2019/06/18

Lendoño de Abajo. Crónica de una tala anunciada


LAU BIDALDI LEHENALDIRA
Esaten dute gure lehenengo aberria haurtzaroa dela. Haurtzaroan bizi izandakoa askotan islatzen dugu gure oroimenean; ziur aski idealizazio eta errealitatearen arteko oroitzapenak dira. 2015eko udan nire lehenengo aberrira egindako lau bidaien berri utziko ditut hemen. Denboran atzera bidaiatzeko bi euskarri mota erabili nituen: bat-batean berraurkitutako hiru argazki zaharrak, eta haurtzaroan praktikatzen genuen joko baten errepikapena; azken hau egungo herriko haurrekin, gu ere haurrak izango bagina.

----------------------
CUATRO VIAJES AL PASADO
Dicen que la infancia es nuestra primera patria. A menudo se reproduce en nuestros recuerdos lo que vivimos en la infancia; seguramente se trata de recuerdos que están entre la idealización y la realidad. Voy a dejar aquí noticia de cuatro viajes que el verano de 2015 hice a mi primera patria. Para viajar hacia atrás en el tiempo utilicé dos tipos de recursos: tres viejas fotografías recuperadas de sopetón, y la repetición de juegos practicados en la infancia; esto último con niños del pueblo, y como si nosotros también lo fuéramos.

2 - LENDOÑO DE ABAJO. crónica de una tala anunciada
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1482259506883-ukml-iragarritako-ebaketa-baten-kronika


Después de la misa dominical del 27 de octubre de 1968, el alcalde de Lendoño de Abajo organizó una reunión desacostumbrada y repentina, aunque los vecinos no habían sido convocados. La propuesta del alcalde pilló desprevenidos a quienes estaban delante de la iglesia: quería talar las encinas que había en los extremos de la bolera. Solo dos de los presentes se mostraron en contra, y la decisión caprichosa del alcalde supuso la condena a muerte de los árboles. Pero esta historia había empezado antes.

En setiembre llegaron a Lendoño de Abajo una nueva maestra y su madre. La escuela estaba en la casa torre recientemente restaurada: en la planta baja el aula y una pequeña cuadra, en la de arriba la vivienda. La nueva maestra se instaló en la casa con su madre y comenzó su trabajo. El vecindario (sobre todo Rosario, mi madre) hicieron lo posible para que se sintiesen a gusto. La maestra, de nombre Sara, era agradable y se adaptó bien. Todo el vecindario la llamábamos Sarita.

Debajo de la ventana de la cocina de la casa estaba el cementerio viejo, y fuera del cementerio una encina grande y añosa; tenía el tronco medio vacío. Unos metros más lejos había otra, y entre las dos una bolera que no se usaba. Los árboles ocultaban el resto de casas del barrio, y la maestra quería mejores vistas.

El alcalde de aquel tiempo tenía ya sus años; para entonces no tenía hijos o hijas en edad escolar. Pero era enamoradizo. Cada vez que pasaba cerca de la escuela acortaba el paso y los ojos se le iban hacia allí; la mayoría de las veces las encinas estaban en medio. Más de una vez se encontraba con la madre de la maestra, pero ella no era la que le quitaba el sueño.

Como dos elementos químicos que no pueden mezclarse sin riesgo, los deseos de la maestra y el capricho del alcalde se hicieron presentes al mismo tiempo y en el mismo lugar. Aquellos elementos necesitaban un catalizador para producir la desventurada reacción. Esa función la cumplieron la indiferencia de algunos vecinos y la sorpresa paralizante de otros. Los argumentos de quienes se pronunciaron en contra 
eran más afectivos que racionales, y no tuvieron la fuerza suficiente para evitar lo que ya era inevitable. 

La foto está sacada en el barrio Elizalde de Lendoño de Abajo, cuando estaba a punto de cambiar el paisaje. Todos quienes se acercaron a ver la tala eran más jóvenes que las encinas, y la mayoría tenían algún lazo afectivo con ellas. Al ser recién llegada, la maestra era la única que no tenía ningún tipo de vínculo con los árboles. Para todo el vecindario las encinas estaban allí “de siempre”. Ver cómo acaba la eternidad para algo que era eterno tiene que producir profunda emoción; quizás por eso la mayoría ponía su atención en el árbol que era “de siempre” y que estaba a punto de caer. En primer plano, junto a la pared de la bolera, se ve a la maestra y delante de ella a Rosario, mi madre; por encima aparece una rama de la otra encina. Del grupo que se ve al fondo dos no ponen su atención en el viejo tronco; un muchacho mira al fotógrafo; el alcalde tampoco sigue el trabajo de tala, tiene sus ojos en la maestra. Aquellos días “la eternidad”, “la infinitud” y “la inmensidad cósmica” las veía en la maestra.

Nadie convocó a la Junta Administrativa de Lendoño de Abajo para que tomase la decisión de talar las encinas; la seudorreunión no fue oficial y en los libros de actas no se escribió nada. Las encinas permanecieron casi cinco años en el lugar en el que cayeron, como si fuesen intocables, o como si no hubiese ocurrido nada. Por fin, en setiembre de 1973, se hizo leña con sus troncos. Rufino y Magdaleno, dos leñadores de Orozco que vinieron a trabajar en el hayal de La Dehesa de Lendoño de Abajo, las hicieron astillas. Pero la leña no se utilizó ya para calentar la escuela en invierno. En 1972, con el curso ya empezado, se cerró para siempre la escuela de Lendoño.

Sara, la maestra que quería mejores vistas, no vivió ese cierre. Solo permaneció un curso en Lendoño de Abajo; tomo parte en un concurso de traslados y se fue. No sabemos si al marchar miró hacia atrás; no sabemos si fue a un pueblo más cómodo. Sí sabemos que la nostalgia no le ha hecho volver.

La maestra que vino después fue la última que hubo en la escuela de Lendoño. Esta sí, de vez en cuando suele venir al pueblo.

iruzkinik ez:

Argitaratu iruzkina

Viaje al románico de La Bureba

  Cuando enero empezaba a envejecer, atravesamos, desde el norte, la cadena de los Montes Obarenes por el desfiladero de Pancorbo. Nos diri...