frejus entre Francia e Italia, las dos
en la misma dirección: desde Francia hacia el valle de Susa. En este último viaje lo hice de noche. Si la primera vez,
tres años y medio antes, lo hubiese hecho de noche, no habría visto la Sacra di San Michele, y no se me habría
ocurrido hacer el viaje que estoy contando.
En el viaje
anterior era yo quien conducía cuando entramos a Italia, y aunque mi atención
estaba sobre todo en la carretera, divisé el monte Pirchiriano desde lejos. Fue una visión repentina y, sobre todo,
huidiza. El monte no fue quien atrajo mi atención, sino lo que vi en su cima: lo
que se reflejó en mi retina no era la silueta de una cumbre; era algo
artificial, y magnífico, nada corriente.
Cuando llegamos a la parte baja del valle de Susa tuvimos clara conciencia del atractivo de la Sacra di San Michele. Nos pareció tan
fascinante que nos quedamos un par de días en un camping cercano para verla.
En aquella
visita me enteré de que había tantas iglesias consagradas a San Miguel
alineadas en una virtual línea recta; enseguida se me ocurrió que un viaje
uniendo todos aquellos lugares sería interesante. El viaje que en aquel momento
solo era hipotético ya lo he realizado, y ahora lo estoy contando.
Desde Turín hasta la Sacra di San Michele
Pasé un día
en Turín antes de ir a la Sacra. Cuando
yo abandonaba la calle para ir a dormir, era evidente que era víspera de
fiesta. El día de Todos los Santos, muy de mañana, tomé el tren para ir a Avigliana. Casi todos los pasajeros eran
jóvenes que volvían de una noche de fiesta. Solo se oía el traqueteo del tren y
la vociferante conversación telefónica
de una mujer de Europa oriental que se sentaba frente a mí; la mayoría de viajeros
iban durmiendo. Bajo la niebla, también el paisaje parecía dormido; las cálidas
y coloridas ropas de la mujer que tenía como compañera de viaje, no parecían ni
de aquel paisaje ni de aquel ambiente; tampoco el idioma de su conversación.
Con toda seguridad, y de ser evidente mi presencia para alguien, mi apariencia también
sería la de un elemento perdido.
En Avigliana tuve que esperar una hora
larga antes de subir al autobús que me acercaría a la Sacra. Alrededor de una docena de personas subimos hasta el monte Pirchiriano, para hacer a pie los
últimos centenares de metros por el camino de la abadía. Antes de atravesar el
umbral de la sacra me entretuve
leyendo alguna información sobre el lugar, y prestando especial atención a la
estatua de San Miguel inaugurada en 2005, y situada a la izquierda de la
entrada.
Una imagen benévola de San Miguel
En un
saliente rocoso del monte, la escultura de san Miguel da la espalda a la
abadía; en la base del resalte se ven las alas del diablo, solo las alas, como
si Lucifer estuviese cayendo en en las entrañas del infierno. Es
una imagen moderna, adaptada a las nuevas interpretaciones que la Iglesia
hace del mito. San Miguel aparece con semblante amable; delante tiene la
espada, no en las manos, sino clavada en el suelo, para atemperar el carácter
duro, violento e implacable contra los enemigos de la Iglesia que se le ha
adjudicado a lo largo de la historia; y no tiene escudo. Con los brazos alzados
y las manos abiertas ofrece un aspecto cordial; sin embargo, dirige hacia el
suelo la palma de su mano derecha, como si apartase o rechazase algo. ¿Qué
desprecia; la espada que tiene delante, el diablo que tiene a sus pies, la
violencia…?
Tres días
antes, en Saint Michel d’Aiguilhe, vi
una exposición sobre los ángeles; su objetivo era suavizar los aspectos más inverosímiles
de los mitos sobre los mismos. De San Miguel leí el siguiente texto: “La espada de mis manos no es mía, sino del
arcágel San Miguel, el líder de los ejércitos de Dios”. Y su explicación: “No quiere decir que a San Miguel le guste ir
a la guerra, pero alguno de nosotros (los ángeles) tiene que vigilar a los seres humanos, para que en lugar de la
oscuridad elijan la luz”. Creo que el deseo de actualizar los mitos y las
creencias es evidente; también puede hacerse con las imágenes, y una puesta al
día de la de este arcángel nos ha dejado una obra de arte moderna y admirable
en la Sacra di San Michele.
Hace pocos
años una repentina y huidiza visión nos llevó hasta esta Sacra. Entonces no presté mucha atención a la estatua; en cambio
ahora, me ha parecido una obra admirable. Entre los recuerdos del viaje
anterior hay uno que destaca, que se ha fijado hasta hacerse inolvidable; subimos
por el Sendero de los Príncipes, y al
girar en una gran curva del camino apareció la Sacra ante nuestros ojos, a nuestro nivel, con una perspectiva
perfecta. La erosión de la memoria no afecta a esa imagen que recuerdo.
En este viaje, después de admirar la estatua de San Miguel, miré hacia lo alto desde la entrada de la abadía; el edificio se elevaba más de cuarenta metros. Antes de entrar pensé: “A ver si me llevo otro recuerdo imborrable”.