2019/06/19

Ochocientos kilómetros y cuatro trenes en doce horas


CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.

A caballo entre octubre y noviembre de 2017 realicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. Más tarde grabé 14 podcasts  en castellano, cuyo texto publico aquí.


05- ochocientos kilómetros y cuatro trenes en doce horas
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1514564096900-5-zortziehun-km-eta-lau-tren-hamabi-ordutan

Tuve que hacer un viaje de unos 850 km para llegar a la segunda meta: Saint Michel d’Aiguilhe. Entre Rennes y París lo hice en un TGV. Fue el tramo más rápido, sin embargo fue el más incómodo para mí. No quedaban asientos libres y me vendieron “un billet sans droit de siège”; eso sí, tuve que pagar lo mismo que si hubiese tenido derecho. Encontré un sitio en la plataforma de entrada, en un asiento plegable y pequeño; desde él no había posibilidad de disfrutar del paisaje.

La estación de Montparnasse en París estaba a rebosar de gente. Yo, que estaba siguiendo una línea recta virtual, no podía caminar en línea recta. Fui en metro hasta la estación de Bercy, para tomar en ella otro tren hasta Clermond Ferrand. Fue un tren más lento, porque paraba en más estaciones, pero viajé mucho más cómodo.

Hasta Vichy tuve de vecino a un hombre ya maduro; intenté abrir camino a la conversación, pero recibí una muda y áspera respuesta. El paisaje era monótono y me puse a leer, con algún pensamiento desagradable para con aquel hombre. Más tarde me arrepentí. Hicimos una parada más larga en una estación, y pregunté al compañero de asiento a ver dónde estábamos. Me contestó tartamudeando y gesticulando como no había visto nunca; comprendí la silenciosa y áspera respuesta anterior.

Cerca ya de Clermond Ferrand el paisaje se animó; las llanadas y tierras de cultivo fueron siendo sustituidas por un paisaje más accidentado y montañoso. Vi y reconocí el Puy de Dôme; eso y recordar los paisajes que se ven desde su cumbre, hicieron desaparecer el sueño ligero de la hora anterior.

En la estación de 
Clermond Ferrand esperé veinte minutos para tomar el siguiente tren, éste de un solo vagón. Aquí todo se animó; por un lado el paisaje se hizo más cambiante y atractivo, aunque pronto se hizo de noche; por otro el tren paraba en todas las estaciones, así que los compañeros de viaje también cambiaban continuamente.

Exceptuando el del metro de París, todos los demás billetes de viaje me los habían dado grapados; el revisor los miró todos y me dijo:


―Long voyage! Italien?

―Non, je suis basque. ―Contesté; y aproveche para preguntarle por la mejor combinación para ir desde Le Puy en Velay hasta Turín.

Se sorprendió. Le pareció raro mi viaje de aquel día para no quedarme en ninguna de las ciudades del trayecto y hacerlo en Le Puy en Velay; más le sorprendió que quisiera ir luego a Turín. Estuvo, sentado en otro asiento, buscando con su teléfono la información que le había pedido. Antes de terminar el viaje se acercó a mí para darme las indicaciones precisas para llegar a Turín en tren. No le expliqué que estaba siguiendo una supuesta línea recta; ganas ya tuve para que entendiese mi viaje, y sobre todo para mostrarme amable con él; pero no me atreví por miedo a no poder encontrar la manera de hacerlo en una lengua que no domino.

Lo que más me sorprendió ocurrió al final del viaje. El tren sufrió una avería entre dos estaciones. El maquinista salió de su cabina con una carpeta grande debajo del brazo, cogió varias herramientas de una caja que había en el espacio de los viajeros y saltó a la vía para solucionar la avería. Mientras el maquinista trabajaba nos explicaba por megafonía que habían tenido una avería, que lo estaban solucionando, y que llegaríamos a Le Puy en Velay en unos veinte minutos o media hora. Y así fue. Cuando el maquinista saltó de nuevo al vagón recibió aplausos y vivas.

―Esto no lo he visto nunca en los trenes entre Orduña y Bilbao ―pensé yo.

Antes de llegar a Le Puy en Velay, vi la roca de Saint Michel d’Aiguilhe, y la iglesia en la punta de aquella aguja; la iluminación artificial la arrancaba de la oscuridad circundante.


Para escuchar el podcast:
https://www.ivoox.com/ochocientos-kilometros-cuatro-trenes-doce-horas-audios-mp3_rf_28352010_1.html
Para escuchar en modo vídeo:
https://www.facebook.com/100008792851310/videos/1900407010262376/?id=100008792851310&lst=100008792851310%3A100008792851310%3A1560957507

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