2021/09/08

GR-282 SENDA DEL PASTOREO (2)

 




1.- SIGUIENDO AL SOL

GR-282. Camino natural Senda del Pastoreo.
Viaje a pie y en solitario realizado en 20 etapas (en periodos de 3, 4 y 5 días) entre el 8 de junio y el 8 de julio de 2021.

Primer periodo: del 8 al 11 de junio de 2021
Itineraio: Arantzazu - Arlaban - Urkiola - Arraba - Izarra


Viajar hacia el W no es peregrinar

Viajar con mochila y a pie hacia el W en el norte de la Península Ibérica supone que en más de una ocasión te confundan con un peregrino camino de Santiago. Más de una vez me lo han preguntado durante este viaje, o me han gritado: “¡buen camino!”, como se acostumbra entre los peregrinos a Santiago. A quienes me preguntaban les aclaraba la ruta que hacía. Lo que no les explicaba es que si lo mio es peregrinaje se parece más al de la canción Piedra y Camino de Atahualpa Yupanqui, y que el “sueño lejano y bello” del que soy peregrino no tiene nada que ver con horizontes utópicos ni con mitos que sirven para afianzar la creencia en ellos.

En Arantzazu comencé un recorrido circular de 20 días. Durante los seis primeros no pensaba contradecir al sol; caminaría siguiendo su misma ruta. Lo que no sabían ni él ni quienes me confundían con un peregrino es que después le llevaría la contraria con insistencia, aunque terminaría mi “peregrinaje” cediendo y dejando que me volviese a golpear por la espalda a las mañanas, cuando la niebla y las nubes le dejasen.

Sorpresas por desconocimiento

El primer periodo de los cinco de este viaje me llevó, durante cuatro días, desde Arantzazu hasta Izarra. Al salir del recién estrenado Arantzazu Aterpetxea, donde había dormido (yo fui su tercer cliente, y único aquella noche) observé los generadores eólicos que asomaban por detrás del cercano horizonte dibujado por la sierra de Urkilla. Abandoné Arantzazu descendiendo hasta el valle por el que discurre el río Urkulu en en su corto camino hasta el Deba. No tardé mucho en estar en medio del bosque ascendiendo entre hayas. El trazado que mis pasos dibujaban reproducía la orografía de las faldas de la sierra de Urkilla. En cada recodo un arroyo atravesaba el camino y lo embarraba, aunque no en exceso.

Desde Artasoro, zona de pastos, pude ver cómo iba quedando atrás Arantzazu. Sin embargo en la mayor parte del recorrido de la primera etapa el bosque me rodeaba y me ocultaba referencias visuales. Sin embargo, de vez en cuando llegaba a mis oídos el sonido producido por las aspas de los generadores eólicos de la sierra de Urquilla, que los tenía muchas decenas de metros por encima de mi cabeza. Me parecía que el mío era un caminar oculto por la vertiente norte de la sierra, a un paso de la muga entre Araba y Gipuzkoa, como si fuese un contrabandista.

Había comenzado la Senda del Pastoreo, pero me parecía improbable que el sendero que seguía hubiese sido habitualmente utilizado para la explotación pastoril. Sin embargo me acabó conduciendo a Deguria o Degurixa, una depresión o un polje en el que hay una zona de pastos. El lugar era desconocido para mí.


Degurixa, un valle encajado en la sierra de Zaraia, protegido por las cumbres circundantes y jaspeado de rojo por las cubiertas de las chabolas pastoriles, fue uno de los lugares a los que me prometí volver cuanto antes, y más de una vez para compensar el no haberlo descubierto hasta ahora. No he frecuentado las sierras de Urkilla y Elgea, aunque alguna vez haya subido a alguno de sus montes; tampoco había recorrido los lugares por los que pasa el GR en su primera etapa. En Degurixa decidí parar, descolgar la mochila y descalzarme. Sentado y poyado en un fresno estuve largo tiempo contemplando el alargado valle, sus pastos, sus numerosas dolinas y las construcciones pastoriles de tejados rojos y rodeadas de fresnos. Volveré a Degurixa.

Magníficas atalayas

En el monte hay lugares en los que es inevitable parar por los magníficos panoramas que ofrecen. Ante paisajes espectaculares la mera contemplación satisface, complace o entusiasma. Si además puedes poner nombre a lo que ves porque lo conoces, puedes situar en el paisaje lugares frecuentados por ti, aunque los accidentes geográficos los oculten, y puedes imaginar todo un territorio como si volases sobre él, el placer puede ser mayor.

La mayor parte de la segunda etapa (hasta Urkiola) transcurrió por bosque y apenas podía ver mucho más que lo que me rodeaba de cerca. Al pasar por el pantano de Albina ni siquiera pude mirar el cielo sobre el borde superior de los árboles que cubrían las laderas al otro lado del agua, la niebla borraba el paisaje. Solo al atravesar Oleta pude divisar algo más que lo que tenía cerca; la niebla y las nubes abandonaban el Orixol, pero seguían empeñadas en ocultar el Anboto.



En las otras tres etapas, en cambio, disfrutar de amplios panoramas fue posible a menudo. Al abandonar Degurixa y darme la vuelta en el ascenso de la cuesta de Kurutzebarri tuve enfrente y marcando el horizonte la sierra de Aizkorri, y a la derecha las cumbres de la sierra de Urkilla y los generadores que la pueblan. Al llegar a lo alto en la sierra de Elgea, me asomé a la Llanada; podría haber divisado sierras y macizos a los que en unos días llegaría andando, pero la neblina difuminaba tanto sus siluetas que solo las podía identificar con esfuerzo. A mi derecha la niebla ocultaba el Anboto.

La tercera etapa, entre Urkiola y las campas de Arraba, fue muy generosa en miradores de excepción. Desde el Saibigain, para ver los montes del Duranguesado, lo recorrido los días anteriores y lo que en la tercera etapa faltaba por recorrer. El Atxuri, en el macizo del Gorbea, fue una de las atalayas en las que más tiempo permanecí disfrutando de las vistas. Dos razones tenía para hacerlo: las propias vistas y la necesidad de descansar después de la exigente subida a la cima (exigente al menos para mi, sobre todo por la carga).



Cuando tuve que dejar el camino principal que me traía desde Saldropo no tomé el sendero que sube al Atxuri; no había ninguna señal y seguí por la pista principal. Cuando esta comenzó a descender entre pinos me di la vuelta. Cerca del cruce que debía haber tomado vi que se acercaban dos montañeros a los que pregunté para asegurarme de que ahora tomaba el camino adecuado. Me invitaron a acompañarles, porque subían al Atxuri. Pronto me despedí de ellos; la rapidez de su marcha y, sobre todo la carga de mi mochila, no me permitieron seguirles más de diez minutos. Subí despacio, pero el esfuerzo se vio maravillosamente recompensado.

Momentos únicos

Conocía el recorrido entre las Campas de Arraba e Izarra en su totalidad. Sin embargo fue en él en el que disfruté de un momento que dudo que se vuelva a repetir. Llegando a la cima somital del Ipergorta, antes de superar un pequeño resalte en las cercanías del Gorosteta, vi entre las laderas del Ipergorata y del Odoriaga los acantilados de la sierra Salvada. Destacaban sobre el resto del paisaje con una sorprendente claridad. Lancé una exclamación de asombro y me detuve para contemplar algo que me pareció espectacular.


Las paredes de la sierra entre el puerto de Orduña y La Ponata aparecían enmarcadas por la niebla debajo de ellas y un cielo azul con nubes ligeras y de un leve tono rojizo por encima. El sol las iluminaba y resplandecían atrayendo mi mirada. Di unos pasos más y el panorama se agrandó: detrás del Ipergorta y del Oderiaga se dibujaba una línea con las sierras de la Carbonilla y Montes de la Peña, Salvada, Gibijo, Arkamu… Peña Karria, más atrás aún, se veía también iluminada.

No digo que lo que vi no sea habitual, pero coincidir en aquel lugar y con condiciones atmosféricas similares no será fácil que me vuelva a ocurrir.

Hospitalidad inesperada

En Urkiola pensaba dormir en el amplio refugio que hay al NE del santuario. Un cartel en la puerta avisaba de que solo es para servicio diurno y que se cerraba entre las 18:30 y las 09:00. Pregunté en abadeen etxea. Félix, que con su mujer atienden la casa, el santuario y sus propiedades cercanas, me recibió con un gesto que hace tiempo apenas practicamos: un fuerte apretón de manos, una gesto que transmite mucho más que el roce de codos o llevarse la mano al pecho, que permite adivinar la medida de la confianza que se te ofrece y que acerca y une.

A pesar del cartel de la puerta el refugio no se cierra, pero me ofreció el albergue que tiene el santuario, con literas, cocina y servicios sanitarios. Me lo enseñó y me dejó las llaves. Antes de irse me hizo una sugerencia y una invitación. La sugerencia: llenar mi cantimplora en la fuente de Santa Apolonia; la invitación: pasar por abadeen etxea a la mañana siguiente para desayunar, no importaba la hora.



Después de ducharme, cuando salía del albergue para a ir a la ermita y fuente de Santa Apolonia, había tres ciclistas a la puerta que parecían con ganas de entrar. Me explicaron que habían subido desde Durango. Uno de ellos iba con el brazo derecho escayolado, era Mauri Imaz. Lo que estaba haciendo Imaz se trataba de un reto para conseguir donantes de médula ósea para niños con cáncer: subir desde Durango a Urkiola 365 días seguidos. De vez en cuando, sobre todo los fines de semana, le acompañan otras personas; más desde que que se hizo una fractura en el brazo. El 12 de octubre termina el reto.

‒¿Te importa que entremos a ducharnos? ‒me dijeron‒. Félix nos deja la llave y si en el albergue no hay nadie solemos hacerlo.

‒Por supuesto; esto es mucho más vuestro que mío, que solo soy un visitante esporádico. Quien recibe la hospitalidad soy yo ‒les dije. Luego compartí con ellos conversación y unas cervezas.

A la mañana madrugué. A las siete, después de recoger todo, comer algo y abandonar el albergue llamé a la puerta de abadeen etxea. Félix me hizo pasar a la cocina. No me ofreció un café sino un desayuno completo.

‒Mira ‒me dijo‒, acabo de arrancar del calendario la hoja de hoy. Habla de lo que hacemos aquí, de hospitalidad.

Me la dio a leer. El texto explicaba que la hospitalidad hunde sus raíces en África y recogía varios proverbios. Uno tuareg me llamó especialmente la atención: “Al enemigo puedes devolver todo el mal que te hizo, menos privarle de hospitalidad”. Con el permiso de Félix me llevé la hoja.

Nos dimos a conocer mutuamente en lo que tres cuartos de hora de conversación puede dar de sí. Cuando quise pagar la tarifa habitual por el alojamiento no me quiso cobrar, pero a cambio me pidió que volviese de visita algún día. Prometí hacerlo.

Espero cumplir pronto la promesa.



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