2023/12/16

A Albi por las gargantas del Tarn

 


4 crónicas de una travesía de cabotaje por un paisaje sin mar. (4ª)

Dejamos atrás Lussan y volvimos a las orillas del Gardón, que nos indicaría el camino hasta superar algunos puertos de las montañas Cévennes; el Tarn tomaría el relevo después. Pocas fueron las paradas antes de llegar a las gargantas de este río: una en St. Jean du Gard y otra en Florac. La primera parte del recorrido discurrió por la carretera de la Corniche des Cévennes; la tranquilidad que el escaso tráfico aportaba nos permitió atravesar el macizo sin prisas para disfrutar del paisaje otoñal. Poco después de Florac tomamos la carretera que recorre las gargantas del Tarn por la misma orilla del río, a veces a bastante altura sobre él. Entre Ispagnac y Peyreleau, la carretera, que discurre por la margen derecha, se cuelga entre la ladera del monte y el cauce del río; durante unos 55 km se suceden algunos pueblos en los que muchas de sus casas están literalmente suspendidas sobre el río. Los campings se pliegan en los espacios disponibles en la orilla y ofrecen para turistas descensos en kayak por la estrecha garganta. Todos estaban cerrados. Las pequeñas embarcaciones permanecían recogidas en sus instalaciones o a la orilla de la carretera, acompañadas a veces de mobil-homes; las habían alejado del cauce del río en prevención de las probables crecidas antes de la siguiente campaña turística.

Las tardes de noviembre son cortas. Nos detuvimos en Sainte Enimie para pasar la noche. El Tarn se deslizaba a pocos metros de nuestra furgoneta señalando la dirección que debíamos seguir al día siguiente. Antes de anochecer recorrimos el pueblo; sus calles estrechas y sus casas más alejadas del río nos recordaron a Isaba. En una fachada una placa recordaba la inundación que hace algunas décadas superó el nivel de la carretera y de las casas y comercios que se asoman a ella.

Ni aquella tarde ni a la mañana siguiente encontramos tráfico en la carretera que recorre las gargantas, lo que nos permitió recorrerlas despacio y parar cuando quisimos. A partir de Peyreleau las gargantas se abren. El tráfico crecía a medida que nos acercábamos a Millau. Aquí, un viaducto diseñado por Norman Foster necesita ya 2,5 km para que la autopista atraviese la garganta del Tarn; el pilar más alto de los siete que tiene supera la altura de la Torre Eiffel. Dentro de 2.000 años, ¿seguirá en pie este puente como el Pont du Gard?


En Albi volvimos a encontrarnos con el Tarn, aunque para llegar nos alejamos de él y dejamos de circular a su lado. Aparcamos a los pies de la catedral cuando el día se empezaba a apagar; el cielo nublado y una ligera e intermitente llovizna parecían acelerar la llegada de la noche; sin embargo teníamos tiempo para visitar la catedral de ladrillo más grande del mundo.

La catedral se empezó a construir en 1282 como símbolo del poder de la Iglesia Católica y en respuesta a la herejía albigense o de los cátaros. Al comienzo del siglo la Iglesia Católica puso en marcha una cruzada contra el catarismo; los ejércitos del rey de Francia fueron el brazo secular en los enfrentamientos armados contra los condes de Toulouse y sus vasallos y contra el reino de Aragón. La simbiosis entre los dos poderes fue beneficiosa para ambos: la Iglesia Católica consiguió acabar con el catarismo y el rey de Francia integró el Languedoc en la corona francesa. En 1244, casi 40 años antes del inicio de la construcción de la catedral, más de 200 hombres y mujeres cátaras eligieron morir en la hoguera a los pies del pog de Montsegur(1) antes que renunciar a su fe. Fue el final de la cruzada, aunque la Inquisición, creada para combatir el catarismo en el Languedoc, siguió actuando contra esta herejía tres cuartos de siglo más.

Conocíamos Albi; Josune y yo ya habíamos estado otras cuatro veces. Cada vez que leo u oigo el nombre de esta ciudad suelen venir a mi cabeza tres imágenes: la compacta y maciza catedral de ladrillo de Santa Cecilia construida entre los siglos XIII y XV, las pinturas murales que bajo el órgano representan el Juicio Final y los jardines del Palacio Berbie a orillas del Tarn
(2).


La catedral y las pinturas del Juicio Final se grabaron en mi memoria hace ya más de tres décadas cuando Josune y yo llegamos a Albi después de haber recorrido a pie los 250 km del GR-367, el Sendero Cátaro. Al recorrer este sendero, habíamos pasado por los últimos refugios del catarismo, ciudadelas construidas en lugares increíbles, y queríamos conocer Albi. Esta fue la ciudad que dio nombre a la cruzada y en la que la Iglesia Católica construyó después una iglesia que confirmase su poder. La enorme pintura mural del Juicio Final debió tener entre sus funciones la de recordar a los fieles cuál era el camino de salvación; el que proponían los herejes, mucho más sencillo y fácil de entender, no era el adecuado.

El recuerdo de los jardines del Palacio Berbie no depende de mi memoria; su soporte es una foto sacada el verano de 1994. Habíamos regresado al Languedoc para volver a recorrer el Sendero Cátaro, y volvimos a visitar Albi. En la foto que confirma el recuerdo solo estamos Josune y yo; sin embargo nosotros vemos en ella tres personas, cuatro contando a la amiga que nos la hizo.

El palacio Berbie, que hoy es sede del museo Toulouse-Lautrec, fue el palacio episcopal. De ladrillo como la catedral, se construyó también tras la cruzada contra los cátaros. La Iglesia Católica había afirmado su poder sobre los señores feudales del territorio.

Cuando salimos de la catedral era ya de noche. Los jardines del palacio estaban cerrados. Descendimos hasta el Puente Viejo para contemplar un río muchísimo más ancho que el que vimos encajado en las gargantas del Tarn. Por la mañana volvimos al puente para atravesarlo, contemplar la ciudad desde la margen derecha y volver por el Puente Nuevo. Antes de iniciar nuestra vuelta a casa recorrimos el casco antiguo de Albi, entramos en el mercado cubierto, visitamos el claustro de Saint Salvy y volvimos a entrar en la catedral para volver a contemplar la pinturas del Juicio Final y las magníficas decoraciones de las bóvedas.

Albi espera nuestro regreso.







(1)Erlijio bateko azken fidelak. Aiaraldea.eus. 2015/28/10
https://aiaraldea.eus/komunitatea/JoseMariGutierrezAngulo/1482259759848-erlijio-bateko-azken-fidelak


2023/12/15

La soledad del herrero de Lussan

 


4 crónicas de una travesía de cabotaje por un paisaje sin mar. (3ª)


Cuando iniciamos nuestro último viaje, Lussan ni siquiera era un lugar de paso en nuestro itinerario. Al no estar en la ruta prevista desconocíamos hasta su nombre. Fue en Uzès, a donde habíamos llegado para ver la Torre Fenestrelle ‒la primera motivación del viaje‒, donde nos hablaron de Lussan y de las Concluses de Lussan. Decidimos desviarnos algo de nuestro camino para llegar a esa comuna francesa del Languedoc-Rosellón y a las admirables gargantas de su cantón. Resultaron ser dos lugares sorprendentes, aunque cada uno de ellos por razones muy diferentes.


Mientras las Conclusses de Lussan asombran por el extraordinario paisaje esculpido durante millones de años por el río Aiguillon, la visita a la población de Lussan nos desconcertó hasta el punto de producir en nosotros una inquietante sensación de desasosiego.

La población de Lussan ocupa la superficie superior de un promontorio que domina los terrenos de cultivo que la rodean y desde la que se puede disfrutar de bonitas vistas sobre la región de Cevennes y sus montañas. Una muralla bordea todo el perímetro de la parte alta del cabezo y encierra y protege en su interior las casas del pueblo. El castillo que se levanta en el extremo noreste del caserío forma parte de la muralla. Cuatro torres, tres circulares y una que no llega a serlo, cierran la superficie cuadrangular que ocupa la fortaleza, hoy sede del ayuntamiento.

Aparcamos a los pies del castillo en el amplio parking destinado a visitantes. Por el tamaño de este muchas deben ser las personas que se acercan a visitar esta localidad clasificada como beau village; no en vano es uno de los 172 municipios clasificados y protegidos como plus beaux villages de France (pueblos más bellos de Francia). También figura entre las villes et villages fleuris (ciudades y pueblos floridos), aunque en esta clasificación, de la que forman parte 4.642 municipios, solo obtiene el nivel más bajo de los cuatro posibles. Así y todo, un sábado de noviembre de 2023 no había más que una autocaravana en el aparcamiento.



Subimos al pueblo con la intención de visitarlo y comer en alguno de sus restaurantes. A la entrada un cartel nos indicó por donde llegar a los lugares de interés y a los negocios de hostelería. Iniciamos nuestra visita siguiendo el perímetro de la muralla y no vimos ningún ser vivo en todo el recorrido. El plano del pueblo dibuja lo que podría ser un corazón y la muralla su pericardio; sin embargo, dentro de aquel corazón no fluía nada. Las calles estaban vacías, aunque algunas entradas a patios o garajes estaban abiertas y dejaban ver algunos vehículos. Un restaurante exponía profusamente sus ofertas en la entrada; entre los paneles con su oferta y los carteles con su carta había una nota que recordaba que no ofrecían servicio a más de 35 comensales cada día; sin embargo, sus puertas se veían cerradas y su interior vacío y oscuro. Las contraventanas de las casas estaban desplegadas, aunque las ventanas permanecían cerradas, adornadas con blancos visillos que lucían tras los cristales. El castillo, sede del ayuntamiento, solo ofrecía su fachada soleada, pero ningún vano abierto a la hospitalidad. De vez en cuando se oían los ladridos de un perro, alarmado quizás por haber notado alguna voz extraña o nuestros pasos rompiendo el silencio.

Ante aquellas calles ordenadas, limpias y adornadas con un cuidado alejado de la exageración, era inevitable hacerse a la idea de que, por alguna poderosísima razón que nosotros desconocíamos, todos las personas del pueblo lo habían abandonado repentinamente dejándolo todo donde y como estaba.

Dimos la espalda al castillo que nos negaba la entrada y salimos fuera del recinto amurallado. El sendero hacia el aparcamiento nos hizo pasar junto a una construcción que las murallas nunca protegieron; era la herrería, también cerrada y aparentemente abandonada. Ante una de sus dependencias un cartel anunciaba una exposición temática. Sin embargo, a través de sus ventanales vimos un espacio ocupado únicamente por el polvo y algún elemento olvidado. En el muro que soporta el camino de acceso al pueblo otro panel informativo explicaba la historia y las funciones de la herrería. Adornaba el panel una foto antigua con cuatro personajes: el herrero empuña el martillo; a sus lados tiene dos ayudantes; el atuendo y el talante que muestra el cuarto no es propio de un trabajador.

La herrería dejó de ofrecer sus servicios hacia los años 70 del siglo XX; la mecanización de las tareas agrícolas fue la causa de que la fragua, que nunca había estado protegida por la muralla de Lussan, dejase de ser necesaria y se convirtiese en una excrecencia inútil en la ladera sureste del promontorio al que se encaramó el resto del pueblo.

Imagino que la presencia del personaje de la derecha de la foto ‒encorbatado, calzado con polainas y cubierto con sombreo‒ no era habitual en la herrería; presumo también que en los momentos de la decadencia del beneficio y la actividad de la fragua sus intereses ya estaban en otro lado. Cuando los encargos y el trabajo fueron desapareciendo, la mano de obra ya no fue necesaria; sin embargo, alguien tuvo que estar hasta el momento de cerrar, alguien fue la última persona que dejó de volver allí hasta que la pérdida de la llave ya no tuvo ninguna importancia. Me inclino a pensar que fue el herrero, el que empuña el martillo en la foto; quizás fuese Odilon Evesque, a quien se menciona en el panel. La cada vez más frecuente falta de trabajo le iría dejando solo y cada vez más inactivo. Le imagino dejando el martillo sobre el yunque y saliendo a menudo a la calle a la espera de algún encargo.

En la fachada de la fragua hay una silueta metálica, una imagen aherrumbrada de un herrero. Me imagino a Odilon Evesque elaborándola durante sus cada vez más largos periodos de ocio para colocarla en la entrada como anuncio y reclamo de su actividad. Aunque, con el cada vez más habitual ruido de tractores y herramientas agrícolas modernas, ¿cómo pensar que alguien iba a necesitar de su oficio? El sonido del martillo contra el yunque era ya menos frecuente que el de las campanas de la torre del reloj del ayuntamiento.


Al colocar la silueta metálica en la fachada, Odilon debió notar que cuanto más separaba la imagen de hierro de la pared, la sombra más se alejaba de la figura que la provocaba. Acabó fijándola a unos cuantos centímetros del muro para conseguir dos efectos: que no se viese un solo herrero sino dos, y que el segundo, la sombra, se desplazase durante buena parte del día sobre la superficie de la pared con lentitud, pero sin descanso. Al terminar su trabajo pudo alejarse para tomar perspectiva y valorar el resultado; quizás pensó: “¡volvemos a ser tres!”. Quizás, a partir de entonces, su soledad se vio aliviada cuando, en los días soleados, se paraba a la entrada de la herrería sin hacer nada más que contemplar el lento desplazamiento de la sombra de la silueta metálica que se proyectaba en la pared.

No sé si volveré otra vez, pero al abandonar el aparcamiento de Lussan después de 24 horas en el pueblo, a sus pies y en los alrededores pensé cuáles podrían ser las motivaciones para otro viaje a esta localidad; sólo se me ocurrió una. Si en algún hipotético momento sintiese una imperiosa necesidad de instalarme en una absoluta soledad, aunque sólo fuese temporal, lo haría en el parking de Lussan. Una vez en él si en alguna ocasión el síndrome de abstinencia social me forzase a buscar compañía, podría acercarme a la entrada de la herrería para contemplar la imagen del herrero mientras su sombra se desplaza a su alrededor. Si por casualidad Odilon volviese allí para lo mismo, ya seríamos cuatro. Seis, si Odilon y yo hablásemos también con nuestras propias sombras. Una multitud.

2023/12/14

Torre Fenestrelle

 


4 crónicas de una travesía de cabotaje por un paisaje sin mar. (2ª)

La ligeramente inclinada Torre Fenestrelle está lejos del mar; no es un faro, aunque nosotros hicimos que lo fuera. Convertimos la torre cilíndrica de Uzès en norte o baliza para un viaje otoñal; hicimos que fuera la linterna que señalase el puerto principal de nuestra travesía. Gard y Tarn no son océanos, son ríos que ni siquiera llegan al mar; también los transformamos para convertirlos en línea de costa durante una expedición de cabotaje en Occitania. La luz de la Torre Fenestrelle nos guió para llegar a aquella virtual línea de costa. Para volver a casa, fuimos dejando atrás la torre convertida por nosotros en faro. Iniciamos el regreso con la referencia de una costa imaginaria definida por dos ríos que corren en direcciones opuestas: seguimos el Gard hasta las montañas Cévennes; superados algunos puertos continuamos hasta Albi con el Tarn casi siempre a la vista para no perdernos.

La Torre Fenestrelle, el objetivo que motivó el viaje, es la sexta de una lista de doce torres inclinadas que hace algún tiempo nos sirvieron para diseñar el itinerario de un viaje entre Bujalance (Córdoba) y Pisa. La idea era realizarlo en transporte público y sin interrupciones. El tiempo pasaba y la seguridad de disponer de un periodo indefinido de semanas, pero necesariamente largo, no llegaba. Renunciamos, por el momento, a hacer el viaje en tren y autobús y sin regresar a casa hasta terminarlo; decidimos hacerlo por tramos aprovechando espacios de tiempo disponibles, aunque más reducidos. En enero del 2023 viajamos en autocaravana hasta Bujalance. Desde allí atravesamos la península y paramos en lugares con torres inclinadas de las provincias de Córdoba, Teruel, Zaragoza(1) y Lleida. La última torre que visitamos fue la de Santa Eugenia de Nerellá, en Bellver de Cerdanya. Con algunas paradas intermedias, volvimos a casa por el sur de los Pirineos. Ahora hemos viajado por el norte de esta cadena, también en autocaravana, para llegar a la sexta torre de aquella primitiva lista.

La víspera de llegar a Uzès habíamos visitado Nimes, pero volvimos al área de autocaravanas de Castillon du Gard para pasar la noche. Por la mañana, con el sol templando ya el ambiente, aparcamos nuestra camper en un amplio parking a la entrada meridional de Uzès. Buscamos la Torre Fenestrelle, aunque las calles y algunos rincones del pueblo ralentizaron nuestro paseo antes de llegar a las cercanías de la catedral de Saint Theodorit d’Uzès. Al pasar por una calle con el nombre de la catedral supusimos que la torre, que es el campanario de la iglesia, estaba cerca. Doblamos un recodo y la vimos aparecer tras las barandillas que sobre nosotros limitaban la explanada en la que se encuentra la catedral.

La Torre Fenestrelle no tiene ni la inclinación ni la altura de la de Pisa, tampoco es tan esbelta; no tiene las innumerables columnas que rodean a aquella en cada piso; no deambula a su alrededor una masa de turistas, aunque no éramos las únicas personas que habíamos llegado hasta allí por la torre. Mientras la contemplábamos parados, otras dos personas que llegaron a nuestra altura dijeron con júbilo, con el tono que se utilizaría tras haber encontrado un tesoro: voilà ! C'est la tour!

Ascendimos por una escalinata hasta la explanada y admiramos la torre desde todos los ángulos y distancias posibles; a su interior no se puede acceder. Adosada contra el edificio de la iglesia es lo único que queda de la primitiva construcción románica de finales del del siglo XI. La iglesia ya tuvo que ser reconstruida después de la cruzada albigense, la que la iglesia de Roma puso en marcha contra los cátaros, aquellos cristianos que buscaban la perfección a través de la meditación y el ascetismo. Siglos más tarde otras guerras de religión provocaron de nuevo la ruina del templo. La construcción actual es del siglo XVII; la fachada y portada neorrománicas son más modernas aún, del siglo XIX.

La Torre Fenestrelle “es el único campanario cilíndrico de estilo románico de Francia”. En Francia suelen tener la costumbre de darle valor a lo suyo con frases que comienzan con: el más ..., la única de …, el primer …, entre las (xx) más ... ¡Será por la grandeur! Nada de eso es necesario cuando la persona, el lugar, el monumento, la institución o lo que sea tiene su propio valor; lo que pueden hacer las comparaciones es devaluarlo por ponerlo a competir.

Si la Torre Fenestrelle recuerda a la de Pisa es porque no las vemos juntas, pero la de Uzès no necesita compararse con ninguna otra para reivindicarse; su valor está en ella misma. La torre tiene 42 m de altura distribuidos en seis pisos. El primero no tiene aberturas; tras las estrechas columnas y los arcos que soportan los siguientes niveles, los sillares cierran el cilindro del que surge el resto de la torre. En los otros cinco niveles se abren ventanas arqueadas. En el segundo piso no hay 
todavía vanos en todos los tramos limitados por columnas y arcos; las ventanas dobles abiertas en este nivel no se atreven aún a romper la mayor parte del espacio curvo que ocupan. A partir del tercero empieza a haber más luz que piedra, con más atrevimiento a medida que que el campanario crece y se hace más ligero y esbelto. En ninguno de los niveles se repite la estructura y decoración de sus arcos y ventanas.

Volveríamos a última hora de la tarde para ver la torre con otra luz. Antes descendimos al valle de Eure
 para encontrar sus fuentes(2) en la margen izquierda del río Alzon. Hoy suministran agua a Uzés; hace casi 2.000 años, los romanos desviaron su caudal hasta Nemausus, la actual Nimes, para satisfacer las necesidades de su colonia. En el valle de Eure quedan vestigios del acueducto por el que el agua tardaba unas 27 horas en recorrer los 50 km de aquella obra; antes tenía que atravesar el Pont du Gard para superar el río Gard 50 m por encima de él.

Tras recorrer el valle de Eure ascendimos a la ciudad para admirar de nuevo la Torre Fenestrelle, ahora vestida con colores dorados.

Volvimos aún una vez más. Al despertarnos por la mañana, el parking en el que habíamos dormido estaba ocupado por muchos más vehículos que la víspera. Era sábado, día de mercado. Recorrimos la ciudad por calles que la víspera no habíamos pisado y llegamos otra vez a la plaza porticada, la Plaza de las Hierbas; a excepción del espacio ocupado por su fuente central y las terrazas de los cafés, toda su superficie estaba invadida por los puestos del mercado. Estos también se extendían por las calles del pueblo. Donde no había ninguno era en la explanada de la catedral. Llegamos hasta ella para despedirnos de la Torre Fenestrelle. Nos alejamos deshaciendo el camino que la víspera nos había conducido desde el parking hasta ella.

Antes de dejar atrás Uzès buscamos un lugar desde el que poder contemplar la silueta de la ciudad y comprobar con perspectiva si la Torre Fenestrelle está realmente inclinada.



(1)En este enlace se puede leer una crónica de una de las etapas de aquel viaje:
https://60etatikharagobidaiatzea.blogspot.com/2023/03/el-reloj-de-sol-mas-grande-del-mundo.html

(2)Se trata de varios manantiales en la margen izquierda del río Alzon, afluente del río Gard o Gardon. No confundir con el río Eure (afluente del Sena) o con el departamento de Eure que atraviesa este río en Normandía.

2023/12/13

Pont du Gard, un acueducto para atravesar un río del que no toma el agua



4 crónicas de una travesía de cabotaje por un paisaje sin mar. (1ª)


Si viajar, sensu estricto, es trasladarse de un lugar a otro, un viaje puede tener, durante ese traslado, muchos más destinos que el objetivo que lo motivó. Las metas intermedias pueden multiplicarse durante el trayecto hasta el lugar al que hemos decidido viajar, así como al regreso. A mediados de noviembre del 2023 Josune y yo iniciamos un viaje hasta el departamento de Gard, en el extremo oriental de la nueva región de Occitania
(1) (aunque, cultural e históricamente, a ese departamento también se le considera provenzal). Nuestro destino era Uzès y su torre Fenestrelle, pero antes de llegar a Uzès se cruzaron en nuestro camino Castillon du Gard, Pont du Gard y Nimes. Una vez cumplido el objetivo que motivó el viaje, la torre Fenestrelle, los lugares que se adhirieron a nuestro periplo fueron: Lussan, el río Gard o Gardon, los montes Cevennes, el río Tarn y sus gargantas, Albi… A falta de mar, los dos ríos mencionados iban a ser la costa que habríamos de tener a la vista para orientarnos en nuestra travesía.

Llegamos al área de autocaravanas de Castillon du Gard tras recorrer casi 800 km sin caer en la tentación de añadir metas intermedias al viaje. Paramos allí para pasar una noche, hacer al día siguiente una visita rápida al Pont du Gard y llegar lo antes posible a Uzès. No fue posible, el Pont du Gard nos retuvo mucho más tiempo del que habíamos previsto.


El Pont du Gard, declarado patrimonio de la humanidad en 1985, es uno de los lugares más visitados en el sur de Francia. Se encuentra en un paraje muy atractivo atravesado por el río Gard. Los colores otoñales adornaban el entorno bajo un cielo azul, luminoso y limpio, jaspeado por algunas nubes a nuestra llegada y del todo despejado algunas horas después. Para nosotros podría haber sido un lugar de paso de esos que “hay que ver”, un lugar de los que si alguna vez los tienes cerca llegas hasta ellos, aunque nunca hubiese sido tu intención, para evitar tener que contestar a preguntas del tipo: ¿y una vez de estar tan cerca no fuisteis hasta allí?

El Pont du Gard es la parte más espectacular de un acueducto construido hace 20 siglos para llevar agua desde Uzés hasta la colonia romana de Nemausus, la actual Nimes. Aunque entre Uzès y Nimes hay menos de 30 km por carretera, el acueducto que atravesaba el río Gard sobre este impresionante puente tenía 50. Los romanos tuvieron que adaptarse al terreno para construir una canalización en la que, gracias a la gravedad, circulase el agua entre la Fontaine d’Eure
(2), en un precioso valle de Uzès, y Nimes. La orografía y que el desnivel no superase la inclinación necesaria para un transporte idóneo del agua hicieron necesaria la longitud que acabó teniendo el acueducto. En la mayor parte de su recorrido iba canalizado bajo tierra o en la superficie. Al llegar al río Gard era necesario mantener el mismo porcentaje de pendiente; esto suponía que había que construir una estructura que permitiese llevar el acueducto a una altura de 49 o 50 m sobre el río. Esa estructura es el Pont du Gard que hoy podemos admirar. La parte del acueducto que corona esta obra, el canal por el que circulaba el agua, tiene un desnivel de 2,5 cm en sus 275 m de longitud(3). El acueducto tiene algo más de 12 m de desnivel para sus 50 km de longitud; antes de llegar a la próspera colonia romana de Nemausus, el agua necesitaba más de un día para hacer el recorrido(4).

Entramos en el entorno natural en el que se encuentra este monumento, un espacio de más de decena y media de hectáreas en las que, aunque el acueducto es la estrella, el entorno lo adorna de tal manera que tan admirable es el protagonista como su ropaje. Nos acercamos al puente romano por la margen izquierda del rio Gard y lo atravesamos por el puente nuevo, adherido a aquel en el siglo XVIII. Este se construyó al nivel de los arcos inferiores del acueducto para permitir el tráfico rodado, aunque a partir del año 2000 ya no lo soporta; todo el vasto entorno del Pont du Gard está libre de él. Visto el puente desde aguas abajo no se apreciaría la existencia de dos construcciones diferentes si no fuese por la mayor anchura de los arcos inferiores.

Recorrimos la margen derecha aguas arriba y abajo. Los plátanos, al borde de la avenida por la que se accede al puente más moderno, enmarcaban el monumento con colores otoñales. Otras especies de hoja caduca pintaban las orillas del río y la parte baja de las laderas adyacentes con toda la gama de ocres y amarillos; intentaban imitar su color los arcos del puente, que se reflejaban en el agua o se recortaban contra el azul del cielo. La garriga, que cubre las colinas o los montes que se extienden a ambos lados del río, no nos impidió ponernos al nivel de la canalización que corona el puente; los caminos balizados y el laberinto de senderos que en las dos márgenes conducen hasta la parte más alta del acueducto nos facilitaron el acceso. También pudimos llegar a otras partes de la obra romana y hasta algún mirador que permite admirar el puente casi a vista de pájaro. En la rueda de colores, el de la vegetación de la garriga está lejos de las cálidas tonalidades otoñales, sin embargo, en las fechas que visitamos el Pont du Gard, contribuía a que los ocres y amarillos de las márgenes del río destacasen en el paisaje y vistiesen el acueducto con un admirable traje otoñal.

La impaciencia por llegar a Uzès se había diluido como en el cielo las nubes que a nuestra llegada lo jaspeaban. No teníamos ninguna prisa para seguir con nuestro viaje, así que nos sentamos frente al museo del Pont du Gard. En una terraza bajo un cielo limpio y azul cobalto, saboreamos un vino blanco de Gard mientras decidíamos ralentizar el viaje; dormiríamos una noche más en Castillone du Gard para llegar desde allí a Nimes, la próspera colonia romana a la que llegaba el agua que hace 2.000 años circulaba por el acueducto. La Torre Fenestrelle tendría que esperarnos un poco más.


(1)En 2016, el número de regiones administrativas francesas se redujo de veintisiete a dieciocho (trece en Francia metropolitana y cinco en ultramar); tras la ley del 16 de enero de 2015, Languedoc-Rousillon y Midi Pyrénées pasaron a ser una única región: Occitania. En la región Nueva Aquitania, la otra región pirenaica, se agruparon Aquitania, Lemosin y Poitou-Charentes.

(2)Se trata de varios manantiales en la margen izquierda del río Alzon, afluente del río Gard o Gardon. No confundir con el río Eure (afluente del Sena) o con el departamento de Eure que atraviesa este río en Normandía.

(3)https://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/pont-du-gard/20180604113737152656.html

(4)https://www.labrujulaverde.com/2019/07/puente-del-gard-el-mas-alto-de-los-acueductos-romanos

Viaje al románico de La Bureba

  Cuando enero empezaba a envejecer, atravesamos, desde el norte, la cadena de los Montes Obarenes por el desfiladero de Pancorbo. Nos diri...