2019/04/21

Viaje en Marruecos (5)



Entre marzo y abril de 2016 Josune y yo hicimos un viaje a Marruecos. A la vuelta publiqué en Aiaraldea.eus ocho crónicas en euskera. Ahora las traigo aquí traducidas al castellano.

Hemen argitalpen orijinala ikus daiteke:


Extranjeros en la medina

Muchos nos denominamos viajeros, pero por falta de tiempo o de medios, y sobre todo por falta de decisión o atrevimiento, la mayor parte de las veces renunciamos a ser viajeros y somos unos simples turistas, aunque nos engañemos a nosotros mismos. Eso es lo que sentí en Fez, que no era más que un mero y rematado turista.

No se si la medina de Fez es tan confusa como el laberinto de Dédalo, pero nosotros no entramos en ella solo con nuestros propios recursos, como hizo Teseo en el laberinto. Nosotros entramos con un guía local, y éste contaba con la ayuda de otro hombre joven.

Nos dijeron que el cometido del ayudante del guía era que ninguno de nosotros se perdiese. Pero creo que su ayuda era para evitarnos incomodidades y dirigirnos a las tiendas elegidas por ellos.

A los pies de una antigua fortaleza y con el sol matutino a nuestra espalda, desde los cerros meridionales de Fez tuvimos la primera visión global de la ciudad. Desde lo alto se destacaba la mezquita de Kairauine por sus tejados verdes, y en ella la universidad más antigua del mundo. Desde dentro de la medina es difícil verla, ya que las callejas y casas del barrio la han ido rodeando durante siglos. Otro tejado verde (color sagrado en el Islam) servía para ubicar el mausoleo de Mulay Idrís.

En el interior del laberinto no podíamos elegir el recorrido, nos llevaban los guías. Nos acercamos a los edificios ya mencionados, a la madraza Atarine (una escuela superior de estudios musulmanes) y a unos cuantos lugares históricos más. Burros cargados nos empujaban contra las paredes en las estrechas calles. Desde las tiendas nos llamaban con saludos cariñosos. Los niños nos ofrecían fruslerías de piel a cambio de un dirham. Vimos a un hombre vaciando un pozo séptico (una soga, un balde y sus manos eran todas sus herramientas).

Los guías nos condujeron a varios lugares para mostrarnos oficios que no han cambiado desde antiguo. Vimos trabajando curtidores, orfebres y tejedores. Al terminar las demostraciones comenzaba la venta. Una tienda de pieles que visitamos era un laberinto dentro del laberinto. Nadie del grupo mostraba interés en comprar, pero en aquel pequeño dédalo de varios pisos se nos alargó la estancia; por fin los vendedores (cualquiera sabe si apiadados o aburridos) nos mostraron la salida. En un almacén de tejidos, en cambio, la mayoría hicimos alguna compra.

Quienes viven en la Medina hacen esfuerzos para sacar la vida adelante y avanzar; muchísimas veces son esfuerzos vanos. Durante la década de los 60 del siglo XX el éxodo rural trajo muchos marroquíes a Fez en busca de una vida mejor; muchísimos no lo consiguieron, y sus descendientes siguen teniendo como objetivo la misma búsqueda; mientras la pobreza se muestra en su mayor severidad.

Fuimos extranjeros en la medina: para los guías, clientes de una sola vez; para los tenderos, posibles clientes caprichosos; para los sirvientes de los cafés, turistas embobados que en un simple te quieren ver o vivir toda la esencia de Marruecos; para quienes nada sacarían de nosotros, un estorbo.

Como un oasis en el desierto, unos niños de muy corta edad nos ofrecieron a algunos de nuestro grupo un incondicional y agradable recibimiento. Estaban en una sombría habitación sin ventanas; la luz entraba por la puerta, y por el mismo lugar llegaba a la calle la actividad interna. Era una escuela infantil. Prestamos atención a la retahíla que surgía de dentro y un hombre que había en la puerta, nos invitó a entrar. En la habitación había unos diez niños con su maestra; esta habló a los niños y ellos nos ofrecieron unas cuantas canciones infantiles. Sus alegres y generosas sonrisas eran admirables, ofrecidas a cambio de nada. El hombre que nos había invitado a entrar rompió la magia de aquel momento; a la salida nos pidió una limosna.

El recibimiento de los niños fue real. ¿La aceptación de su recibimiento por nuestra parte fue tan generosa como sus sonrisas? No estoy seguro.

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