Latinoamérica; pinceladas, imágenes y enlaces de un viaje (14)
Negros en Santa Fe(26 / 10 / 2018)
En mi cuaderno traigo apuntadas direcciones de casas vascas. En Argentina hay muchas y, en mi viaje, puedo encontrar la primera en Santa Fe. Busco información en internet, pero no encuentro nada actualizado. Sin perder mucho tiempo miro dos o tres direcciones de web antes de salir a la calle; en una encuentro información sobre una película: La Pelota Vasca. Salgo de mi hostal y, con la ayuda del plano de la ciudad, me dirijo hacia la dirección que tengo de la casa vasca “Gure Etxea”. Pregunto por el lugar y me hacen saber que tengo que pasar más de treinta cuadras para llegar. Demasiado lejos. Tomo un remís para ir.
Al llegar al destino me encuentro ante una casa sin indicaciones, cerrada. Toco un par de veces el timbre y no recibo respuesta. Pienso que quizás abran más tarde, y vuelvo al centro en el mismo remís. El remisero no calla; él mismo es el tema de un monólogo que me resulta difícil interrumpir. Se tiene por una persona modelo. Me habla sobre lo que ha trabajado y conseguido; ha vivido bien y ha formado una buena familia de varios hijos, todos casados y trabajando... Todo ello le lleva a una conclusión:
–En Argentina el que quiere se gana la vida.
Me da el mismo consejo que oigo cada día: que tenga cuidado. Nunca es una frase común, siempre lleva el sobreentendido de que tengo que tener cuidado con los robos. El remisero va más lejos y me dice quién me puede robar: los negros.
–¿Los negros? –le pregunto mientras pago.
–Sí. Mira, en esa esquina hay dos; andá con cuidado.
Yo no veo negros. Más tarde lo entenderé con las explicaciones de Eliana. La mayoría de las veces esa palabra es más clasista que racista, y lleva añadidas opiniones y connotaciones negativas. Para el remisero los culpables de la situación que vive Argentina son los pobres, los vagos y los malhechores, es decir: los negros. Eso sí, el hombre no utiliza una expresión más dura, y también habitual: negros de mierda.
Por la tarde, de vuelta de Paraná, camino un largo trayecto hasta la dirección donde estaba “Gure Etxea”. La puerta está abierta ahora. Una mujer está despidiendo a varias personas y me dirijo a ella; se llama Catalina Villanueva. Ella y su marido eran quienes regentaban “Gure Etxea”, pero el trabajo y las obligaciones familiares, y el no tener ayuda para organizar y llevar a cabo las actividades, les llevaron a cerrarla. Me invitan a entrar para cerrar la puerta.
El padre de Catalina era vasco, su madre siria; la madre de su marido vasca, y el padre italiano; los padres de un sobrino, al que estaban despidiendo al llegar yo, procedían de Euskal Herria y de Suiza. A medida que pasan las generaciones la relación con el País Vasco se hace más débil, pero siempre seguirán estando orgullosos de que su familia sea un crisol de culturas.
La casa tiene una puerta metálica que casi siempre está cerrada, y ventanas enrejadas. En lo alto de muros que cierran casas vecinas he visto cristales para impedir la entrada; en el trayecto hacia allí también concertinas. Me explican que están encerrados porque la delincuencia crece cada día. Argentina está sufriendo una fortísima crisis; hay una grandísima inflación, Macri ha hecho suyos los duros recortes impuestos por el FMI, la vida se encarece cada día… Mis anfitriones entienden que cuando las diferencias sociales crecen, la criminalidad también lo hace. La percepción de inseguridad crece todavía más, y con ella el miedo.
Es muy tarde cuando salgo de la casa. Catalina y su marido también me aconsejan andar con cuidado. Volveré en autobús al hostal; me explican y me repiten con claridad dónde me tengo que bajar para no sufrir riesgos: "recordá, Irigoyen con San Martín". Y me acompañan hasta que estoy dentro del autobús.
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