2019/04/04

Viaje en Marruecos (1)



Entre marzo y abril de 2016 Josune y yo hicimos un viaje a Marruecos. A la vuelta publiqué en Aiaraldea.eus ocho crónicas en euskera. Ahora las traigo aquí traducidas al castellano.

Hemen argitalpen orijinala ikus daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1482257192333-bidaia-marokon-1-bidaideak


COMPAÑEROS DE VIAJE

Gracias a la agencia de viajes Wegoaz y al sitio Aiaraldea.eus, Josune y yo hemos conocido, o visitado de nuevo, varios lugares de Marruecos. Se ha terminado un viaje que ha sido un premio en todos los sentidos; ahora lo tengo que contar, porque a quienes me dieron el premio se lo prometí. Cuando lo hice no contaba con la pereza que ahora me da, pero la palabra es la palabra; lo haré despacio y por entregas. Empezaré por los compañeros de viaje.

Llegamos a Casablanca el domingo de Pascua por la tarde. Después de un breve descanso fuimos al Parque de la Liga Árabe. Nos pareció un lugar muy tranquilo. Había gente de todas las edades: hombres jugando a la petanca; familias y parejas paseando; muchos grupos de dos o tres jóvenes en largas e interminables conversaciones… Alargamos nuestro paseo hasta la plaza de Naciones Unidas antes de volver al hotel. Este lugar era más ruidoso y saturado de gente, como si estuviesen la intención de tomar la plaza para siempre.

Por la mañana llegó en nuestra busca un autobús de quince plazas. Nos tendríamos que amoldar a las normas del programa y, de una manera u otra, también al talante de compañeras y compañeros de viaje. Éramos turistas en un viaje organizado, y en el grupo podría haber personas de muchos tipos: fáciles de conformar y exigentes; simpáticos y abiertos, o prudentes y callados; de los que satisfacen el deseo o la necesidad de viajar con una rápida mirada a los lugares que conocen, o de los que prefieren aprender en y de ellos; de aquellos que juzgan la cultura y modo de vida de los lugares que visitan desde la perspectiva de la suya propia, o de los que sin prejuicios se sumergen hasta el fondo en lo nuevo. Y también podría haber quien, a pesar de haber estado en muchos países y lugares, ha viajado muy poco. Nuestra cuadrilla no iba a ser mucho más grande que una dilatada familia; ¿facilitaría eso la integración en el grupo?

Cuando el autobús llego a nuestro hotel ya había recogido a casi todas las compañeras y compañeros de viaje. El guía era marroquí, Alí de nombre, y nos hablaba en un perfecto castellano, pero al recibirnos nos saludó en euskera:

Egunon, Euskadi! Ondo lo egin?

Ederki, eskerrik asko ―le contestamos.

Cuando nos dirigíamos a nuestro asiento alguien preguntó qué era lo que decía Alí. Otro viajero explicó que éramos vascos y que el guía nos saludaba en euskera.

―El vasco es una lengua impuesta ­ ―dijo una mujer ya bastante mayor que viajaba sola.

―Como el catalán ­ ―añadió otro. Y esa idea se convirtió en tema de conversación.

Me vino a la cabeza el libro Euskararen isobarak de Pako Aristi, y lo que a lo largo de él dice sobre las mentiras que sobre el euskera se cuentan. Una de esas mentiras dice que queremos imponer el euskera. ¡Mira por dónde nombran represor al reprimido! En palabras de Pako Aristi “la palabra imposición está prohibida en la historia oficial de las lenguas mayoritarias. La palabra ‘imposición’ se ha convertido en patrimonio de las lenguas minorizadas y violentamente debilitadas”.
[1] 

Utilicé ese argumento y me atreví a decir algo sobre la imposición de las lenguas mayoritarias. Alguien estuvo de acuerdo, pero esa quinta mentira (de 16 más una coda) que menciona Aristi era verdad para la mayoría del grupo. Tenían muy interiorizada esa idea, y me pareció conveniente enfriar aquel seudodebate. Queríamos disfrutar del viaje; supuse que para mantener el buen ambiente nadie utilizaría argumentos ad hominen. Al fin y al cabo no íbamos a estar juntos más que unos pocos días, ¿para qué revolver con temas que nos iban a incomodar? Así que de un modo marginal di a entender con algunos comentarios que no estábamos de acuerdo. También les dije que nosotros enseñamos en euskera.

―O sea, que vivís de eso ―dijo una de las pasajeras, ¡que era profesora! Y se hizo el silencio.

Así terminó el parloteo sobre el tema. Había transcurrido poco tiempo como para que surgiese la familiaridad, pero el suficiente, y demasiado, para tener ya a algunas personas del grupo entre ceja y ceja.

Dos paradas más tarde se sumaron dos chicas al grupo y se completó el autobús. La primera parada del circuito fue en la mezquita de Hassan II en Casablanca. Al salir del autobús obstaculicé el paso de una de las jóvenes. Pedí perdón en euskera, e inmediatamente en castellano.

Euskaraz nahi baduzu, euskalduna naiz ―me dijo.

Las dos jóvenes eran de Iruñea. El malestar que me había dejado la conversación anterior se redujo. En adelante nuestro grupo fue el de “los vascos”, y una mujer que venía de Argentina, pero nacida en el pueblo navarro de Obanos, se añadió a nuestro grupo.


[1] Aristi, P. (2014). Euskararen isobarak. Donostia, Erein. (61 or.)

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