St Michael’s Mount es una isla mareal en el extremo occidental de Cornualles protegida por la bahía de Mount’s Bay. Quizás nunca habría llegado a ella de no haberme empeñado en descubrir qué oculta el mito de la línea sacra de San Miguel, la que supuestamente trazó la espada del arcángel cuando envió al diablo a los infiernos. Este montículo es el segundo hito de la legendaria línea que tiene su inicio en un lugar inhóspito y extraordinario: la isla irlandesa de Skellig Michael.
Cornualles nos recibió a mediados de octubre con cielos grises, nublados, con una atmósfera aquejada de una neblina casi imperceptible, pero que difuminaba los detalles y las siluetas del paisaje. Nuestro destino era Mount’s Bay o, con más precisión, la mítica isla mareal de St Michael’s Mount que es la que da nombre a la bahía. La visión de la isla mareal había durado apenas unos segundos cuando en un traqueteo del tren que nos llevaba desde Londres a Penzance sacudió también mi sopor. La imagen que obtuve, un relámpago de tiempo, fue la única real que había en mi memoria cuando, ya de noche, nos acercamos hasta el borde del mar. La oscuridad lo cubría todo y la luz artificial no dibujaba los bordes de la bahía. Detrás teníamos la mortecina claridad de los andenes de la estación de tren de Penzance, que ni siquiera llegaba a la playa, aunque ayudaba a sospechar, más que a ver, la espuma de las olas rompiendo en la orilla. Más allá el mar se sumergía en la oscuridad absoluta. Sabíamos que estaba allí porque lo oíamos. Para ver el cerro que había motivado nuestro viaje a Cornualles tuve que proyectar en una pantalla negra e infinita el relámpago grabado desde el tren en mi memoria. St Michael’s Mount estaba allí, a menos de cuatro kilómetros de nuestros ojos. Había esperado encontrar un monte coronado por una construcción iluminada y solo veía tinieblas, si las tinieblas se pueden ver. Tuvimos que esperar hasta la mañana siguiente para contemplar St Michael’s Mount y la bahía.
Lo que por la noche la oscuridad ocultaba era todo lo que había más allá de la tierra, el mar. Durante el día, lo que siempre oculta este son los restos de un bosque que hace miles de años ocupaba lo que ahora cubre el agua. Al este, a pocos kilómetros, se mostró ante nosotros St Michael’s Mount en cuanto comenzamos a caminar por el sendero de la costa. La difusa neblina desaliñaba las líneas y los detalles, pero ya estábamos a un paseo del destino de nuestro viaje. Hacia el sur, a nuestra derecha mientras avanzábamos hacia la isla mareal o de frente cuando nos parábamos a contemplar la bahía, se abría el mar que en sus profundidades oculta el bosque sumergido más grande de Cornualles. No lo veíamos, sin embargo pudimos evocarlo durante todo el recorrido entre Penzance y Marazion, desde donde accederíamos a St Michael’s Mount.
Un bosque sumergido
La artista Emma Smith(1), con la colaboración y la participación activa de numerosos residentes de West Penwith, ideó una instalación permanente que con sus 85 esculturas de madera invoca el bosque sumergido en Mount’s Bay(2). En ocho puntos entre Penzance y Marazion puedes parar para apoyarte en una de las esculturas mientras imaginas el bosque, para enmarcar St Michael’s Mount en el hueco de alguna de ellas, para llevar la mirada al horizonte imaginando el corredor terrestre que hace muchos miles de años conectaba esta tierra con Europa… La evocación del bosque provoca que la isla mareal de St Michael’s Mount desaparezca; deja de ser un elemento aislado, ya no es un promontorio que atrae la atención, ya no es tan sugerente como para residenciar allí milagros fascinantes. De seguir existiendo el bosque, San Miguel no atraería a nadie hasta aquí; no habría isla mareal ni el monte destacaría, a no ser que caminases hacia él desde el sur o el suroeste, donde ahora solo hay mar. Hace cuatro milenios los blanquecinos acantilados meridionales sobresalían sobre las copas del arbolado haciéndose visibles desde lejos. Su visibilidad y su alineación con otros parajes sagrados o mágicos elegidos como lugares de culto ya lo habían convertido en un santuario(3).
En West Penwith los mitos y las tradiciones orales que los mantienen vivos se apoyan en creencias mucho más viejas que el cristianismo. Para cuando San Juan relató en el Apocalipsis que Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón(4), hacía varios milenios que los seres humanos habían construido megalitos en Penwith y las islas Scelly. El culto a San Miguel entre los cristianos no se popularizó hasta los siglos VI o VII, varios cientos de años después del alumbramiento del Apocalipsis. El lugar desde el que la devoción al arcángel se difundió por Europa es el monte Gárgano, uno de los hitos que se alinean en la misma línea sacra que St Michael’s Mount. Antes de que el culto a San Miguel llegase aquí, un territorio mítico había desaparecido en el mar: la isla llamada Lyonesse(5). Estaba situada, según la leyenda, frente a la costa de Cornualles, a la altura de las islas Scelly; quedó sumergida cuando el rey Arturo murió. ¿Hasta allí llegaba el bosque que ahora solo podemos evocar?
Llegar cuando el monte es isla
Poco antes de llegar a Marazion quedó a nuestra espalda el último grupo de esculturas de madera que evocaban el bosque sumergido. Frente a nosotros teníamos St Michael’s Mount rodeado en su totalidad por el mar a la hora que llegamos. Dejamos de evocar el bosque y a los legendarios Arturo y Ginebra, Merlín, Tristán e Isolda… Descendimos a la playa para no tener entre nosotros y el monte nada más que el mar, que separa la isla de la tierra firme y la individualiza intermitentemente al ritmo de las mareas.
Teníamos a algo menos de 400 metros un lugar legendario que habitualmente se compara con el Mont Saint Michel de Normandía. La comparación ha llegado al extremo de utilizar una foto de la isla mareal normanda para promocionar el turismo en St Michael’s Mount de Cornualles(6). Las comparaciones no hacen más que infravalorar uno de los elementos comparados y predispone al desdén de quien observa estos. Proyectando el recuerdo de Mont Saint Michel en St Michael’s Mount se echa en falta mucho de lo que hace deslumbrante e imponente al primero: la altura del monte acrecentada por la soberbia iglesia construida en la cumbre; el San Miguel deslumbrante del pináculo de la torre; la vasta llanura de barro, más que de arena, que lo rodea en marea baja… Pero St Michael’s Mount tiene su propio atractivo y no hay que dejarse influenciar por el recuerdo de Mont Saint Michel.
Las visitas a St Michael’s Mount y el modo de acceder al monte están regulados por los fenómenos naturales de las mareas y las estaciones. Entre el 1 de noviembre y mediados de marzo solo es posible hacerlo a pie cuando la marea no cubre el camino de adoquines de granito que une el monte con Marazion. Durante el invierno la isla solo se abre en horas y periodos seleccionados, y no se pueden visitar ni el castillo ni la iglesia integrada en él(7). A mediados de octubre, cuando nosotros llegamos, todavía funcionaban los servicios de transporte marítimo para turistas. El monte solo se abría entre las 10:00 y las 17:00. Las posibilidades de acceso a pie eran reducidas o nulas en los horarios en los que se podía visitar. En una corta y rápida travesía fuimos desde un muelle de Marazion hasta el puerto de la isla mareal. El barco cruzó por encima de la calzada de granito que, como el bosque que antes habíamos evocado, estaba oculta bajo el agua.
Las casas, los comercios y otros establecimientos turísticos se distribuyen tras el puerto y miran a Marazion, al norte de la isla mareal. Por detrás del pequeño pueblo, hacia el sur, se va elevando el monte hasta los 80 metros sobre el nivel del mar. Un castillo lo corona; dentro de este está la iglesia. Las fachadas meridionales del castillo se asoman hacia el mar sobre grises escarpes. Las paredes prolongan los cantiles y el color de estos hacia el cielo. El nombre del monte en córnico es Karrek Loos yn Koos (roca gris en el bosque). ¿Los grises acantilados fueron los que hicieron que el monte destacase en medio del bosque que antes evocábamos?
Un pasado opaco
Los arqueólogos consideran que caben pocas dudas de que en este monte, bien alzándose desde el bosque, bien desde el mar, se hayan desarrollado siempre actividades humanas(8). Sin embargo, no parece haber nada claro sobre la historia de este monte anterior al siglo V ni nada definitivo sobre la sincronía de monasterio y castillo normando. El atractivo del monte ha podido estar siempre vinculado a su singularidad, al encanto fascinante que esta le otorga, al culto y a la magia. La seducción debió crecer cuando el bosque quedó sumergido y el mar convirtió el cerro en isla, una isla mareal que a partir de entonces se convirtió en prácticamente inexpugnable.
La limitada y cambiante posibilidad de acceso por tierra debió contribuir a la fascinación, tal como hoy lo hace. Los dueños de St Michael’s Mount y National Trust aprovechan muy bien esa peculiaridad para atraer y satisfacer a los más de 350.000 visitantes que cada año acuden a esta intermitente isla. En la tienda de National Trust se pueden encontrar libros y folletos con “referencias al romántico y dramático pasado del Monte: sus legendarios gigantes, su priorato medieval, su castillo frecuentemente asediado, su casa señorial, su ajetreado puerto y su bullicioso pueblo”(9). Pero, como Peter Herring afirma en la publicación a la que hago referencia, “without excavation caution is still advised” (sin excavación, se recomienda precaución). Dice que los arqueólogos erráticos (“wandering archaeologists”) que producen tanto libro y folleto deben imaginar que todo está dicho y no hay mucho trabajo de arqueología que hacer.
Ver y, sin querer hacerlo, comparar
Subimos al castillo y recorrimos varias dependencias en su interior: pasillos, salones, biblioteca… Se exponían armas, mapas, fotos, documentos… Casi todo relacionado con la familia que es dueña del complejo desde que el coronel John St Aubyn lo compró en 1659. Uno de sus descendientes sigue teniendo allí residencia y, vinculado a National Trust, gestiona el negocio turístico de la isla. No faltan elementos sorprendentes por inesperados, como un trozo de un abrigo que Napoleón usó en la batalla de Waterloo o un gato momificado “souvenir de un viaje de algún Aubyn a Egipto”. Nada sobre San Miguel y su línea sacra, nada sobre las leyendas o los milagros que se le atribuyen hasta que llegamos a la iglesia, y no mucho en ella. La iglesia y la torre que se eleva desde esta coronan la roca sobre la que se construyeron. El templo está rodeado de dependencias del castillo medieval. Una de sus fachadas se asoma en su totalidad a la terraza norte desde la que accedimos al interior. Se trata de una iglesia de estilo gótico construida en el siglo XIV sobre otra anterior.
He dicho más arriba que al visitar St Michael’s Mount no deberíamos dejarnos influenciar por el recuerdo de Mont Saint Michel. Pero yo había llegado al monte siguiendo los hitos sobre los que se ha elaborado la leyenda de la línea sacra de San Miguel. Antes de ir, conocía la mayoría de los lugares sobre los que se sitúan dichas marcas y no pude evitar las comparaciones al entrar en la iglesia. St Michael’s Mount no tiene ni la grandeza ni el atrevimiento que hacen admirables Mont Saint Michel en Normandía y la Sacra di San Michele en el monte Pirchiriano. Tampoco puede llegar a la sorprendente audacia de Saint Michel d’Aighile (una iglesia de Le Puy en Velay) construida sobre la punta de una aguja (aunque la ubicación de esta se aparta de la línea sacra, la pequeña iglesia se reivindica en ella). Y qué decir de la complejidad de los espacios cavernarios del monte Gárgano, donde se originó la devoción a San Miguel y se empezaron a inventar las historias y milagros del ángel más agresivo. Y en cuanto a la singularidad del paisaje, nada se puede acercar a la asombrosa localización elegida para construir un monasterio como el de la isla irlandesa de Skellig Michael, a menos de 250 millas hacia el noroeste de St Michael’s Mount.
La imagen de San Miguel ni siquiera ocupa un lugar privilegiado en la iglesia de la isla mareal de Cornualles. De tamaño muy reducido está situada sobre un capitel adosado a poca altura en la parte baja del arco del tramo trasero del templo. No puede llevar allí más de 47 o 48 años ya que, si hacemos caso a la placa que acompaña al capitel, este se colocó después de 1978 tras la muerte del tercer barón de St Levan. La inscripción de la placa dice así: Capital of pilaster thought to have been part of the original monastery building placet here in memory of the THIRD LORD St LEVAN by his widow and family(10). Aquí tampoco se hace referencia a la escultura, que a mí me recordó a la moderna estatua de Paul Moroder dë Doss que hay a la entrada de la Sacra di San Michele, en el valle de Susa. No me la recordó por el tamaño, lo hizo porque la pequeña imagen de St Michael’s Mount representa, igual que aquella, a un San Miguel algo más indulgente de lo que se muestra en la mayoría sus representaciones derrotando al dragón o al diablo; mantiene la espada en alto sosteniéndola por la hoja, no por la empuñadura. El arma parece así más cruz que espada. La mano izquierda se gira con la palma hacia arriba como si tratase de ayudar o de convencer al diablo. Sin embargo, la imagen ofrece una apariencia algo inquietante por las aspereza de sus líneas y lo escabroso de todo su volumen. En la estatua de la Sacra di San Michele (colocada en 2005), de líneas más suaves y superficies más pulidas, el perfil más benigno que el habitual del arcángel es más evidente por la falta de violencia en el gesto; allí ni siquiera sujeta la espada en la mano, la tiene a un lado hincada en la roca.
Caminar por una calzada sumergida
Abandonamos la iglesia y el castillo. En el descenso hacia el pequeño poblado y el puerto volvimos a pasar por alguna terraza con una batería de cañones y al lado de algunas garitas de vigilancia construidas con sillares de granito. Recorrimos de nuevo la escalera de los peregrinos y, apenas esbozada en un par de carteles, una leyenda, a la que no habíamos prestado atención cuando ascendíamos, se insinuó a nuestro paso: la de una gigantesca y espantosa bestia que habitaba el monte y aterrorizaba los territorios circundantes; el pozo del gigante y una piedra de la que se asegura que fue su corazón son las reliquias que cimentan el mito de la bestia y el de Jack el Matagigantes(11), y sitúan en el monte una de las más importantes hazañas del joven Jack.
En el poblado esperamos a que la marea bajase lo suficiente como para dejar al descubierto todo el camino de adoquines de granito que une Marazion con el monte. La calzada estuvo cubierta por el agua hasta muy poco antes de la hora de cierre de la isla, pero pudimos volver a Marazion por ella. Para llegar a Pensanze recorrimos de nuevo el sendero costero. Paramos en cada uno de los lugares en los que las figuras elaboradas por Emma Smith evocan el bosque sumergido, ocho sitios desde los que volvimos la mirada hacia St Michael’s Mount. El sol se acercaba al horizonte y, cuando las nubes se lo permitían, iluminaba el monte desde donde estuvo el bosque antes de que el mar lo cubriese.
Volvimos a Marazion algunos días más tarde. No visitaríamos de nuevo el castillo y la abadía, pero queríamos llegar a la isla por la calzada de granito y observar como se convertía en isla lo que, cada día, es península durante algunas horas. Durante el tiempo que estuvimos en Cornualles, los periodos de tiempo en los que poder acceder a pie a la isla mareal o no coincidían con el horario de visita o eran muy cortos. Cuando llegamos a Marazion apenas quedaba media hora para transitar por la calzada. Mientras caminábamos hacia St Michael’s Mount el agua ya golpeaba con suavidad los bordes del camino en algunos tramos; cuando volvíamos, tras un corto paseo por el poblado cercano al puerto, el mar fue cubriendo la mayor parte de la calzada y tuvimos que caminar sobre el agua. En lo alto de una roca de la playa de Marazion nos sentamos para tratar de secar al sol nuestro calzado. Pudimos observar cómo el mar rodeaba el monte en su totalidad y lo separaba de la tierra. Tuvimos que abandonar la roca en la que estábamos porque el mar también la acabaría tragando.
Los milagros de San Miguel (12)
En Marazion hay una iglesia diseñada en el siglo XIX por el arquitecto James Piers St Aubin(13), de la familia de los dueños de St Michael’s Mount; era primo del entonces Lord St Levan de St Michael's Mount. La iglesia, que sustituía a otra, se consagró en 1861 y está dedicada a Todos los Santos, no a San Miguel. Fue en 2016 cuando el templo se adornó con una pintura de la artista Zoe Cameron en la que el tema principal, no el único, es un supuesto milagro de San Miguel. Dicho milagro consistió en que el ángel alertó a unos pescadores del peligro que corrían durante una tempestad y los envió a que se protegiesen en en la costa de la isla mareal. A cambio les pidió que construyesen una iglesia en ella.
Para que San Miguel pudiese establecerse como patrón o protector en los lugares más emblemáticos en los que logró hacerlo, tuvo que competir, superar y sustituir otros mitos y leyendas. Como se trata de un espíritu no puede haber vestigios físicos de su paso por esos lugares, a pesar de que en algunas iglesias se hayan venerado reliquias de San Miguel, como alguna supuesta pluma del ángel. Hubo que recurrir a los milagros. El de St Michael’s Mount no es un milagro tan increíble como otros que se le atribuyen; no es inconcebible que quienes creyéndose seguros de perecer y logran sobrevivir atribuyan su salvación a un milagro. Aquel prodigioso salvamento justificó la construcción de una iglesia en la cumbre del monte y la apropiación de mitos ancestrales.
Fuera de la iglesia de St Michael’s Mount no hay nada tangible que se pueda atribuir a San Miguel. En cambio, las hazañas de Jack el Matagigantes se pueden imaginar al ver el gran corazón del gigante que mató en la isla convertido en piedra; también al pasar junto al pozo en el que supuestamente lo arrojó. La exhibición de la historia de los dueños del complejo, de sus viajes, su poder y su manera de vivir dejan también en un segundo plano las leyendas sobre San Miguel.
En la mayoría de las atracciones turísticas, la atmósfera que envuelve la visita de quien acude a ellas está provocada, en muy buena medida, por la promoción de la atracción. En St Michael’s Mount no hay nada tangible que se pueda atribuir a San Miguel. En cambio, las hazañas de Jack el Matagigantes se pueden imaginar al ver el gran corazón convertido en piedra del gigante que mató en la isla; también al pasar junto al pozo en el que supuestamente lo arrojó. La exhibición de la historia de los dueños del complejo, de sus viajes, su poder y su manera de vivir dejan también en un segundo plano las leyendas sobre San Miguel. Una buena y repetida propaganda consigue que quien va a verla vea lo que hay que ver(14). Que San Miguel no sobresalga en la atmósfera que envuelve la visita a la isla mareal, se puede deber a que entre lo que se viene a ver hay cosas mucho más atractivas, tangibles y, sobre todo, más fotogénicas.
1 https://www.emma-smith.com/about/
2 https://newlynartgallery.co.uk/activities/gwelen/
3 https://www.ancientpenwith.org/cliffcastles.html
4 Apocalipsis 12:7-9
5 Page, M. y Ingpen, R. (1988). Enciclopedia de las cosas que nunca existieron (p. 126). Anaya.
[ En pdf: https://ia600608.us.archive.org/26/items/EnciclopediaDeLasCosasQueNuncaExistieron1988/Enciclopedia%20de%20las%20cosas%20que%20nunca%20existieron%20-%201988.pdf ]
6 https://www.traveler.es/articulos/st-michaels-mount-cornualles-que-hacer-que-ver
7 https://stmichaelsmount.co.uk/plan-your-visit/opening-times-2025-26/
8 Herring, P. (1993). St Michael's Mount: recent and future work. Cornish Archaeology, 32 (pp 153–159). Se puede descargar en pdf desde: https://cornisharchaeology.org.uk/2022/08/19/volume-32-1993/
9 Idem. “...mainly through reference to the Mount's romantic and dramatic past: its legendary Giants, medieval priory, oft-besieged castle, stately home, busy harbour and bustling village”.
10 “Capitel de pilastra que se cree que formó parte del edificio original del monasterio, colocado aquí en memoria del TERCER SEÑOR ST LEVAN por su viuda y su familia”. Sobre Barón St Levan ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Baron_St_Levan
11 https://www.haunted-britain.com/st_michael's_mount.htm
12 https://es.wikipedia.org/wiki/Liber_de_apparitione_Sancti_Michaelis
13 Newberry, Patrick John (2022) The Life and Works of James Piers St Aubyn, Architect (1815-1895). Doctoral thesis, The University Of Buckingham (pp 143-148).
Para descargar pdf:
https://bear.buckingham.ac.uk/642/1/1507089%20Newberry%2C%20Patrick%20-%20Thesis%20.pdf
14 Se atribuye a Chesterton la frase: El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que vino a ver.
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