2025/07/19

Más allá no hay más que mar


 



Más allá de las islas Skellig no hay más que mar. Dos razones puede haber para detenerse en ellas: la imposibilidad de encontrar tierra más lejos o, viniendo desde el mar, no querer establecer residencia en territorio ocupado por la especie humana.

Las Skellig son dos pequeñas islas, dos rocas escarpadas que sobresalen del océano a unas ocho millas de la costa al oeste de la península irlandesa de Iveragh, al suroeste del país. En la más pequeña ‒Little Skellig‒ se establece la que dicen mayor colonia de alcatraces atlánticos de Irlanda y una de las más grandes del mundo. Más de 25.000 parejas reproductoras de estas aves regresan a este islote en primavera y ocupan cada cornisa, cada espacio disponible en las escarpaduras de esta roca, un peñasco oscuro y sin vegetación. El aspecto de la más grande ‒Skellig Michael‒ es diferente; sus cantiles también son oscuros, pero se visten de verde, excepto en los escarpes más verticales. Esta es preferida por otra ave marina para nidificar durante su periodo reproductivo: los frailecillos. Unas 4.000 de estas aves ocupan la isla entre abril y setiembre, casi el mismo tiempo disponible para desembarcar en ella como turista; solo es posible hacerlo entre mayo y finales de setiembre, nunca más de 180 personas por día y únicamente cuando el oleaje y el estado de la mar lo permiten. En estos dos peñascos se detienen durante algunos meses alcatraces, frailecillos y otras aves marinas; los seres humanos solo llegan para una corta visita y no van más allá.

Después de varios días de espera y de haber navegado en dos ocasiones hasta casi tocar Skellig Michael, pude desembarcar en la isla, ascender centenares de peldaños por una empinada escalera, llegar a un monasterio de 15 siglos de antigüedad y mirar hacia el sureste desde el inicio de una imaginaria línea de casi 4.000 km de longitud.

A lo largo de la Línea Sacra de San Miguel Arcángel, que tiene aquí su inicio, se sitúan siete u ocho lugares en los que los mitos, las creencias y la Historia se han mezclado de tal manera que es difícil pensar en ellos con mentalidad aséptica, neutra, desapasionada. En todos se venera a San Miguel; en la mayoría se siguen llevando a cabo las ceremonias litúrgicas que sirven para anclar en esos lugares el culto al arcángel. Un modelo arquetípico de la sucesión ininterrumpida de actos litúrgicos es el del santuario del Monte Gargano, en la provincia italiana de Foggia: las misas y los rosarios se suceden interminablemente mientras la rigurosa mirada de monjas vigilantes conmina a fieles y turistas a no desviarse del protocolo y de las normas de supuesto respeto allí establecidas. Fue en Gargano donde se originó el culto al arcángel a finales del siglo V; desde allí se extendió por toda Europa.

En casi todos los santuarios y monasterios de la legendaria línea es posible separar la Historia del mito. Hay referencias relativamente fiables para situar la fundación y construcción de los monasterios, para conocer el inicio de la evangelización en los lugares donde se ubican, para descubrir qué mitos y creencias son las que sustituye la veneración a San Miguel, para entender las motivaciones de quienes decidieron apoyarse en viejas creencias para introducir los nuevos cultos… Muchas veces disponemos de textos que nos orientan en esa confusa historia y sitúan los hechos en lugares y momentos concretos, aunque sean a menudo memorias y relatos escritos siglos después de los acontecimientos narrados. En Skellig Michel separar la leyenda de la realidad es más complicado.

La historia entre nieblas

Cuando entre los siglos VI y VIII unos monjes decidieron establecerse en Skellig Michael, Irlanda era considerada la isla más occidental del mundo; las tierras habitadas y el mundo conocido terminaban en las islas Skellig. Para los romanos, cuyo imperio había terminado por caer en el año 476, Irlanda ‒Hibernia para ellos‒ era un territorio misterioso y salvaje, el último habitado en el mundo conocido. Aunque en algún momento pudo ser posible objetivo de conquista, el imperio romano nunca se estableció en la isla. Fueron los primeros evangelizadores quienes introdujeron en Irlanda la cultura occidental a través del cristianismo, que comenzó a establecerse allí en el siglo V.

Tanto el conocimiento sobre la historia primitiva de Irlanda como el de la introducción del cristianismo en la isla se alimentan más de leyendas que de hechos reales. Para aquella hay relatos mitológicos, no referencias contemporáneas escritas. En cuanto al inicio del cristianismo, las historias sobre sus santos pioneros también tienen un envoltorio fabuloso; y las hagiografías (esas biografías de santos en las que tiene más importancia el elogio que la verdad) pueden ser fuentes incuestionables para creyentes; sin embargo, más de una vez adjudican el mismo hecho a santos diferentes, como si hubiese una inflación de santos para una limitada lista de hechos miríficos y prodigiosos. Se dice que fue San Fionán, a quien se considera fundador del monacato irlandés, quien fundó el monasterio de Skellig Michael. Si fuese así el monasterio tuvo que iniciar su andadura antes de la mitad del siglo VI, porque el 549 es la fecha en la que se cree que San Fionán murió. Sin embargo, la fecha para su muerte no es segura y “los estudios arqueológicos publicados hasta 2011 señalan que el monasterio pudo tener su origen entre el final del siglo VII y el comienzo del VIII d.C.”1

Según alguna versión de la legendaria conquista de Irlanda por los Milesios, estos ya habían desembarcado en Skellig Michael. Allí fue enterrado Ír (hijo de Míl Espaine), que murió en un accidente durante la campaña de conquista. Los lugares de enterramiento eran declaraciones de legítimo y permanente dominio, así que los monjes que establecieron allí su monasterio llegaron a una isla deshabitada e inhóspita, pero conocida y reivindicada. Construyeron sus moradas y lugares de culto en un lugar que ya actuaba como testigo de los inicios de la historia gaélica imaginada2.

El culto a San Miguel se iba extendiendo por Europa cuando recalaron en Skellig Michael los primeros monjes, pero no fue San Miguel el santo elegido para su patrocinio. Pasaron algunos cientos de años hasta que entre los siglos X y XI construyeron la iglesia a él dedicada; fue entonces cuando el monasterio se vinculó al culto al arcángel. Un par de siglos más tarde, en el siglo XIII, los monjes abandonaron la isla y se trasladaron a la abadía de Ballinskelligs, en la cercana bahía del mismo nombre en el condado de Kerry. Las condiciones cada vez más difíciles para vivir en la isla (provocadas por cambios climáticos en el Atlántico) fueron, al parecer, las que los expulsaron. Aunque la iglesia dedicada a San Miguel en Skellig Michael se arruinó, otros oratorios y las celdas en forma de cúpula en las que los monjes vivieron se mantienen tal como eran. En cambio, de la abadía de Ballinskelligs solo quedan algunos muros que se mantienen erguidos en la misma orilla del mar; las ruinas están rodeadas por un cementerio que invade buena parte del espacio que ocupaba el monasterio; el interior de la nave de la iglesia y de otras estancias de las que solo quedan los muros verticales también está lleno de tumbas y lápidas. En un panel informativo se puede leer que la abadía se fundó en 1210, aunque antes ya había en el mismo lugar una que era la base de operaciones de los monjes de Skellig Michael; a aquella fue a la que se trasladaron a mediados del siglo XI. Según otras fuentes el monasterio de la isla no se fundó antes de finales del siglo VII y permaneció en uso hasta la segunda mitad del siglo XIII3.


Desembarco en la isla

Skellig Michael es visible desde muchos lugares de la costa sureste de Irlanda; llegar a ella parece asequible, saltar a tierra no tanto. Cuando te sitúas ante Skellig Michael y la observas desde un mar siempre movido, cuando no agitado, parece increíble que alguien haya elegido aquel peñasco como lugar de residencia.

La embarcación en la que navegué para desembarcar en Skellig Michael era más rápida que la que nos había trasladado unos días antes hasta las cercanías de las islas en dos ocasiones. Estaba protegida por una cubierta transparente que resguardaba al pasaje del agua que saltaba sobre ella; también permitía observar los delfines, que a veces la seguían, y las aves, estas cada vez más abundantes a medida que las islas se acercaban. Cuando llegó a Skellig Michael, la embarcación enfiló su proa hacia una embocadura entre acantilados. Al fondo de la corta y estrecha ensenada se abría la boca de una oscura cueva; el agua se agitaba entre sus paredes. El barco se acercó a una estrecha escalera que ascendía hasta una pequeña meseta del mismo acantilado. La nave se balanceaba al ritmo de las olas, y los peldaños a los que había que acceder para subir al rellano aparecían y desaparecían en el agua. Para saltar a la escalera era necesario adaptarse al vaivén y anticiparse al balanceo para acertar a posar el pie en el escalón elegido. Cuando los diez pasajeros estuvimos en tierra la nave se alejo de los acantilados; nos esperaría algo más de dos horas entre Little Skellig y Skellig Michael; sufriría el embate de las olas, pero sin correr el riesgo de ser lanzada contra las rocas.

Los monjes que habitaron la isla se comunicaban con Ériu (antiguo nombre de Eire) utilizando unas embarcaciones ligeras cubiertas de piel de vaca. Debieron tener tres lugares de desembarco, porque tres son las escaleras de cientos de peldaños que superan los 180 m de desnivel que hay hasta el monasterio; una al este, otra al norte y una tercera al sur. Es probable que la del este ‒Blind Man’s Cove (Ensenada del Ciego)‒ fuese la más utilizada, porque se trata de la ensenada más protegida y en la que sería más fácil guardar el curach, embarcación ligera cubierta de pieles4, alejándolo del espacio sacudido por las olas. Esta es la ubicación que se utilizó para dar servicio a los dos faros construidos en el siglo XIX, a pesar de ser la más alejada del primero en construirse, hoy ruinoso y en desuso.

Blind Man’s Cove es el lugar por el que hoy acceden quienes visitan la isla. Sin embargo, los 180 metros de desnivel que separan la ensenada del monasterio no se pueden remontar por el camino en el que los monjes construyeron (o mandaron construir) una escalera. En el tramo afectado por el oleaje y la marea excavaron los peldaños en la misma roca; después afianzaron cientos de escalones en la vertiginosa ladera para llegar al lugar donde habían construido viviendas y oratorios. A las personas que ahora visitan la isla se las dirige por el camino construido para acceder a los faros; buena parte de él está protegido por una cubierta en la que, al pasar, se oye caer alguna piedra. Tras recorrer unos 350 metros de suave ascenso se abandona el camino moderno de los faros; desde aquí a cada paso se asciende un escalón de la escalera que en su origen subía desde el punto de desembarco al sur de la isla.

Dos horas en la Edad Media

Solo al pisar los primeros peldaños de aquella escalera sentí que había llegado al lugar que cada vez que había pensado en viajar a Skellig Michael imaginaba. Durante dos horas iba a estar en un lugar donde todo lo que vería se mantenía tal como lo habían construido durante la Alta Edad Media los pocos habitantes que ocuparon aquella escabrosa isla. No fueron más de doce o trece monjes los que la ocuparon en cada momento: solo unos pocos cientos durante unos seis o siete siglos. Casi todo lo que construyeron lo hicieron con el material conseguido en la propia isla y con las técnicas utilizadas en otros lugares de Irlanda; y no ha sido modificado después.

Las celdas y los oratorios del monasterio son el ejemplo paradigmático de su estilo, aunque en la escalera que había empezado a ascender ya se puede apreciar cómo utilizaron la piedra, fácil de conseguir y trabajar por su estructura y por la disposición de los estratos en la isla. Pero una especie que compartió la isla con los monjes, y que con toda seguridad la poblaba antes que ellos, me hizo olvidar que la meta a la que quería llegar era el monasterio; el espectáculo de los frailecillos ralentizaron mi ascenso. Toda la ladera estaba ocupada por ellos. Algunos ocupaban los escalones; otros se asomaban en sus nidos excavados en el suelo entre las piedras sueltas bajo el verde manto vegetal de la ladera; muchos se agrupaban sobre salientes y cornisas… Miles de aves jaspeaban toda la superficie visible, volaban sobre el mar o se sumergían en él.

Tras superar un escarpe en el que se encajaba la escalera apareció Little Skelig al noreste; las manchas blancas de los alcatraces destacaban en la roca oscura de la isla. Otras especies de aves marinas compartían en sus vuelos el espacio entre las dos islas; los alcatraces se identificaban con facilidad por su tamaño.

A las construcciones del monasterio se llega después de atravesar buena parte de una terraza exterior situada entre los muros que a ella misma la sostienen y los que aseguran la terraza superior; en esta se encuentran la mayor parte de los edificios. Al entrar en el espacio donde se agrupan las celdas, oratorios y cementerio solo se ve una construcción en ruina: la iglesia de San Miguel, la única construcción en la que se utilizó argamasa. El resto, construido mucho antes, se mantiene tal como fue concebido. Seis celdas, un oratorio y un pequeño cementerio se agrupan en el lugar más protegido de la isla, en “un refugio climático (…): una isla de calor dentro de la isla”5.

El conjunto es admirable. Todo contribuye a la sorpresa, a la fascinación, al asombro: la ubicación, el aislamiento, las vistas sobre un mar inacabable... Seis pequeñas celdas en forma de cúpula, como seis enormes huevos hincados en el suelo, fueron las viviendas o espacios comunes de quienes habitaron la isla. Todas tienen un perímetro circular; en las más antiguas también su espacio interior es circular, en las más modernas este es rectangular. Están construidas de tal manera que el agua no puede penetrar en el interior; los muros, además de su grosor, tienen dispuestas las hiladas de piedras con las que están construidos con una ligera inclinación hacia el exterior; por mucha lluvia que caiga la estancia siempre estará seca. El interior es oscuro porque los vanos o no existen o son muy pequeños; conseguir un espacio confortable en un lugar inhóspito exige alguna renuncia. En el exterior, en un espacio que parece abigarrado por las construcciones, pero ordenado como un cálido regazo, uno puede sentirse seguro y protegido observando el mar infinito y agitado que se extiende mucho más abajo; y ante la vista de la abrupta y escabrosa Little Skellig que se hunde en ese mar, puede sentirse afortunado de ocupar un refugio que en la isla vecina sería imposible.

Abandoné con pena aquel regazo. Me demoré en el descenso. La escalera parecía mucho más vertical a la bajada. Envidiaba a los frailecillos que allí iban a quedarse y pensé que si me atrasaba el barco se podría ir sin mi. No me atreví, no tenté a la suerte. Aunque llegué el último, llegué a tiempo; la nave no había zarpado aún.

Quizás cuando haya visitado los lugares que me faltan en esa línea virtual que aquí comienza vuelva a Skellig Michael.


1Velado Pérez, Emilio (2025). El confort de lo inhóspito. Historia medioambiental del monasterio de Skellig Michael (cdo. Kerry, Irlanda. Panta Rei. Revista Digital de Historia y Didáctica de la Historia, 19, online.first. DOI: 10.6018/pantarei.651891

2Crowley, J. y Shenan J. (Ed.). 2022. The Book of the Skelligs. Cork University Press.

3Cf. Velado Pérez, E. (2025), op. cit., p. 6

4Mac Cárthaigh, C. en: Crowley, J. y Shenan J. (Ed.). 2022. The Book of the Skelligs. Cork University Press.

5Cf. Velado Pérez, E. (2025), op. cit., p. 12


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