2019/06/07

Las maravillas de Mont Saint Michel


CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.

A caballo entre octubre y noviembre de 2017 realicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. Más tarde grabé 14 podcasts  en castellano, cuyo texto publico aquí.


03-LAS MARAVILLAS DE MONT SAINT MICHEL
Hemen argitalpen orijinala ikus daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1513841544247-3-mont-saint-michelen-miragarriak

Eta hemen bideo bat euskaraz:

De mañana, muy pronto y rodeado por la niebla, volví a Mont Saint Michel. Caminé un km hasta las murallas; 760 m por la nueva pasarela. Únicamente veía los tablones de roble del suelo. Cuando estuve cerca de las murallas del monte, llegaron a mí voces y luces, pero la niebla lo desdibujaba todo.

La niebla gris oscura se fue aclarando a medida que pasaba el tiempo; sin embargo seguía guardando con celo la belleza del lugar. Mirando hacia arriba apenas podía entrever una mancha oscura en forma de pirámide y sin bordes, dibujada contra una oscuridad menos rigurosa. En lo más alto, en la punta de una aguja larga y estrecha, no brillaba la estatua dorada de San Miguel.

La calle estaba vacía. En la parte baja una pareja de bomberos acompañados de un responsable municipal hacían un recorrido de inspección. Mont Saint Michel ha sufrido muchos incendios a lo largo de su historia, pero sumergidos en las gotas invisibles de la niebla el trabajo de aquel trío parecía estéril. Más arriba solo vi algunos trabajadores limpiando y preparando las tiendas y los negocios de hostelería.

La parroquia local (la iglesia de San Pedro) estaba vacía, pero abierta. Faltaba bastante tiempo para abrir, más arriba, la abadía y las construcciones anejas, y las fotos que la víspera no hice a San Miguel las pude tomar con mucha tranquilidad. El ángel protector de la Iglesia no se movió, ni siquiera cuando robé un folleto sobre Mont Saint Michel. El librito estaba junto a un cepillo con la limosna que había que dejar tasada con rigor.

El folleto de 28 páginas estaba editado por la congregación de monjes de la abadía. Contaba la historia del lugar por medio de leyendas. Que se trataba de leyendas, aseguraba el texto, por lo tanto no puedo decir que las presentaban como historias reales, pero al leerlo eso parecía. Las historias anteriores al cristianismo no ocupaban más que unos párrafos; los frailes aseguraban que no podían contar mucho sobre aquellos periodos, ya que los expertos no se ponen de acuerdo, y ellos no son especialistas ―”nous n’avons aucun compétence”―. ¡Al parecer sí lo son del resto de leyendas increíbles e indemostrables!

Junto a la iglesia está el cementerio, y salí de la parroquia por la puerta que da al mismo. La Mère Poulard está enterrada allí. Esta mujer era la sirviente de un arquitecto, que llegó a Mont saint Michel con su familia en 1872. La Mère Poulard se casó allí al año siguiente y comenzó a trabajar en el negocio de la hostelería. Pronto se hicieron famosas entre los peregrinos sus tortillas y sus galletas. El negocio que puso en marcha se ha multiplicado, y su nombre se ha hecho omnipresente en cada rincón del monte. La abadía, desde arriba, domina la parroquia de San Pedro y el cementerio contiguo; la sepultura de La Mère Poulard está sobre la mayoría de las casas del pueblo, dominando los negocios de sus sucesores.

Cuando llegó la hora de abrir la abadía dos docenas y media de personas ya esperábamos para entrar. En la entrada del recinto fortificado termina la estrecha calle principal, y para comprar la entrada hay que pasar por la sala de guardia. Dicen que dos tercios de quienes llegan a Mont Saint Michel no pasan de aquí. ¿Los culpables serán los 10 euros de la entrada, o los centenares de escaleras que hay que subir para llegar arriba?

Las escaleras rodean la roca haciendo una especie de arco. Las paredes de la derecha de la escalera son parte de un gigantesco basamento, sobre las de la izquierda hay estancias de la abadía. El basamento lo tuvieron que construir para apoyar en él la iglesia de la cima, ya que únicamente el centro de la misma se apoya en la roca del monte; el presbiterio, el transepto y otras partes de la iglesia no están cimentados en la roca.

Atravesé la terraza occidental superior para entrar en la iglesia. Algunos grupos ocupaban el interior rodeando a sus guías. Como los grupos de turistas madrugadores ocupaban los espacios más interesantes, volví a la terraza. Es un mirador excelente, pero se mantenía la niebla y el paisaje seguía desdibujado. El mar gris seguía intentando arrebatar su propio espacio a la tierra. Me quedé largo tiempo en el borde de la terraza para ver cómo el agua cubría las arenas embarradas. Las olas eran lentas y pequeñas, débiles; pero a veces, después de que el agua había cubierto los espacios arenosos, surgían grandes remolinos.

Cuando volví a la iglesia ya no estaban los grupos de antes, solo quedábamos quienes habíamos llegado solos o en parejas, y pude andar con suma tranquilidad por un templo que durante siglos y siglos se ha construido, ampliado, quemado, derribado y reconstruido. El románico y el gótico en el mismo espacio.

Siguiendo el sentido de la visita salí de la iglesia y entré en lo que llaman La Maravilla. Para admirar toda esta parte es necesario imaginarse todo el conjunto. Todos los espacios son sorprendentes, pero si cuando ves una parte eres capaz de visualizar mentalmente el resto, todo es más grandioso.

La Maravilla es un testigo de la maestría de los constructores del siglo XIII. En una exagerada pendiente insertaron dos construcciones de tres alturas; las estructuras y pilares inferiores son enormes, pesados; a medida que la construcción asciende se vuelven más ligeros y esbeltos, para terminar en el claustro. La visita está organizada de arriba a abajo, desde el claustro –que lo encontré en obras– hasta la entrada. El claustro era la zona de los monjes; allí oraban, y realizaban las procesiones en las fiestas litúrgicas; desde él podían pasar a la iglesia, al archivo, a la cocina y a las habitaciones. En la entrada recibían a los pobres y peregrinos.

Terminada la visita me alejé siguiendo la Grande Rue. Ya era hora de comer, pero no me quedé en los comercios ni en los negocios de hostelería de los sucesores de La Mère Poulard. Dejé atrás Mont Saint Michel. Desde la pasarela que llega hasta La Caserne miré una y otra vez hacia atrás. La niebla ya no impedía la visión de la roca sagrada, pero sobre la aguja larga y estrecha de la iglesia todavía acariciaba a San Miguel, impidiendo sus reflejos dorados.

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