2019/10/10

Tuve una aparición, y vine a la Sacra


CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.

A caballo entre octubre y noviembre de 2017 ģrealicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. GgMás tarde grabé 14 podcasts  en castellano, cuyo texto publico aquí.


09- TUVE UNA APARICIÓN, Y VINE A LA SACRA
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1516030033269-9-ikusmen-iheskor-batek-ekarri-ninduen

He atravesado dos veces el túnel Frejus entre Francia e Italia, las dos en la misma dirección: desde Francia hacia el valle de Susa. En este último viaje lo hice de noche. Si la primera vez, tres años y medio antes, lo hubiese hecho de noche, no habría visto la Sacra di San Michele, y no se me habría ocurrido hacer el viaje que estoy contando.

En el viaje anterior era yo quien conducía cuando entramos a Italia, y aunque mi atención estaba sobre todo en la carretera, divisé el monte Pirchiriano desde lejos. Fue una visión repentina y, sobre todo, huidiza. El monte no fue quien atrajo mi atención, sino lo que vi en su cima: lo que se reflejó en mi retina no era la silueta de una cumbre; era algo artificial,  y magnífico, nada corriente. Cuando llegamos a la parte baja del valle de Susa tuvimos clara conciencia del atractivo de la Sacra di San Michele. Nos pareció tan fascinante que nos quedamos un par de días en un camping cercano para verla.
En aquella visita me enteré de que había tantas iglesias consagradas a San Miguel alineadas en una virtual línea recta; enseguida se me ocurrió que un viaje uniendo todos aquellos lugares sería interesante. El viaje que en aquel momento solo era hipotético ya lo he realizado, y ahora lo estoy contando.
Desde Turín hasta la Sacra di San Michele
Pasé un día en Turín antes de ir a la Sacra. Cuando yo abandonaba la calle para ir a dormir, era evidente que era víspera de fiesta. El día de Todos los Santos, muy de mañana, tomé el tren para ir a Avigliana. Casi todos los pasajeros eran jóvenes que volvían de una noche de fiesta. Solo se oía el traqueteo del tren y la vociferante conversación telefónica  de una mujer de Europa oriental que se sentaba frente a mí; la mayoría de viajeros iban durmiendo. Bajo la niebla, también el paisaje parecía dormido; las cálidas y coloridas ropas de la mujer que tenía como compañera de viaje, no parecían ni de aquel paisaje ni de aquel ambiente; tampoco el idioma de su conversación. Con toda seguridad, y de ser evidente mi presencia para alguien, mi apariencia también sería la de un elemento perdido.
En Avigliana tuve que esperar una hora larga antes de subir al autobús que me acercaría a la Sacra. Alrededor de una docena de personas subimos hasta el monte Pirchiriano, para hacer a pie los últimos centenares de metros por el camino de la abadía. Antes de atravesar el umbral de la sacra me entretuve leyendo alguna información sobre el lugar, y prestando especial atención a la estatua de San Miguel inaugurada en 2005, y situada a la izquierda de la entrada.
Una imagen benévola de San Miguel
En un saliente rocoso del monte, la escultura de san Miguel da la espalda a la abadía; en la base del resalte se ven las alas del diablo, solo las alas, como si Lucifer estuviese cayendo en en las entrañas del infierno. Es una imagen moderna, adaptada a las nuevas interpretaciones que la Iglesia hace del mito. San Miguel aparece con semblante amable; delante tiene la espada, no en las manos, sino clavada en el suelo, para atemperar el carácter duro, violento e implacable contra los enemigos de la Iglesia que se le ha adjudicado a lo largo de la historia; y no tiene escudo. Con los brazos alzados y las manos abiertas ofrece un aspecto cordial; sin embargo, dirige hacia el suelo la palma de su mano derecha, como si apartase o rechazase algo. ¿Qué desprecia; la espada que tiene delante, el diablo que tiene a sus pies, la violencia…?
Tres días antes, en Saint Michel d’Aiguilhe, vi una exposición sobre los ángeles; su objetivo era suavizar los aspectos más inverosímiles de los mitos sobre los mismos. De San Miguel leí el siguiente texto: “La espada de mis manos no es mía, sino del arcágel San Miguel, el líder de los ejércitos de Dios”. Y su explicación: “No quiere decir que a San Miguel le guste ir a la guerra, pero alguno de nosotros (los ángeles) tiene que vigilar a los seres humanos, para que en lugar de la oscuridad elijan la luz”. Creo que el deseo de actualizar los mitos y las creencias es evidente; también puede hacerse con las imágenes, y una puesta al día de la de este arcángel nos ha dejado una obra de arte moderna y admirable en la Sacra di San Michele.
Hace pocos años una repentina y huidiza visión nos llevó hasta esta Sacra. Entonces no presté mucha atención a la estatua; en cambio ahora, me ha parecido una obra admirable. Entre los recuerdos del viaje anterior hay uno que destaca, que se ha fijado hasta hacerse inolvidable; subimos por el Sendero de los Príncipes, y al girar en una gran curva del camino apareció la Sacra ante nuestros ojos, a nuestro nivel, con una perspectiva perfecta. La erosión de la memoria no afecta a esa imagen que recuerdo.
En este viaje, después de admirar la estatua de San Miguel, miré hacia lo alto desde la entrada de la abadía; el edificio se elevaba más de cuarenta metros. Antes de entrar pensé: “A ver si me llevo otro recuerdo imborrable”.

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