4 crónicas de una travesía de cabotaje por un paisaje sin mar. (1ª)
Si viajar, sensu estricto, es trasladarse de un lugar a otro, un viaje puede tener, durante ese traslado, muchos más destinos que el objetivo que lo motivó. Las metas intermedias pueden multiplicarse durante el trayecto hasta el lugar al que hemos decidido viajar, así como al regreso. A mediados de noviembre del 2023 Josune y yo iniciamos un viaje hasta el departamento de Gard, en el extremo oriental de la nueva región de Occitania(1) (aunque, cultural e históricamente, a ese departamento también se le considera provenzal). Nuestro destino era Uzès y su torre Fenestrelle, pero antes de llegar a Uzès se cruzaron en nuestro camino Castillon du Gard, Pont du Gard y Nimes. Una vez cumplido el objetivo que motivó el viaje, la torre Fenestrelle, los lugares que se adhirieron a nuestro periplo fueron: Lussan, el río Gard o Gardon, los montes Cevennes, el río Tarn y sus gargantas, Albi… A falta de mar, los dos ríos mencionados iban a ser la costa que habríamos de tener a la vista para orientarnos en nuestra travesía.
El Pont du Gard, declarado patrimonio de la humanidad en 1985, es uno de los lugares más visitados en el sur de Francia. Se encuentra en un paraje muy atractivo atravesado por el río Gard. Los colores otoñales adornaban el entorno bajo un cielo azul, luminoso y limpio, jaspeado por algunas nubes a nuestra llegada y del todo despejado algunas horas después. Para nosotros podría haber sido un lugar de paso de esos que “hay que ver”, un lugar de los que si alguna vez los tienes cerca llegas hasta ellos, aunque nunca hubiese sido tu intención, para evitar tener que contestar a preguntas del tipo: ¿y una vez de estar tan cerca no fuisteis hasta allí?
El Pont du Gard es la parte más espectacular de un acueducto construido hace 20 siglos para llevar agua desde Uzés hasta la colonia romana de Nemausus, la actual Nimes. Aunque entre Uzès y Nimes hay menos de 30 km por carretera, el acueducto que atravesaba el río Gard sobre este impresionante puente tenía 50. Los romanos tuvieron que adaptarse al terreno para construir una canalización en la que, gracias a la gravedad, circulase el agua entre la Fontaine d’Eure(2), en un precioso valle de Uzès, y Nimes. La orografía y que el desnivel no superase la inclinación necesaria para un transporte idóneo del agua hicieron necesaria la longitud que acabó teniendo el acueducto. En la mayor parte de su recorrido iba canalizado bajo tierra o en la superficie. Al llegar al río Gard era necesario mantener el mismo porcentaje de pendiente; esto suponía que había que construir una estructura que permitiese llevar el acueducto a una altura de 49 o 50 m sobre el río. Esa estructura es el Pont du Gard que hoy podemos admirar. La parte del acueducto que corona esta obra, el canal por el que circulaba el agua, tiene un desnivel de 2,5 cm en sus 275 m de longitud(3). El acueducto tiene algo más de 12 m de desnivel para sus 50 km de longitud; antes de llegar a la próspera colonia romana de Nemausus, el agua necesitaba más de un día para hacer el recorrido(4).
Entramos en el entorno natural en el que se encuentra este monumento, un espacio de más de decena y media de hectáreas en las que, aunque el acueducto es la estrella, el entorno lo adorna de tal manera que tan admirable es el protagonista como su ropaje. Nos acercamos al puente romano por la margen izquierda del rio Gard y lo atravesamos por el puente nuevo, adherido a aquel en el siglo XVIII. Este se construyó al nivel de los arcos inferiores del acueducto para permitir el tráfico rodado, aunque a partir del año 2000 ya no lo soporta; todo el vasto entorno del Pont du Gard está libre de él. Visto el puente desde aguas abajo no se apreciaría la existencia de dos construcciones diferentes si no fuese por la mayor anchura de los arcos inferiores.
Recorrimos la margen derecha aguas arriba y abajo. Los plátanos, al borde de la avenida por la que se accede al puente más moderno, enmarcaban el monumento con colores otoñales. Otras especies de hoja caduca pintaban las orillas del río y la parte baja de las laderas adyacentes con toda la gama de ocres y amarillos; intentaban imitar su color los arcos del puente, que se reflejaban en el agua o se recortaban contra el azul del cielo. La garriga, que cubre las colinas o los montes que se extienden a ambos lados del río, no nos impidió ponernos al nivel de la canalización que corona el puente; los caminos balizados y el laberinto de senderos que en las dos márgenes conducen hasta la parte más alta del acueducto nos facilitaron el acceso. También pudimos llegar a otras partes de la obra romana y hasta algún mirador que permite admirar el puente casi a vista de pájaro. En la rueda de colores, el de la vegetación de la garriga está lejos de las cálidas tonalidades otoñales, sin embargo, en las fechas que visitamos el Pont du Gard, contribuía a que los ocres y amarillos de las márgenes del río destacasen en el paisaje y vistiesen el acueducto con un admirable traje otoñal.
La impaciencia por llegar a Uzès se había diluido como en el cielo las nubes que a nuestra llegada lo jaspeaban. No teníamos ninguna prisa para seguir con nuestro viaje, así que nos sentamos frente al museo del Pont du Gard. En una terraza bajo un cielo limpio y azul cobalto, saboreamos un vino blanco de Gard mientras decidíamos ralentizar el viaje; dormiríamos una noche más en Castillone du Gard para llegar desde allí a Nimes, la próspera colonia romana a la que llegaba el agua que hace 2.000 años circulaba por el acueducto. La Torre Fenestrelle tendría que esperarnos un poco más.
(2)Se trata de varios manantiales en la margen izquierda del río Alzon, afluente del río Gard o Gardon. No confundir con el río Eure (afluente del Sena) o con el departamento de Eure que atraviesa este río en Normandía.
(3)https://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/pont-du-gard/20180604113737152656.html
(4)https://www.labrujulaverde.com/2019/07/puente-del-gard-el-mas-alto-de-los-acueductos-romanos
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