2021/09/22

GR-282 SENDA DEL PASTOREO (4)

 


3.- LLEVAR LA CONTRARIA AL SOL

GR-282. Camino natural Senda del Pastoreo.
Viaje a pie y en solitario realizado en 20 etapas (en periodos de 3, 4 y 5 días) entre el 8 de junio y el 8 de julio de 2021.

Tercer periodo: del 21 al 25 de junio de 2021
Itineraio: Bóveda – San Millán de San Zadornil – Espejo – Nanclares de la Oca – Oquina – Marquínez



Me alejé de Bóveda dispuesto a mojarme si la lluvia insistentemente anunciada llegaba. La sierra Gobea o de Bóveda no estaba oculta por las nubes como cuatro días antes, cuando interrumpí la marcha. Sin embargo, las predicciones de lluvia y tormentas eran serias. Me cabía la esperanza de que acabasen equivocándose, pero no eran las únicas que anunciaban mal tiempo; el cielo hablaba del presente y no parecía que su amenaza fuese para un futuro incierto o lejano.

Bóveda y Valderejo

La primera etapa de este periodo me llevaría hasta San Millán de San Zadornil, donde había dejado el coche con todo lo que durante la etapa no iba a necesitar. Fue de varios kilos de los que me libré, aunque solo para la primera etapa; después tendría que cargar con ellos. Mi hermano Jesús me llevó hasta Bóveda para retomar la ruta donde la había dejado.

Bóveda había sido inicio de otra ruta que hice con Josune en julio de 1993, hace ya más de 28 años; había sido lugar de paso de otra realizada en solitario en 2001; también ha sido meta en unas cuantas excursiones con mis compañeros de monte o con grupos escolares; no ha faltado alguna excursión para ver el menhir de Ribota o para buscar fósiles...

El pueblo, aunque no mucho, algo ha cambiado en todos estos años. Me pareció que las que no han cambiado nada son sus dos fuentes gemelas, una en cada extremo del pueblo. Se trata de dos generosas tripletas: a los lados de los generosos caños para el consumo humano abrevaderos para el ganado, y detrás de ellos el lavadero cerrado y cubierto. Triple uso para la misma agua. Hay otra fuente al borde del río, cerca del extremo occidental del pueblo.



Cuando llegué a Bóveda por primera vez no recuerdo haber visto el frontón (tal como se ve ahora, al menos) ni las piscinas, que ya no se abren. Lo que sí ha cambiado es su demografía. En 2019 tenía 66 habitantes; en lo que va de siglo su número ha descendido el 27%. Subiendo hacia el Portillo de la Sierra para entrar en Valderejo pensaba en Villamardones y Ribera, dos pueblos que acabaron despoblándose en la década de 1970, pensaba que ese podría ser el futuro de Bóveda de continuar ese ritmo de despoblamiento. Espero que la tendencia cambie.

Era lunes y faltaban unas cuantas horas para el mediodía cuando atravesé Valderejo. Al pasar por La Lastra, donde se encuentra el centro de interpretación del parque natural, no vi a ninguna de la docena de personas que viven en el pueblo, que sumadas a las tres de Lahoz, son todas las que viven en Valderejo. Estas dos poblaciones, Villamardones y Ribera fueron un municipio independiente hasta 1967.

Las ruinas de Villamardones, rodeadas de vegetación, se asomaban a los prados que tienen al este; yo las miré de lejos, desde el otro lado de la vaguada que nos separaba. Las de Ribera, a excepción de la iglesia, están ya ocultas por la maleza y los árboles. Había visitado estos dos despoblados en muchas ocasiones. El primero que conocí fue Ribera, poco después de que fuese despoblado y bastante antes de que Valderejo se declarase parque natural. Entonces sus casas, aunque abandonadas, permanecían en pie con dignidad. Más tarde todas se incendiaron porque (y esto solo lo sé de oídas) el ganado entraba en ellas, subía a la planta de arriba y al romperse las tablas del piso quedaba colgado sobre los cabrios sin posibilidad de salir.

Me alejé de Ribera por el precioso desfiladero que el río Purón ha abierto hasta Herrán durante milenios. Antes de Herrán abandoné el desfiladero para subir hasta el collado de Santa Ana y llegar a Villafría.


Villafría de San Zadornil

La mayoría de las veces que he ido a Valderejo he comenzado el recorrido, casi siempre circular, en Villafría. Cuando pasé por él la primera vez para ir a Ribera solo vi un pueblo pequeño y deshabitado. Las últimas veces que lo he visto me ha parecido un pueblo redivivo, con pocos habitantes, pero muy cuidado. Cuando en este viaje llegué a él me senté en una de las mesas que hay en una hermosa pradera pegada al pueblo y convertida en zona recreativa. No había terminado de comer la lata de conserva que había abierto cuando la amenaza de tormenta se convirtió en un aguacero real. Recogí todo, mientras no podía evitar que la lluvia me empapase, y corrí hacia el lavadero cubierto que tenía enfrente a unas cuantas decenas de metros.



La violencia del inicio de la tormenta se redujo, pero tardó en amainar. Abrigado y con frío busqué información sobre el pueblo con mi teléfono y descubrí algo que no podía haber descubierto pasando mil veces por Villafría sin encontrar a nadie con quien hablar: hubo un alcalde de la Jurisdicción de San Zadornil que decidió unilateralmente derribar el pueblo de Villafría para convertirlo en terreno de pastos. No voy a contar yo la historia. En este enlace se cuenta de manera resumida. A mi me emocionó y pienso volver con tranquilidad a Villafría para tratar de escuchar la historia de boca de quienes se han esforzado en hacer del pueblo “un estupendo lugar para vivir”.

La Lluvia condiciona mi viaje

Acabé prefiriendo la lluvia que llega desde el cielo a la que, ya depositada en el suelo, fui recogiendo en mis pies.

En Villafría me había mojado mientras corría a buscar refugio en el lavadero. Cuando ya había escampado y seguí mi camino sentía la humedad en mi cuerpo. En el resto del camino hasta San Millán de San Zadornil me empapé desde los pies a las rodillas al pasar por los tramos de camino más herbosos. En San Millán esperaba encontrar el pórtico abierto para dormir, pero estaba cerrado y era inaccesible. Elegí el frontón, junto al que tenía aparcado el coche. Pronto comprobé que con las tormentas la lluvia entraba hasta el fondo. Me acordé de Gurendes, el pueblo de al lado, ya en Araba. También recordé un recorrido por pueblos abandonados de Araba que hace ya 28 años hicimos Josune y yo. La primera etapa de aquel fue casi igual a la que acababa de dar por terminada. Entonces dormimos en Gurendes.


Me aseé en una fuente cercana a las piscinas de San Millán y, aprovechando que tenía el coche, fui hasta el pórtico de la Iglesia de Gurendes, donde pasé la noche. El sonido de la lluvia me despertó varias veces.

Me levanté a las seis de la mañana. Después de recoger , publicar algo en Facebook y desayunar dos galletas y una manzana salí en coche hacia San Millán helado de frío y bajo de moral. Ya no llovía, pero estaba nublado y el pronóstico del tiempo no era halagüeño.

Entre San Millán y Espejo la lluvia no hizo acto de presencia más que para recordar un par de veces que podía desatarse en cualquier momento. Hasta Valpuesta no me llegó desde el cielo, pero el camino discurría por caminos tan poco frecuentados en aquellas fechas que nadie había sacudido el agua recogida por las hierbas que pisaba, o las que, con solo rozarlas, la arrojaban sobre mis piernas y mis pies.

Valpuesta y su Colegiata de Santa María merecen una parada, o una visita exclusiva, y dedicarle algún tiempo a conocer su historia. Yo, en este viaje, apenas paré. La iglesia estaba rodeada de vallas de obra.

Entre Valpuesta y Villanueva el camino no estaba invadido por la hierba y el agua no siguió acumulándose en mis botas, que hacía tiempo debían de tener muchas grietas en el GoreTex. Después, hasta pasar Villanañe, caminé por pistas agrícolas y asfalto. Luego volví a recoger el agua de la hierba del camino.


Al llegar a Espejo paré en el restaurante La Cabaña. Las dos galletas y la manzana que había desayunado eran ya un recuerdo lejano y no pude resistir la tentación de comer el menú que se anunciaba a la puerta. No me apresuré nada para consumirlo. Mientras comía consulté las previsiones del tiempo varias veces con la vana esperanza de que fuesen cambiando.

Mi idea para ese día era haber llegado a Guinea. Preferí tomar un autobús en Espejo para volver a por el coche a San Millán. Mientras lo esperaba me descalcé y colgué los calcetines al borde del poyo en el que me sentaba apoyando mi espalda en una pared orientada al sur y caldeada por el sol. Este, que asomaba intermitentemente entre nubes oscuras, y el aire los secaron.

Una etapa corta y otra larga acortada

Cuando volvía de San Millán en mi coche no dejaba de pensar que estaba trampeando la primera idea de hacer el GR-282 únicamente con los medios que yo pudiese transportar y sin ayudas adicionales. Pero no me atraía la idea de caminar bajo la lluvia y la niebla sin disfrutar del paisaje que atravesaba.

La etapa de San Millán a Espejo es una de las 19 “oficiales” del GR (yo lo hice en 20). Solo tiene unos 14,5 km. La siguiente, hasta Nanclares, tiene unos 35. Mi idea era añadir a la primera los 7,5 km que separan Espejo de Guinea, para reducir también los km de la siguiente. No hice a pie los 7,5 km. Fui en coche a Guinea para dormir en el pórtico de su iglesia.


Aunque cuando me metí en el saco no parecía amenazar lluvia, llovió durante la noche; no dejó de hacerlo hasta las 06:30 de la mañana.

Desde Guinea, caminando hacia el norte, subí a la sierra de Arkamu por buen camino y un bonito encinar. El cielo estaba oscuro y cuando me asomé al valle de Kuartango nubes oscuras flotaban delante de mi queriendo tocar las cumbres que podía divisar enfrente; destacaba la pirámide del cercano Marinda al otro lado del valle. Hacia el E las nubes se apoyaban en la cumbre de Montemayor. Atravesé la sierra en su dirección para pasar por la lobera de Barrón; lo hice por un sendero que ya había recorrido unas cuantas veces en ambas direcciones (Pyrenaica 218 (2005); páginas 40-45).


Después de un error de orientación, que alargó unas horas el recorrido, llegué a Subijana-Morillas donde pensaba haber dormido. El pórtico de la iglesia estaba cerrado, así que seguí 8 o 9 km más para llegar a Nanclares.

El cielo no ejecutó su amenaza de lluvia. Los días siguientes, convertida en niebla, esta depositó el agua en las sierras y caminos que yo atravesaba.

Bosque, niebla y una llamada inesperada

Atravesar los montes de Vitoria es hacerlo por bosque para asomarte de vez en cuando a La Llanada o a Treviño desde lugares con excelentes panorámicas. Había dormido en una casa de agroturismo, alejada de Nanclares y cerca de la cárcel de Zaballa. Fui a desayunar al Ruta de Europa antes de ascender desde Subijana hacia la primera de las tres cumbres de los Montes de Vitoria coronadas por antenas, la del San Miguel o Peña Mayor. La niebla jugaba en las cumbres; rozaba la del Busto y cubría el Zaldiaran por completo cuando pasé por él. Sin embargo, para cuando llegué al puerto de Zaldiaran la niebla ya había desaparecido.

Mientras ascendía hacia el San Miguel recibí una llamada de la Ertzaintza preguntándome por mi coche. Algún vecino de Guinea les había llamado porque llevaba varios días aparcado y le preocupaba que al dueño le hubiese pasado algo en el monte. Les dije que el coche seguiría allí unos días más.

En los Montes de Vitoria la mayor parte del sendero discurre por quejigales y hayedos. La niebla no me dejó disfrutar de las panorámicas que ofrecen sus cumbres hasta después de pasar el puerto de Vitoria. Desde la cumbre del Cuervo ya pude contemplar Treviño y las sierras de Codés y Cantabria, Pero de nuevo volví a atravesar bosques durante varios kilómetros. En las cercanías del Pagogan, con el cielo ya mayoritariamente azul, me senté a disfrutar de las vistas sobre Treviño y las sierras de Codés y Cantabria y dejé que el sol calentara mis pies descalzos.


Poco después, al asomarme hacia la vertiente norte e iniciar el descenso hacia Okina, volví a pararme para recorrer con la vista las cumbres que se divisaban al otro lado de La Llanada Alavesa, el Aratz y las de la sierra del Aitzgorri entre otras.

Pórticos para dormir

Los pórticos de las iglesias de Gurendes, Guinea y Okina me ofrecieron su espacio para dormir. En los tres el sonido del agua me mecía entre el letargo y el sueño. En Gurendes y Guinea fue el de la lluvia, en Okina el de un arroyo cercano alimentado por las lluvias de los días anteriores.


En Gurendes el cielo cubierto hizo más densa la oscuridad de la noche. En Okina las copas de los árboles que cubren el juega bolos que hay a la puerta del pórtico, la hicieron absoluta. El arroyo contiguo en el que me había aseado llenaba de sonido las tinieblas. En Guinea, cuando ya estaba adormecido en el saco y la noche a punto de caer, se encendió el alumbrado público y una farola cercana alumbró mi lecho.

Cuando en viajes similares a este he dormido en algún pórtico, he hablado con algunas personas del pueblo antes de hacerlo. Así procuro que el forastero que ven rondar por allí no lo sea tanto para ellas, que su curiosidad quede satisfecha y que la posible desconfianza se diluya. En Gurendes no lo hice, porque la lluvia no me dejó dar un paseo por el pueblo. Cuando empezaba a hacerse de noche descubrí que una mujer me observaba desde una ventana de una casa cercana. Le saludé con la mano y le grité un buenas tardes, pero no me contestó, aunque siguió mirándome un buen rato. En Guinea me acerqué a la casa más cercana a la iglesia para charlar un rato con alguien del vecindario. Quizás fueron quienes llamaron a la Ertzaintza preocupados porque no volvía a recoger mi coche; no les debí decir que tardaría en hacerlo. En Okina el pórtico de la iglesia no se ve desde casi ningún sitio del pueblo, pero fue donde con más gente hablé; hasta me dejaron una escoba para limpiarlo.

A paso rápido por un desfiladero que hay que recorrer despacio

Aunque entre Okina y Sáseta el desfiladero del río Uda, Ayuda, o Ihuda (de las tres maneras lo vi escrito en carteles del sendero) merece un paseo pausado para disfrutar de todo lo que ofrece, yo lo hice a toda prisa. Sombrío aún por la hora y desdibujado por la niebla caminé rápido recordando aquel viaje que hice con Josune en julio de 1993, entonces en dirección contraria. Entones, después de haber dormido en un viejo establo de Sáseta (pueblo casi totalmente abandonado en aquel tiempo), las pozas del río Uda eran una tentación y una necesidad para nosotros; no lo dudamos y nos sumergimos en el río.

Ahora la prisa por llegar a Markinez para volver a casa en transporte público, el sombrío y umbrío paisaje y la baja temperatura han sido razones para que el río no me tentase.

Solo en Urarte me detuve un rato para admirar sus casas, muchas blasonadas, y su iglesia, que dan idea de un importante pasado. Me sorprendió su fuente. Me pareció un pueblo muy cuidado, al que pienso volver para verlo con mucho más detenimiento.

Cuando llegué a Markinez la niebla empezó a disiparse.



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