CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.
A caballo entre octubre y noviembre de 2017 realicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. Más tarde grabé 14 podcasts en castellano, cuyo texto publico aquí.
11- LAS MONARQUÍAS SE PUEDEN DERRIBAR
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1517487925570-11-monarkiak-eraitsi-daitezke“El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver”; dicen que esto, o algo parecido, lo dijo o escribió Chesterton. Mientras estuve en Turín me arreglé con la información que cualquier turista utiliza para conocer durante dos o tres días “lo que hay que conocer”; o mejor dicho: para ver “lo que hay que ver”. También encontré algo que no buscaba.
Turín es una ciudad muy ordenada. En su plano se ven, sobre todo, líneas perpendiculares. En esas calles rectas los soportales son abundantes; dicen que hay unos 17 km de ellos, y que por lo menos conectan entre sí una docena de calles. La mayor parte de los recorridos que hice por la ciudad, los comencé en la Piazza Castello. Para llegar desde mi alojamiento a esta plaza recorrí unas cuantas veces la Via Cernaia y la Via Pietro Micca, las dos con aceras porticadas. Por las tardes, en los soportales de la Via Po, que va desde la Piazza Castello hasta la Piazza Vittorio Veneto, había más ajetreo que en cualquier otra. Además de protegerme de la lluvia en algún momento, los soportales me ofrecieron poder observar desde sus terrazas el ir y venir de la gente, y a veces un trocito de su vida.
En otros lugares de la ciudad el patrimonio histórico me mostró el pasado, incluyendo la arrogancia de los poderosos. Un ejemplo: las estatuas ante una de las fachadas del palacio Madama, la que da a la Via Po; me parecieron excesivamente grandes y de un aspecto demasiado duro. Se inauguraron en 1936, en honor al duque de Aosta Manuel Filiberto; éste fue un general italiano en la Primera Guerra Mundial; Mussolini le nombró mariscal de Italia. El monumento no me produjo admiración; asombro sí, y al mismo tiempo una casi imperceptible sensación de miedo.
Vi la catedral, un edificio renacentista famoso por albergar el sudario llamado Sindone. Hice fotos en el parque Michelotti junto al río Po. También hice fotos a una casa ocupada en la avenida Corso San Maurizio; algunos ocupas de la misma estaban comiendo bajo un árbol, y me ofrecieron asiento para comer algo con ellos, mientras me daban explicaciones que no entendía muy bien; antes de despedirme me pidieron que me hiciese alguna foto con ellos. También recorrí la Via Roma; en ella no había ocupas, sí vi, en cambio, escaparates de las marcas más famosas de todo el mundo; en muchas de ellas los precios más bajos eran varias veces superiores al salario mínimo…
Pero si me piden que recuerde un solo momento, elegiría el tiempo que estuve en los jardines reales. Estos jardines son expresión del poder y la riqueza de la familia real de Saboya. No los hicieron para el disfrute de los súbditos; pero también se puede conseguir lo que parece imposible, derribar una monarquía. La italiana se alineó con el fascismo, y al terminar la Segunda Guerra Mundial los italianos optaron por la república en un referéndum celebrado en 1946. Gracias a eso hoy cualquier ciudadano puede gozar libremente de los jardines reales de Turín.
Aunque no tenía un interés especial por ver los jardines, entré en ellos para dar un paseo. Me gustaron, quizás por la primera impresión que tuve nada más entrar. Vi una gran explanada limitada por dos de sus lados por el palacio real; estaba acondicionada con parterres, zonas de hierba y senderos. Por los dos lados no limitados por el palacio, los jardines se extendían en forma de bosque. En los espacios sin árboles había hamacas distribuidas aquí y allá; parejas y grupos más numerosos hablaban o descansaban sentados o echados en ellas. Yo también me hice dueño del lugar en una hamaca, como si conquistase algo que perteneció a un rey, y celebré la caída de una monarquía. El de los súbditos puede ser un poder pobre y débil, pero suficiente, si se organizan, para derribar una monarquía.
Al salir de los jardines estaba mirando el plano de la ciudad cuando se me acercó un hombre; me preguntó de dónde era, me ofreció ayuda, y después de dármela alargó la conversación. Tres días antes (27-09-2017) habían votado en el parlamento de Cataluña la declaración unilateral de independencia y la proclamación de la república, y sobre eso quería hablar. No estaba de acuerdo con la independencia, ni en Cataluña, ni en el País Vasco ni en ningún lugar.
–Yo quiero que todo sea Europa; no tenemos que poner más fronteras, las tenemos que quitar –decía.
Yo le decía que a los catalanes se les ha negado una y otra vez poder expresarse libremente sobre el estatus político que desean; y que cuando se debatió en el parlamento español un nuevo estatuto, que no suponía la independencia, se lo cepillaron; y que son muchísimos los que no quieren formar parte de una monarquía, que prefieren ser ciudadanos de una república independiente. Lo de la república le pareció bien, pero no lo de la independencia. Y me dijo:
–Nosotros conseguimos la república con siglo y medio de retraso; vosotros ya habéis acumulado un retraso de más de dos siglos. Las monarquías se pueden derribar, pero no estoy de acuerdo con la multiplicación de las fronteras.
No pude contestar porque no quiso alargar más la conversación; esa fue su despedida.
https://www.ivoox.com/monarquias-se-pueden-derribar-audios-mp3_rf_28522263_1.html
Para escuchar en modo vídeo:
https://www.facebook.com/100008792851310/videos/1902896556680088/?id=100008792851310&lst=100008792851310%3A100008792851310%3A1571481035&sk=grid
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