2019/06/11

La luna de Rennes


CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.

A caballo entre octubre y noviembre de 2017 realicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. Más tarde grabé 14 podcasts  en castellano, cuyo texto publico aquí.


04-LA LUNA DE RENNES
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1514295231983-4-rennesko-ilargia

Una vez cumplido el primer objetivo del viaje, me puse en marcha hacia la siguiente meta que tenía a más de ochocientos km. Dejé atrás el extremo suroeste de Normandía y me dirigí a la capital de Bretaña, para, desde allí, ir dos días más tarde hasta Le Puy en Velay.

El viaje entre Mont Saint Michel y Rennes lo hice en autobús. La niebla ocultaba la probable belleza de la llanada, así que volví a leer La legénde du Mont Saint Michel de Guy de Monpassant. El escritor relata lo que le contó un normando local. Según esa leyenda San Miguel consiguió expulsar al diablo del monte y de los alrededores, con juego sucio, trampas y engaños. El diablo de la historia es un ser humilde, confiado y sin doblez; el arcángel, en cambio, es tramposo, engañador y malicioso.

Probablemente en este cuento se relata cómo consiguió el cristianismo arrinconar las creencias anteriores. Sin embargo, lo que más me sorprendió al leer el cuento fue el final, que dice así: “otro pueblo habría imaginado esa batalla de otra manera”. El escritor determina en pocas palabras el carácter normando. ¿Son así los normandos? ¿Son taimados? Yo no lo diría; conmigo fueron muy amables; pero también San Miguel fue muy amable cuando estafaba al diablo.

Rennes también estaba bajo la niebla. Pasé dos noches en la capital de Bretaña. La mañana del segundo día persistía aún la niebla, pero para el mediodía se abrieron grandes claros en el cielo. Pasé el día viendo los lugares más famosos de la ciudad.

Cuando volví al hotel ya era de noche. Estaba en la Place de la Gare, frente a las estaciones de tren y autobús. Mi habitación estaba en la cuarta planta, sobre la plaza; tenía una vista inmejorable. Lo que veía era una enorme obra para modernizar las estaciones, que ocupaba toda la plaza. Habían comenzado pronto a trabajar por la mañana, y lo hicieron hasta bien entrada la noche; mientras trabajaban el ruido era notable, y la luz como la del día.

Me acerqué al balcón para observar los alrededores. Al ser de noche la mirada se me iba hacia las luces, sobre todo hacia las luces de la obra. Di un paso para salir al balcón e inmediatamente creí ver la luz de la Luna. En un momento tan corto como el que necesité para dirigir la mirada hacia el cielo, pensé unas cuantas cosas: que el tiempo mejoraba; que si se despejaba haría frío; y sobre todo como podía ser que la luna fuese tan visible con aquella polución lumínica. La respuesta me llegó de inmediato; la luz venía del cielo, pero no era la luna lo que tenía encima; era el alumbrado de un desmesurado anuncio en una descomunal grúa: “leon grosse”, decía.

Yo, al igual que el diablo, confiado y crédulo; lo que me llegaba del cielo, tramposo.

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