Una línea solo es un concepto. No tiene más que una dimensión y ni siquiera puede proyectar sombra. Se puede simbolizar, pero no se puede asir, no se puede tocar, no se puede ver. Podríamos decir que tiene cierto parecido con los ángeles, que se pueden describir y representar, pero no existen. Aunque esta es una comparación algo exagerada, porque la línea sí tiene una dimensión.
Hace ocho años atravesé Francia e Italia para unir en un viaje cuatro puntos sobre los que la leyenda ha trazado una línea recta, una entelequia. Las balizas que señalan dichos puntos son construcciones admirables en lugares extraordinarios: Mont Saint Michel, Saint Michel d’Aiguille, Sacra di San Michele y el santuario de San Michele Arcangelo en el Monte Gárgano. Pero la quimérica línea se alarga más allá de los dos extremos de aquel viaje. Dos monasterios son otras dos balizas en la continuidad de la línea hacia el noroeste y otro par hacia el sureste. Los primeros son St. Michael’s Mount y Skellig Michael; para llegar a este último hay que internarse en el Atlántico Norte. Los otros dos son el Monasterio de San Miguel Arcángel de Panormitis, en la isla griega de Symi, y el Monasterio Stella Maris en el Monte Carmelo, en territorio palestino ocupado por Israel. En una línea imposible de asir siete santuarios dedicados a un ser ilusorio y quimérico; ocho si se añade el construido en la puntiaguda cima del Rocher d’Aiguille, que, aunque fuera de la imaginaria línea, se reivindica en ella.
La intención de completar aquel viaje, de llegar a todos los puntos sobre los que se traza la Línea Sacra de San Miguel Arcángel nunca se ha desvanecido. Ahora me dirijo al extremo noroeste de la línea, a la isla Skellig Michael. En futuros viajes llegaré a la isla mareal de St. Michael's Mount y a la isla Griega de Symi, donde terminará mi recorrido. Nunca tuve la intención de llegar al extremo sureste de la línea; no voy a pisar un territorio arrebatado a sus habitantes por el sionismo; no quiero contribuir, como despreocupado turista, a dar apariencia de normalidad a un estado gobernado por genocidas.
Al inicio de la línea
Si hubiese que situar el origen de la veneración a San Miguel en alguno de los santuarios distribuidos en la misteriosa línea, habría que hacerlo en el Monte Gargano. Sin embargo el inicio de la línea está en Skellig Michael, en el monasterio que dicen fundado por San Fionán; se trata del más inaccesible de ellos.
Las Skellig son dos islas alejadas más de doce km de la península irlandesa de Iveragh: Little Skellig (pequeña roca) y Skellig Michael (la roca de Miguel). En Little Skellig no se puede desembarcar y el acceso a Skellig Michael está limitado a un máximo de 180 personas por día. La travesía entre Portmagee o la isla de Valentia, al suroeste de Irlanda, solo puede realizarse entre mediados de mayo y finales de setiembre, y solo si el tiempo y el estado de la mar lo permiten. Con más de cuatro meses de antelación hice las reservas para dos tours hasta las islas Skellig: uno sin desembarco, al que Josune me iba a acompañar, y otro con desembarco en Skellig Michael. Encontré plazas disponibles para el 12 y 13 de junio del 2025. Sin embargo, reservar una plaza para desembarcar en Skellig Michael y visitar aquel espacio monacal no garantiza que puedas hacerlo. Si el estado de la mar impide la travesía y el desembarco en la fecha para la que se hizo la reserva, te quedarás en tierra sin poder llegar a tu destino.
Día y medio antes de nuestra llegada prevista a la isla de Valentia, recibimos un mensaje en el que se nos comunicaba que el día 12 de junio no se podría realizar la travesía por el estado del tiempo y de la mar. Nos ofrecieron la posibilidad de adelantarlo al día 11. Aceptamos, aunque tuvimos que madrugar para llegar a tiempo, porque nos encontrábamos lejos de Pormagee.
La pequeña embarcación, en la que viajábamos 9 personas y el piloto, fue juguete de las olas durante toda la travesía. El mar estaba agitado; el viento introducía en la cubierta el agua que se levantaba en las embestidas entre las olas y el barco y caía sobre nosotros. Al llegar a la cara este de Little Skellig el mar, protegido en aquel lado por la escabrosa isla, dejó de estar tan movido. Lo que desde lejos nos pudo parecer nieve sobre una superficie oscura desdibujada por la neblina no eran más que miles y miles de seres vivos que ocupaban cada cornisa disponible de aquel suelo vertical. Aquella negra y áspera roca era la residencia temporal de más de 25.000 parejas de alcatraces que anidan en los escarpes.
Rodeamos Little Skellig y nos acercamos a Skellig Michael por un mar otra vez movido. Excepto en los acantilados más verticales, un manto verde cubre la superficie de esta isla. En esta áspera protuberancia rocosa que surge de las agitadas aguas del Atlántico a ocho millas de la costa irlandesa, un pequeño grupo de monjes estableció su morada en el siglo VII. Construyeron su iglesia y sus moradas en dos pequeñas terrazas a unos 170 y 180 m s.n.m. La inhóspita isla estuvo ocupada permanentemente por monjes irlandeses hasta el siglo XII o XIII. Parece que nunca fueron mucho más de una docena.
Desde el mar agitado, con las nubes sobre los dos vértices más altos de la isla (185 m y 218 m) y con la neblina poniendo un velo semitransparente ante los ojos de quien miraba, distinguir las pequeñas construcciones en forma de cúpula me resultó imposible. Lo que sí pude distinguir fueron dos líneas grises ascendiendo sobre el manto verde, eran dos de las tres escaleras construidas para llegar al monasterio; la tercera se encuentra en la vertiente norte de la isla, frente a la que no pasamos. Cientos y cientos de escalones construidos en piedra seca, sin mortero, unen tres posibles puntos de desembarco con el monasterio. Cerca del agua no hay mas que roca y los escalones se esculpieron en ella.
Volvimos a la isla de Valentia empapados. Me aseguraron que las previsiones para dos días más tarde, fecha de mi reserva para el desembarco, anunciaban mejor tiempo y la mar estaría mucho más tranquila. Todavía no sabía que tampoco ese día se iban a producir desembarcos en la isla.
Un objetivo de larga espera
La víspera de la fecha elegida, al atardecer, recibí un mensaje que me conminaba a tener disponible mi teléfono desde las primeras horas del día por si tenían que comunicarme que se suspendía el viaje; no había seguridad de que el estado de la mar permitiese desembarcar en Skellig Michael. Por la mañana esperé en el centro de visitantes Skellig Experience hasta después de las diez confiando en que se disipasen las dudas en quienes tenían que decidir si el desembarco era posible o no. El premio para quienes esperábamos fue la decepción: las condiciones no permitían el desembarco.
Tenía dos opciones: que se me devolviese el precio pagado o que esperase a que los siguientes días se produjese alguna cancelación. Elegí la segunda con muy poca esperanza; era viernes y entrábamos en un fin de semana, unos días más demandados y con listas de espera. Nuestro plan de viaje solo contemplaba un día más en la zona; el domingo, de mañana, abandonaríamos la isla de Valentia y la península de Iveragh. El sábado volví a presentarme en el centro de visitantes con la remota esperanza de conseguir una plaza para mí. El día había amanecido luminoso y el tiempo se preveía inmejorable para la travesía y el desembarco. No tuve suerte.
Resignado a no pisar Skellig Michael y a no llegar hasta el monasterio paleocristiano de la isla, me mentalicé para abandonar Irlanda sin cumplir el objetivo que nos había llevado hasta el Condado de Kerry. Pero el día era luminoso y el mar entre el puerto de Portmagee y la Isla Valentia parecía tan en calma que consulté la posibilidad de volver a realizar el tour sin desembarco hasta las Skellig en lugar del reembolso de lo pagado. Para esa travesía sí había plazas disponibles y no me resistí a la tentación de volver a acercarme hasta las islas. Llamé a Josune, que todavía no había marchado del glamping en el que nos alojábamos en la isla de Valentia; fui a buscarla y, en la misma embarcación que unos días antes, repetimos la travesía. Esta vez con cielo despejado y mejor mar. Además del piloto nos acompañó como guía otro viejo marinero; grababa sus explicaciones con el móvil y después nos lo pasaba con la traducción al euskera. Pudimos observar con mucha más tranquilidad que tres días antes los escarpes repletos de alcatraces de Little Skellig, el vuelo y las inmersiones de los frailecillos, las numerosas aves marinas que sobrevolaban las islas y las aguas que aislaban a estas del resto del mundo, algunas focas y delfines… La observación de las empinadas laderas de Skellig Michael solo producía en mí añoranza por no poder ascender hasta el inicio de la línea que había provocado el viaje. De vuelta, esta vez secos, la frustración por la imposibilidad del desembarco ensombrecía la satisfacción que la travesía nos había proporcionado.
A pesar del colchón de días de estancia en la isla de Valentia en previsión de que hubiese que cambiar la fecha de la travesía con desembarco en Skellig Michael, tendría que irme de Irlanda sin cumplir el objetivo que me había llevado hasta allí. Cada uno de los días que la travesía se frustró lo habíamos aprovechado para recorrer con calma la península de Iveragh, la isla de Valentia, el Anillo de Kerry…
Nos sorprendieron los acantilados de Kerry, cerca de Portmagee, y el recorrido y ascensión hasta Bray Head, en la isla de Valentia. Entre Terranova y este último lugar se instaló el primer cable telegráfico transatlántico; la cumbre de Brary Head vinculada a aquellos primeros cables transatlánticos es uno de los atractivos que se ofrecen a los turistas. Para nosotros su atractivo estaba en las vistas de las islas Skellig durante gran parte del recorrido, vistas que también son excelentes desde los acantilados de Kerry.
Recorrimos la playa y las dunas de Rossbeigh Strand bajo la lluvia. El sol lució el día que llegamos a la abadía de Ahamore, en una pequeña isla a la que se accede a pie desde la playa de Derrynane; se trata de unas ruinas bien conservadas convertidas en cementerio.
Algunos días antes el sol no fue tan generoso cuando visitamos la abadía de Ballingskelligs, cerca de la playa del mismo nombre. Se trata de las ruinas de otra abadía convertida en cementerio. A esta abadía agustina es a donde se trasladaron los monjes de Skellig Michael cuando abandonaron como residencia permanente la isla.
Castillos, mansiones y abadías conservadas en su ruina adornan a menudo el paisaje irlandés. Ya estaba convencido de que abandonaría la costa suroeste de Irlanda con la imagen de los paisajes que había descubierto, la de las islas desdibujadas por la neblina contempladas desde lejos, la de las escaleras que subían desde el mar buscando un monasterio paleocristiano, la de las ruinas de una abadía a la que volvieron los monjes de una congregación que ocupo permanentemente Skellig Michael durante seis siglos…; pero me iría sin el recuerdo de mis pies hollando los lugares que aquellos monjes habían habitado y adaptado a sus ascéticas necesidades. Cuando quedaban menos de doce horas para alejarnos de la península de Iveragh y la resignación ya había negado hasta el más mínimo espacio a la esperanza, recibí un mensaje en mi móvil: si seguía interesado en desembarcar en Skellig Michael tenía una plaza disponible.Confirmé mi asistencia.
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