2021/09/12

GR-282 SENDA DEL PASTOREO (3)

 


2.- CERCA DE CASA

GR-282. Camino natural Senda del Pastoreo.
Viaje a pie y en solitario realizado en 20 etapas (en periodos de 3, 4 y 5 días) entre el 8 de junio y el 8 de julio de 2021.

Segundo periodo: del 14 al 16 de junio de 2021
Itineraio: Izarra – Villalba de Losa – Kobata – Bóveda


El lunes 14 de junio retomé la Senda del Pastoreo con la intención de llegar al extremo occidental del recorrido y comenzar a llevar la contraria al sol por las mañanas. El fin de semana tenía un compromiso familiar, pero si el viernes llegaba hasta Espejo ya habría terminado todas las etapas que pasan por Bizkaia y Burgos; hasta no llegar a la sierra de Andia no caminaría de nuevo hacia el W . Las previsiones del tiempo no eran halagüeñas y, en buena medida, terminaron cumpliéndose.

Sierras y lugares conocidos

El territorio que tenía previsto recorrer durante la semana era conocido para mi: la sierra de Gibijo, la parte más oriental del valle de Losa, la sierra Salvada, Peña Gobea, Valderejo y los pueblos de San Zadornil. Pero no llegué a Valderejo; terminé este periodo en Bóveda y el jueves volví a casa.

La primera etapa me llevó hasta Villalba de Losa. Ascendí desde Izarra hasta el Alto del Corral desde donde pude recorrer con la vista todo el borde de la sierra Salvada por el que pasaría al día siguiente. Antes tendría que atravesar la sierra de Guibijo hasta la cascada del Nervión y el Monte Santiago para descender luego a Berberana.

A partir del Monte Santiago el bosque cambia, no es ya como el que hasta aquí había sido habitual durante las primeras etapas. Al salir del hayal abundan los espinos y acebos que el ganado ramonea dejando en los acebos figuras curiosas en forma de cono. Más abajo el paisaje se adehesa y abundan las encinas, algunas con troncos bien gruesos.



En Berberana pensaba comer un menú en el restaurante Amparo, pero estaba cerrado; el Coronavirus había provocado el cierre temporal (en el mejor de los casos) de muchos locales de hostelería. Opté por comer unos frutos secos junto a la iglesia y sestear un rato antes de seguir hasta Villalba de Losa.


A partir de Villalba disfrutaría de la sierra Salvada, con menos prisa que nunca, antes de volver a atravesar el valle de Losa por Barriga y Fresno de Losa para llegar luego a Bóbeda.

Sierra Salvada, mirador incomparable

Conocer la sierra y haberla pateado a menudo me daba la tranquilidad suficiente para no apresurarme; sabía que el día me daba horas de sobra para llegar a Kobata. Entre Txarlazo y el Tologorri me detuve en cada cumbre para admirar desde cada una de ellas todo el alto Nervión. Desde el Txolope y el Solaiera centré mi atención en Orduña y La Junta de Ruzabal; me detuve sobre todo en observar Lendoño de Abajo y, aquí, el barrio Elizalde y el caserío familiar.




En el Bedarbide miré hacia el polígono industrial de Saratxo. Era imposible distinguir a simple vista el piquete de trabajadores y trabajadoras de Tubacex a la entrada de la factoría de Amurrio. Sin embargo, su lucha era ‒lo debiera ser y lo tiene que seguir siendo‒ el acontecimiento más importante de Aiaraldea para cualquier persona que tenga como uno de sus valores prioritarios la solidaridad de clase. Llevaban 124 o 125 días de huelga, una huelga que enfrentaba ‒y lo sigue haciendo después de 214 días‒ a la plantilla de las plantas de Tubacex de Laudio y Amurrio con una patronal codiciosa, prepotente y tozuda. Toda la comarca apoyaba la reivindicación y las movilizaciones de una plantilla unida en la lucha y se unía a ellas, aunque las instituciones locales gobernadas por el partido gobernante en la comunidad lo hacían con la boca pequeña.



Si la sierra Salvada tiene atalayas incomparables, en el Bedarbide me detuve para contemplar Acerálava y Tubacex, imaginarme en el piquete y solidarizarme con la movilización y la reivindicación de la plantilla y de toda la comarca: "en Tubacex no sobra nadie". Hice algunas fotos con la banderola reivindicativa y las compartí con algunas personas conocidas y partícipes en esa lucha por el empleo y por la dignidad, que ya se había convertido en ejemplar mucho más allá de la comarca de Aiaraldea.

Desde el Bedarbide pude contemplar un magnífico paisaje en el que se estaba produciendo una magnífica lucha por los derechos laborales, por la justicia, por una vida digna para todas las personas, por el desenmascaramiento de quienes con discursos y propuestas engañosas apuntalan privilegios, como si fuese necesario que los haya para que el mundo funcione. No podía saber cómo acabaría la movilización de toda una comarca, pero solo con la unión solidaria conseguida hasta entonces el esfuerzo había tenido sentido. (Hoy, cuando publico esto, lo tiene mucho más).

Tormentas a media noche

El día que llegué a Kobata fue caluroso. En la fuente de Iturrigorri refresqué todo mi cuerpo y lavé toda la ropa que llevaba puesta, menos los calcetines por si no se secaban del todo y los tenía que cambiar o volver a ponerlos húmedos. Fui hasta el haya más cercana para comer a su sombra el bocadillo que me habían preparado la víspera en el bar social de Villalba de Losa. En unos espinos tendí la ropa al sol. El aire y el sol no la habían terminado de secar cuando me la puse para seguir hacia Kobata.

Se anunciaban tormentas y no sabía dónde iba a dormir. Por el camino entre Ponata y Kobata, por el alto de la Lastrilla, pensaba en las chabolas de pastor, pero no recordaba ninguna que tuviese un porche como para protegerme en caso de lluvia. Al llegar al refugio de Kobata, antes de las primeras chabolas, decidí quedarme en su pequeño porche para pasar la noche. En la fachada sur tiene un pequeño refugio abierto, pero estaba lleno de hierba seca y basura, así que preferí el porche. No muy lejos tenía la fuente donde poder asearme; su agua no es potable y a mi no me quedaba mucha, pero un montañero que había llegado hasta allí en todo terreno por el portillo del Aro, y ya se marchaba, me dio la que él tenía.

En el porche del refugio monté mi precario lecho para la noche. Yo apenas cabía a lo largo. La cabeza me daba en los barrotes de la puerta y los pies en los del balconcillo que se abre hacia el sur. Entre las escaleras de la entrada y la pared coloque la esterilla y el saco; la mochila la puse al borde de la escalera para protegerme la cabeza. Crucé los bastones en el tercer y último peldaño de la escalera y até un cordino entre la puerta y la columna del porche; colgué la toalla en él con la intención de que me protegiese del aire que pudiese llegar desde el este. Todo ello no era más que una precaria protección contra nada.




Para las 21:30, todavía de día, ya estaba metido en el saco, pero dormir era imposible por el ruido de los cencerros del ganado y los gritos de algún pastor encerrando las ovejas en un cercado. También por la visita de un par de mastines que se acercaron y me ladraron un rato; les hablé tan fuerte como ellos ladraban y no tardaron en irse, no sin antes echar una meada contra los bancos que hay frente a la entrada del refugio.

A media noche empezaron las tormentas. El viento metía el agua en el porche, sobre todo desde el sur, a mis pies. Puse a la mochila su forro impermeable y me metí con el saco en la funda de vivac. El viento metía el agua hasta mi cintura. Las tormentas no cesaron hasta bien entrada la madrugada. Hacían callar los cencerros, pero volvían a sonar en cuanto amainaba. Cuando los truenos cesaron pasé de la entrevela al sueño. Sin embargo, antes de que la claridad de la mañana me despertase lo hizo el todo terreno del pastor que por la noche había encerrado su rebaño en un redil cercano, y cuyos mastines discutieron conmigo. Sacó las ovejas y al ruido de cencerros se sumaron los balidos de estas. No dejó de llover hasta las 08:30.

Losa, el valle vecino

Losa es el valle que está al otro lado de la línea de horizonte de mi pueblo, una línea que la sierra Salvada dibuja con precisión. La parte oriental de Losa limita con Euskal Herria por el este, por el norte y por el sur. Entré en el valle el primer día; lo atravesé el segundo para llegar a la sierra Salvada, también el tercero para salir de ella; lo abandoné para llegar a Bóveda por la sierra que lo separa del valle de Valdegobía. No hacía ni un mes que en un viaje en bici de varios días había pasado por los pueblos que ahora caminaba. De todos los pueblos por los que pasé tenía alguna referencia desde que era niño, aunque en la mayoría de ellos no había estado antes de este viaje o del que hice en bici un mes antes.


No hacía todavía un mes que había estado unas horas en Villalba, ahora pasaría la tarde y la noche en el pueblo. Cené (muy pronto) en el bar social “Juan de Garay”, donde también me prepararon un bocadillo para el día siguiente y un café con leche, zumo y galletas para desayunar. El café con leche lo calenté por la mañana en el microondas del albergue “Santa Fe Juan de Garay”, un albergue grande y bien equipado donde no se alojó nadie más.

Al iniciar de nuevo la marcha por la mañana no vi ni una persona en Villalba. Pasé después por Zaballa y Mijala, que también parecían desiertos. En Mijala, el cartel del GR con el nombre del pueblo a su entrada tenía tachado el nombre. ¿Lo habrá borrado alguien que no quiere forasteros? ¿Alguien que no quiere que pasen cerca de su casa? Antes de abrir la barrera que me daba entrada a Mijala pasé bajo las ramas de un cerezo que ponía su fruta a mi alcance; no desprecié la oferta y comí un puñado de cerezas. El pueblo tiene alrededor de una docena de habitantes, pero no pude hablar con nadie, ni siquiera saludar. Donde la vida bullía era en la vasta zona de pasto que rodea Pozolagua, ya en la sierra, pero ni un ser humano. Vacas y caballos por doquier.

Cuando al día siguiente salí de Kobata para volver a atravesar el Valle de Losa de norte a sur por Barriga y Fresno, el ganado que ocupaba todos los pastos de los alrededores era también numeroso; aquí menos caballos, pero muchas ovejas.


En Barriga y Fresno de Losa, al contrario que en Zaballa y Mijala, no solo saludé e intercambié algunas frases con más de una persona, también me sorprendí con dos mujeres a las que yo no reconocí, pero sí ellas a mí.

En Barriga, para asegurarme de que la dirección que yo llevaba era la adecuada, pregunté a una vecina por el camino hacia Fresno. Hablé un rato con ella y su marido sobre la ruta que estaba haciendo. Ella me preguntó de dónde era.

‒De Lendoño ‒le dije.

‒¿No serás hijo de Gutiérrez? ‒preguntó ella.

Me dijo que ella era de Mendeika y la conversación se alargó un rato para volver a situarnos entre los límites de un periodo de tiempo que ya hace décadas que pasó, pero en el que pudimos haber coincidido más de una vez por vecindad.

En Fresno me senté junto a la fuente para comer algo. Hacía casi un mes que había pasado en bici por el pueblo. Entonces había llegado a él por primera vez, porque, aunque nunca había estado allí, su nombre lo había oído repetir desde pequeño. Una familia de Vitoria que tenía una casa como segunda vivienda en Fresno, solía encargar a mi madre y mi padre la elaboración y curación de chorizos caseros. Lo hicieron durante varios años. Hacía un mes no había visto a nadie para indagar indagar sobre aquellos antiguos conocidos.

En esta ocasión, mientras comía aparcó en la plaza un vecino que entabló conversación conmigo. De una casa cercana, que tiene servicio de bar, salió su mujer que al verme dijo abriendo los brazos:

‒¡Si este fue mi profesor!

La mayoría de las alumnas y alumnos que yo he tenido no tenían más de ocho años cuando lo fueron, así que reconocerles me resulta difícil cuando han pasado muchos años. Ella fue quien me recordó sus nombres. También me preguntó sobre quienes entonces eran mis compañeras de trabajo y me dio recuerdos para Josune.

Al extremo occidental de Álava

Salí de Losa desde Fresno por un camino herboso entre pinos que me llevó hasta la Peña de los Hozanillos, en la pequeña sierra de la Risca de San Pedro que separa Losa de Valdegovía. Llegué a Bóveda, desde donde pretendía seguir al día siguiente hasta San Millán de San Zadornil después de atravesar Valderejo. Se anunciaban lluvia y tormentas. Con la esperanza de seguir (aunque lleno de dudas) dormí en Bóveda en la casa de agroturismo Herranetxe.


Las tormentas de la noche y negras nubes cubriendo la sierra Gobea por la mañana y amenazando lluvia de nuevo disiparon mis dudas. Estaba en el extremo occidental de Araba. Antes de volver a casa para el fin de semana quería haber atravesado Valderejo para cambiar el rumbo antes de las siguientes etapas y comenzar a caminar cada mañana mirando al sol.

Lleno de dudas volví en autobús a casa. Primero a Gasteiz y de allí a Laudio. Atravesé paisajes por los que en las siguientes etapas caminaría, aunque semiborrados por las nubes y la lluvia, una lluvia que me alegró porque me confirmaba que la decisión que había tomado había evitado que tuviese que atravesar la sierra Gobea entre niebla y Valderejo bajo la lluvia.

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