2019/12/31

Santiago de Chile: los culpables reconocen sus crímenes cuando los niegan


Latinoamérica; pinceladas, imágenes y enlaces de un viaje (25)


Santiago de Chile.
Los culpables reconocen sus crímenes cuando los niegan
25 - 28/11/2018


En toda esta serie de pinceladas de mi viaje de 2018 por Latinoamérica (que desde hace varios meses subo a este blog), en la presentación o portada de cada entrega apenas uso más de una imagen compuesta con varias fotos relacionadas con lo tratado en cada texto. En esta haré una excepción; cada apartado irá precedido de una imagen. Son cuatro partes relacionadas con lugares, personas u objetos; cuatro espacios, vivencias o elementos recuperados para la memoria.


Lo que quise ver en los cuatro fue que la propia negación de las atrocidades cometidas era un reconocimiento de culpabilidad. Tergiversar burdamente la verdad sobre el crimen cometido, o construir un muro para ocultarlo, son formas de reconocerse culpable. No pude dejar de recordar la pared construida en el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio D2 de Córdoba, Argentina. Allí quisieron evitar que los represaliados que sobrevivieron pudiesen reconocerlo; en Santiago tomaron decisiones administrativas para que un lugar dejase de existir, aunque no fuese físicamente.


La Moneda


La Moneda, sede del gobierno chileno en Santiago, fue bombardeada el 11 de setiembre de 1973. Allí, y en aquella fecha, murió Allende defendiendo la democracia. Durante más de cuatro décadas las imágenes de La Moneda bombardeada han sido la imagen de Santiago de Chile que me venía a la cabeza cada vez que oía o leía su nombre, o yo mismo lo mencionaba. Cuando pensaba que alguna vez visitaría Santiago, imaginaba la ciudad que Allende predijo en su último discurso: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.


El domingo 25 de noviembre caminé por la Avenida Libertador Bernardo O’Higgins (conocida como Alameda), llegué hasta la Plaza de la Ciudadanía y pude contemplar el icónico edificio. No había ninguna señal del bombardeo al que fue sometido hacía 46 años (ahora 47).

En Palacio de La Moneda, un libro publicado en 1983, escrito por Hernán Rodríguez Villegas y presentado por el mismo Pinochet, se mencionan las remodelaciones realizadas durante el siglo XX, y los nombres de los presidentes de la república en el momento en que se llevaron a cabo. Al tratar sobre la necesaria restauración después del bombardeo sufrido en 1973 se dice:

“Luego del incendio sufrido por el edificio en 1973, la caída de estucos de los muros permitió apreciar las graves alteraciones estructurales producidas a través del tiempo, las que aumentaron peligrosamente al quemarse las vigas de roble que sustentaban los pisos y techumbres.

La importancia fundamental del Palacio de la Moneda en nuestra historia política y cultural, así como su condición de monumento capital de nuestro patrimonio, hizo que el Gobierno ordenara a la brevedad su total restauración, la que vino a concluirse en marzo de 1981”.

Ni se menciona a Allende ni se dice qué fue lo que provocó el incendio. La dictadura no solo ocultó físicamente lugares donde se dieron sus acciones criminales, también se las quiso hurtar a la historia.

En la información que busqué en Internet pude leer que durante la restauración del palacio, el salón donde murió Allende fue suprimido y cerrado con un muro de hormigón. Posteriormente (2008) la presidenta Michelle Bachelet dispuso la restauración de aquella sala.

Retrocediendo por la Alameda hacia Londres 38 pensaba si aquella era una de las grandes alamedas que predijo Salvador Allende. En uno de los países de Latinoamérica donde las diferencias sociales son más grandes, me resultaba imposible creer que aquel presidente se refiriese a la alameda que yo recorría, porque, ¿quién puede ser libre en una sociedad radicalmente desigual y en la que los derechos básicos no están garantizados?


Londres 38, espacio de memorias



Londres 38 fue un centro de retención, tortura, exterminio y desaparición durante la dictadura. Entre la Alameda, a la altura de la iglesia de San Francisco, y la calle Padre Alonso de Ovalle, discurre la calle Londres. Muy cerca de la iglesia está Londres 38.

Este inmueble fue adquirido por el Partido Socialista en 1970. Después del golpe la dictadura se apoderó del inmueble; durante un año lo utilizó la DINA para torturar y hacer desaparecer. Por el centro pasaron más de 1.100 personas, de las que 94 (la mayoría jóvenes) fueron desaparecidas y/o ejecutadas.

En 1978 Londres 38 fue transferido gratuitamente a una institución vinculada al ejército. En el inmueble se hicieron obras para ocultar evidencias y testimonios de las personas represaliadas. Además la numeración de los inmuebles se modificó para que en la calle Londres no existiese el nº 38; en el minuto 2:15 de este vídeo se puede ver la numeración que se le asignó para hacerlo desaparecer administrativamente: el nº 40. ¿Puede ser más evidente el reconocimiento del crimen por los victimarios?

El 12 de octubre de 2005, el recinto fue declarado Monumento Histórico de Chile, a solicitud del "Colectivo Londres 38". El lugar es el único centro de represión y exterminio clandestino de la DINA que no fue destruido; hoy “es un sitio de memoria recuperado y abierto a la comunidad y las organizaciones sociales”.



Museo de la Memoria


El Museo de la Memoria de Santiago da para una visita de día completo. En él se recoge información sobre toda la historia de la dictadura y la represión durante la misma. Hay experiencias desgarradoras, declaraciones grabadas en vídeo a torturados que sobrevivieron, cartas, documentos, prensa, dibujos…

Aquí solo me referiré a algo que me impresionó especialmente: la carta de una niña a Lucía Hiriart, la mujer de Pinochet, y la respuesta de esta.

Ninoska Henríquez Araya, una niña de nueve años, escribió una carta a Lucía Hiriart; en ella le pedía ayuda para poder reencontrase con su abuela Olga y su abuelo Bernardo. Cinco meses antes la DINA los había secuestrado junto a la propia Ninoska, su hermano Vladimir de 15 años y un primo de ambos de 9.


La respuesta de Lucia Hiriart no pudo ser más escueta, impersonal y aparentemente aséptica; sin embargo en ella se aprecia el desprecio más absoluto. En la mecánica y protocolaria respuesta lo único que tuvo que hacer la mujer de Pinochet fue escribir su nombre. Cuando vi la nota de respuesta imaginé a Lucia Hiriart dándose aires de importancia y escribiendo con despreciable condescendencia su nombre en el papel que le presentaban para la firma. Me pareció que aquella línea escrita a mano retrataba su soberbia y arrogancia: escribía su nombre encima de la nota de respuesta, no en el lugar de la firma, como si, segura ya de que sus órdenes estaban cumplidas, ni siquiera tuviese la necesidad de leer lo que firmaba. Su apellido quedaba reducido a una inicial, pero reforzado con el “de Pinochet”, la herramienta más visible de aquel régimen sangriento.

Aquella respuesta tan aséptica, y con palabras anodinas y de significado neutro (estudio y resolución), convertía la política represiva en algo meramente administrativo, otra manera de ocultar el crimen cometido.

Los abuelos de Ninoska nunca han aparecido. El resultado de su carta no pudo ser más amargo para la niña y su familia.


Bloque de hormigón



El cuarto elemento en el que creí ver reconocimiento del crimen en la ocultación es un objeto que se expone en el Museo de La Memoria: un bloque de hormigón.


El 8 de julio de 1971 se produjo un terremoto en Chile. La Unión Soviética donó una fábrica de paneles de hormigón destinados a construir viviendas sociales del programa de gobierno de Unidad Popular. En noviembre de 1972 Salvador Allende y el embajador de la Unión Soviética firmaron uno de los paneles con un texto que decía: “Gracias compañeros soviéticos y chilenos”. El panel quedó expuesto a la entrada de la fábrica convirtiéndose en un símbolo del proyecto socialista de Allende, en el que el derecho a la vivienda se entendía como un derecho fundamental.

Después del golpe la administración de la fábrica pasó a manos militares. El panel conmemorativo se cubrió con estuco y pintura y su mensaje fue ocultado. Algunos de los trabajadores fueron detenidos y torturados, y cinco de ellos desaparecidos. La fábrica fue cerrada en 1979.

Este panel también es memoria colectiva que quisieron borrar.



Ni aquella dictadura, ni quienes participaron en ella y continuaron en las instituciones de la república consiguieron ocultar su barbarie. El pueblo vuelve a manifestarse contra la injusticia, y el gobierno saca a la calle el ejército y los carabineros, que vuelven a reprimir con violencia vesánica… Pero la lucha continúa.

¿Se están abriendo de nuevo las grandes alamedas por las que pasan seres humanos libres construyendo una sociedad mejor?

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