2021/06/07

GORA LANGILEON BORROKA!!!

 

 Argazkia: Aimar Gutierrez Bidarte


Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (y 5)

Quinta y última jornada: 21/05/2021

Quincoces de Yuso - Laudio.

Quería llegar a Laudio con tiempo para ir a la manifestación convocada por el comité de empresa de Tubacex; hoy hace 100 días comenzó su huelga indefinida. He salido a las siete de la mañana. Los bares del centro de Quincoces estaban cerrados y no he esperado para desayunar. Hacía frío. Las manos se me quedaban heladas y cuanto más rápido iba más frío sentía en todo el cuerpo. He parado en el puerto de Angulo para comer unas onzas de chocolate.

A medida que descendía hacia Artziniega mis manos sufrían menos. He parado al final del puerto para desayunar en el bar Montenegro, pero no he entrado en calor. Y después de llegar a Laudio y darme una ducha bien caliente seguía con sensación de frío.

La manifestación ha sido multitudinaria. Y sí, en la manifestación he entrado por fin en calor. Todo Aiaraldea está volcada en la reivindicación. Tubacex lleva 100 días de huelga, pero no se trata solo de Tubacex, se trata de toda la comarca. Es una lucha de clase.

GORA LANGILEON BORROKA!!!

(De mi diario de viaje)

2021/06/06

LA LOSA VECINA DE ORDUÑA Y DE LA JUNTA DE RUZABAL

 


Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (4)

Cuarta jornada: 20/05/2021

Quincoces de Yuso - Lastras de Teza - Teza de Losa - Villacián - Barriga - Villañor - Llorengoz - Villalba - Berberana - Aostri de Losa - Hozalla - Mambliga - Fresno de Losa - Qincoces de Yuso.

El tiempo del que estoy disfrutando en este viaje por Losa no provoca en mí el deseo de acercarme a la fuente cada vez que llego a un pueblo. En julio del 2001 era lo primero que buscaba. Hoy he pedaleado por la parte de Losa a la que hace veinte años ni siquiera me acerqué. He pasado por casi todos los pueblos que hay hacia el este de Quincoces de Yuso y no he tenido la imperiosa necesidad de beber o refrescarme en sus fuentes. Sin embargo, y ya que decidí que el eje temático para el viaje fuesen estas, he visitado casi todas las de los pueblos por los que he pasado. Una de las de Teza de Losa y la que Villalba tiene fuera del pueblo son las que me han parecido de más interés.

La que Teza de Losa tiene en lo alto del pueblo es una fuente de las que te obliga a humillarte si quieres beber de ella, incluso a que te mojes los pies. Contra un declive del terreno sobre el que pasa un camino hay una construcción de sillares que protege la surgencia; está coronada por una cruz. En la parte inferior hay una ventana cuadrada bajo la que están los caños; permite introducir el brazo al interior para tomar agua del propio manantial. La fuente está por debajo del nivel de todo el terreno que la rodea, pero delante de ella hay un canal de desagüe de alrededor de un metro de ancho excavado en la roca.



Un vecino del pueblo que sacaba sus vacas a pacer, me ha enseñado el pueblo, me ha llevado hasta sus dos fuentes y me ha dado conversación durante más de una hora. Conocía mucho mejor que yo a muchas personas de Ayala, de la Junta de Ruzabal, de Orduña...

Hoy también me he fijado con más atención en la fuente de Villalba, que ya había visto más veces. En la pilastra que tiene contra el declive sobre el que pasa la carretera está gravado el año de su construcción: 1870. A su derecha hay un muro de hormigón con cuya construcción seguramente se vio afectado el abrevadero. Más a la derecha está el lavadero en el interior de una edificio con apariencia de casa. Enfrente de este conjunto hay otra fuente con una pilastra en el centro de un abrevadero o estanque ovalado sobre el que varios caños vierten agua.



Ha habido dos lugares que han atraído mi atención más que las fuentes: en Villaño y Villalba, los dos relacionados con Orduña por razones diferentes.

En Villaño, donde no había estado nunca, se encuentra un pequeño enclave orduñés: La Cerca de Villaño. En el caserío que hay en ese espacio iban a dar a luz las mujeres de Villaño y de los pueblos cercanos para aprovechar el fuero que libraba del servicio militar a quienes nacían en Bizkaia. Hasta los años 50 del siglo XX la corporación orduñesa subía cada año a inspeccionar los mojones del pequeñísimo enclave.

‒Yo vivo aquí desde hace 30 años y no he visto nunca lo que contaba mi tío ‒me ha contado un vecino‒, pero él decía que todos los años subían los de Orduña y hacían una gran romería con txistularis y tamborileros.

También ha hecho referencia al hecho de que la muga pasaba por el mismo caserío y había que dar a luz en la habitación adecuada, aunque esto quizás sea más leyenda que realidad.

El caserío está arruinado. Sus dueños, según mi interlocutor, hicieron una casa nueva cerca de él, pero en terreno burgalés. Me he acercado hasta el enclave, pero en los alrededores no me he topado con nadie para que me indicase cuáles son los límites de La Cerca de Villaño. Quizás sean los que las propias ruinas y la pared que circunda la finca contigua encierran.



Al llegar a Villalba estaba abierto el local de la Asociación Recreativo Cultural Juan de Garay. He comprado una lata de cerveza y me he sentado a comer junto al monumento dedicado al fundador de Buenos Aires. Aquí dan por buena la versión de que Garay nació en Villalba, en contra de la que sitúa su nacimiento en Orduña. Tanta importancia le dieron en su día que, si no estoy equivocado, consiguieron que a la inauguración del monumento viniese la reina Sofía.

Yo no había prestado mucha atención a Juan de Garay hasta que, a raíz de un trabajo extraescolar y voluntario propuesto a un grupo de alumnas, leí varias biografías y estudios sobre la procedencia del conquistador. Yo creo que no hay ninguna duda de que nació en Orduña (también se dice que en Belandia, pero creo que esto es más dudoso). Sin embargo Garay marchó a América cuando aún era jovencísimo y allí vivió el resto de su vida. Puede permanecer la duda de su lugar de nacimiento, de lo que no cabe duda es de que más que orduñés o de Villalva era de América, de aquella América colonizada en la que fue un importante agente de las agresivas conquista y colonización. ¿De dónde se sentía él? Tanto Garay como su descendencia reivindicaron su vizcainía, lo que, desde mi punto de vista apoya la teoría de que nació en Orduña y su infancia transcurrió en dicha ciudad. Aunque sé que esto no prueba nada, si la infancia es la “primera patria” la reivindicación de su vizcainía por parte de Garay me hace creer que Orduña fue la suya.



Después de llegar a Berberana he regresado hasta Quincoces pasando por Aostri, Hozalla y Fresno. En este último me he detenido más tiempo, porque, aunque nunca había entrado en él, su nombre lo conocía desde pequeño. Una familia de Vitoria que tenía aquí una casa como segunda vivienda, solía encargar a mi madre y mi padre la elaboración y curación de chorizos caseros. Lo hicieron durante varios años. Mis hermanos y yo solíamos heredar ropa de los hijos de aquella familia. Tampoco en Fresno he visto a nadie y no he podido indagar sobre aquellos antiguos conocidos.

Desde Fresno he abandonado las carreteras y pistas locales y, sin llegar por ellas a Villalambrús y San Martín, he bajado a la carretera general. San Martín ya lo conozco, Villalambrús no. Su nombre siempre me recuerda los versos que de vez en cuando oía a mi abuelo, que los recitaba medio cantando: “El cura de Villalva y el de Villalambrús se juegan los cojones jugando al mus”. Más tarde leí el Diccionario Secreto, de Cela, donde se recogía este dicho.

Donde no he podido resistir la tentación de volver a entrar antes de llegar a Quincoces ha sido en Teza de Losa para volver a admirar sus dos fuentes y fotografiarlas, sobre todo la de arriba, con mejor luz que a la mañana.

(Texto elaborado a partir de los apuntes de mi diario de viaje)

2021/06/05

NATURALEZA EFERVESCENTE Y RUINAS PARA EMPADRONARSE



Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (3)

Tercera jornada: 19/05/2021

Quincoces de Yuso - Castrobarto - Rosio - Salinas de Rosio - La Cerca - Villamor - Perex - Río de Losa - Quincoces de Yuso

Aunque cuando he salido la niebla peinaba las cumbres de los Montes de la Peña y trataba de de penetrar en Losa por el portillo de Muga, el frío no era notable, pero me he tenido que abrigar. Durante todo el día he viajado por un paisaje verde que pronto amarilleará, aunque ya hay amarillos que jaspean el paisaje. La aulaga adorna las lindes y se adivina desde muy lejos entre los claros de las zonas arboladas. Los sembrados de colza rompen de vez en cuando el verde del cereal. Las laderas de los Montes de la Peña lucen el contraste entre el verde oscuro de las coníferas y el claro de las especies de hoja caduca. Un cielo de nubes y claros, con tonos desde el blanco hasta azulados gris oscuro, mejoraba aún más el colorido del paisaje.

 

Al entrar en Castrobarto no sabía cómo llegar a la fuente que me recibió en 2001 después de haber estado perdido en la niebla y haber recogido en mis pies toda el agua que “...se había depositado en el brezo, en los enebros, en las otacas y en los espinos de la sierra mientras trataba de llegar al portillo de la Magdalena rodeado de niebla y cruzando a veces por pasajes tenebrosos entre hayas o avellanos, donde parecía que alguien había robado toda la luz circundante, lechosa y ya escasa de por sí”.

 
He atravesado el pueblo hasta la pista que sube hacia el portillo de la Magdalena, por la que hace veinte años llegué a Castrobarto después de estar en su lobera. Una mujer que volvía de su paseo matutino me ha orientado para llegar a la fuente. No he tenido que hacer ninguna corrección en mi recuerdo: “La de Castrobarto domina una amplia plaza y protege una bolera que tiene detrás; entre sus dos largos abrevaderos cubre un frente de unos 25 m”. La mujer me ha dicho que la fuente recibe el agua de un manantial diferente al que le servía hace dos décadas; la explotación de unas canteras debió afectar al manantial o al acuífero del que tomaba el agua.
 

También me ha acompañado a otra fuente que hay en la parte baja del pueblo. Sin ser experto juraría que es más antigua, y quizás levantada en la misma surgencia o junto a ella. Más abajo no se pudo colocar la pilastra de la que surgen los caños; vierten el agua directamente en el abrevadero, que está prácticamente a ras de suelo. Casi al mismo nivel se construyó el lavadero. La fuente ofrece graciosamente su agua, pero es de las que exigen humillación a quien la toma; a quienes tuvieron que hacer la colada en el lavadero —seguro que solo mujeres— les exigía además arrodillarse.


 
He vuelto a recorrer el pueblo buscando una tercera fuente, frente a la que he pasado un par de veces antes de verla. En la iglesia me he detenido para admirar una portada gótica que desde el exterior da entrada a otro espacio abierto. Es una puerta que no cierra nada, pero a través de escaleras te introduce en el apacible y herboso lugar que, rodeado por un muro, hay frente a la iglesia. La portada no es de Castrobarto; procede de Muga, un pueblo cercano desaparecido. El lugar al que se accede por ella es el antiguo cementerio. “Descanse en paz”, repetiría todo el vecindario cuando dieron tierra a todas las personas cuyos restos están o estuvieron allí enterrados. Puedo asegurar que hoy no se respiraba otra cosa


 
En Castrobarto (Junta de Traslaloma) me he entretenido más tiempo del que pensaba, así que de camino a Salinas de Rosio no he parado en Villalacre. He traicionado a su fuente y de ella solo sé que veinte años atrás solo escribí: “Los tres caños de la de Villalacre surgen de un rollo o cilindro de piedra que en su base está rodeado por una pila semicircular, donde vierten el agua; la pila se prolonga por uno de sus lados en un largo abrevadero”. Ahora ni siquiera puedo reproducir en mi cabeza una imagen de ella. Otro lugar al que tendré que volver.

 
De Salinas de Rosio mantenía con mucha claridad en mi memoria algunos de los momentos de la tarde y noche que en 2001 pasé en el pueblo. Ahora he visto que había adornado algunos de ellos. La fuente que está junto a la carretera no contradice lo que entonces escribí: “El caño de la fuente de la Plaza Mayor de Salinas de Rosío vierte el agua en un pilón alargado, que comienza bajo el mismo caño y sigue durante varios metros la dirección de la carretera que atraviesa el pueblo en dirección a La Cerca”. 


Pero mi recuerdo situaba la fuente al otro lado de la carretera, en frente del espacio cubierto que se adelanta al centro social del pueblo. En ese soportal extendí hace 20 años mi esterilla para pasar la noche. Después conté que “...el sonido monocorde del chorro de agua me acompañó hasta que, a primeras horas de la madrugada dos parejas de jóvenes se sentaron frente al soportal en el que dormía para alargar la noche con animada charla y con risas. Dejé de oir la fuente; me pareció que se callaba para escuchar, también ella, la conversación de aquellos cuatro jóvenes. ¿Guardará muchos secretos esta fuente?” 

Yo recordaba la fuente enfrente del cobertizo, y a aquellas dos parejas sentados en el borde del abrevadero; pero es imposible, porque a aquellas personas podía verlas si levantaba la cabeza y, como he podido averiguar hoy, desde donde dormía no podía ver la fuente, aunque la escuchase. De nuevo he comprobado que la memoria y los recuerdos pueden ser dúctiles y moldeables. Gracias a ese moldeado podemos recordar algo que no ocurrió, o que si lo hizo no fue exactamente como lo acabamos rememorando.

 
Salinas de Rosio, integrada en la Junta de La Cerca, era parte de la Merindad de Losa. Hoy pertenece al municipio de Medina de Pomar y parece un pueblo desierto. En 2001 se concentraron donde yo iba a dormir muchas de las personas que ocupaban el pueblo en verano, porque allí estaba su centro social. También entonces la mayoría de las casas estaban vacías en invierno. La prosperidad que desde la romanización dio la sal al pueblo se ha ido diluyendo en una atmósfera extraña. Se esfumó la vida y el bullicio que pudo haber en sus calles, pero el pueblo sigue en pie y todavía hay quien resiste en él durante todo el año. Creo que la saturación de carteles de “se vende” tienen que afectar al ánimo de esas personas resistentes.

 
‒Aquí no llega nada. Todo se queda en Medina ‒me ha dicho uno de esos vecinos que resisten.

 
Casi al mismo tiempo ha pasado un camión que iba a cargar salmuera a las instalaciones donde aún se extrae, aunque ya no aporte riqueza al pueblo.

 
‒Dos o tres camiones al día. Lo llevan a Cantabria ‒dice mi informador.

 
Se queja del abandono de las salinas, y lo hace envidiando la recuperación de la producción y el atractivo turístico que ha supuesto la rehabilitación de las de Salinas de Añana. También se queja del abandono de restos romanos, alguno de los cuales ve desaparecer poco a poco bajo tierras de cultivo. Y del retablo que se llevaron de la iglesia antes de rehabilitarla; asegura que dejaron que se cayese el tejado para llevárselo. Me muestra también las ruinas de una casa que hay junto a la fuente. De ella no quedan más que la parte inferior de los muros y el interior colmado de escombros.

 
‒Pues ahí está empadronado uno que vive en Medina. Alguna vez ha venido la cartera y me ha preguntado dónde vivía el dueño para entregarle el correo; en esa casa, le digo yo.

 
Me lo cuenta sin adornos, como quien relata un hecho concreto con frialdad, sin apasionamiento. Intuyo que precisamente con ese tono desapasionado insinúa que hay intereses no muy éticos detrás de ese empadronamiento.

 

Hay otra fuente en la parte alta del pueblo, muy cerca de la iglesia y de lo que antaño fue un hospital y más tarde escuela. Su obra, realizada con grandes sillares, es de mucha más calidad que la de la que hay junto a la carretera. La pilastra, de la que salen tres caños, está protegida por un arco que la separa del abrevadero, que se extiende hacia la derecha en dirección a la parte trasera de la iglesia.



Perex era mi siguiente objetivo. He llegado a La Cerca, desde donde he seguido la carretera en dirección a Trespaderne. En Villamor la he abandonado para ascender hacia Perex. Sin descender a Momediano me he desviado por una pista agrícola para llegar al pueblo.
La fuente de Perex es una de las que guardaba un recuerdo más fiel a la realidad: “...se apoya en un muro que cierra un patio sobre el que se ve la preciosa solana de una de las casas que rodean la plaza en la que está la fuente”. 

En su pilastra aparece grabado el año de su construcción: 1882. La pilastra está apoyada en una piedra, en la que también está labrada la pileta sobre la que desaguan los caños; todo el conjunto está apoyado sobre los sillares del único abrevadero, y por encima del agua que lo llena.



La sede de la Junta Administrativa de Perex está en una casa contigua a la fuente. También es centro social y bar. Un vecino ya jubilado, la única persona que he visto en el pueblo; estaba sentado a una mesa construida con una rueda de molino. Me ha sacado una cerveza del bar; mientras charlaba con él he comido lo que traía, yo sentado en otra mesa para mantener la distancia social que nos impone el Covid-19. El hombre tiene su residencia en Ortuella, pero prefiere estar aquí. Cuando después del confinamiento ha vuelto, ha encontrado su huerta invadida por la yerba.

‒Las más altas las malas ‒ha dicho.

Fue ciclista de joven y buena parte de la conversación ha sido sobre ciclismo. Al preguntar por el estado de la pista que sube a la lobera de La Barrerilla me ha contado que hace bastantes años, pero ya entrado este siglo, cayó al foso una jabalina con sus crías. Él, su hermano y un sobrino consiguieron con mucho cuidado y esfuerzo sacar los animales con vida.

‒Me duró el olor a jabalí una temporada larga.

Él se ha marchado en bici y yo he subido hasta la lobera por la pista.



De vuelta a la carretera he descendido para llegar a Río de Losa por Castriciones y Quintanilla la Ojada. Antes de pasar por San Pantaleón de Losa no he podido resistir la tentación de pararme a fotografiar el impresionante espolón rocoso sobre el pueblo y la ermita de San Pantaleón que lo corona.



En Río de Losa he parado para volver a ver la fuente y charlar con Jose Javier Fernández. No he tenido que “rehabilitar” mi recuerdo de aquella, no tengo que añadir nada a lo que escribí sobre ella en 2001: “La fuente de Río de Losa domina el espacio que la circunda. Desde esa posición se muestra tan soberbia que hasta para poder beber exige algún esfuerzo al sediento, a no ser que metas los piés en el agua de sus pilones. Sus dos caños vierten el agua hacia el centro de cada uno de los anchos abrebaderos, que se extienden a dos de los lados de la estructura cúbica de la que surgen...”. 



Entonces fue la última de las fuentes de Losa que me alivió el calor y me quitó la sed antes de que me dirigiese a la lobera del Toyo y entrase en Araba.

A Javier le conocí en aquel viaje; poco después coincidí con él en una charla sobre loberas que Félix Murga dio en Quincoces. Creo recordar que para entonces ya le había enviado el artículo sobre las fuentes de Losa que publicó en La Solana, una revista de información cultural comarcal que siguen publicando aún con el mismo sencillo formato de entonces. Javier es un enamorado de la historia y de todo lo que le sirva para entender Losa. Puede hablar de romanización, de etnografía, de arqueología, de geologia… No se pierde. También hemos hablado de conocidos comunes; conoce mi comarca ‒Aiaraldea y Alto Nervión‒ muchísimo mejor que yo la suya; no en vano ha trabajado mucho al otro lado (para él) de la Sierra Salvada.
(Texto elaborado a partir de los apuntes de mi diario de viaje)


2021/06/01

RECUERDOS CONFINADOS EN UNA ESFERA INVISIBLE

 

Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (2)

Segunda jornada: 18/05/2021

Quincoces de Yuso - San Miguel de Relloso - Relloso - Lastras de la Torre - Villabasil - Castresana - Villaventín - Quincoces de Yuso

La fuente de San Miguel de Relloso canta como todas las demás, pero su canción es muchísimo más perceptible que la del resto de las fuentes de Losa por las que he pasado. En medio del silencio su caño vierte el agua que, al caer en el pilón, crea hondas concéntricas que envuelven el pueblo con un dulce y relajante sonido, y forman una esfera invisible en la que, con toda seguridad, permanecen una infinidad de experiencias y recuerdos que acabarán perdiéndose si nadie los recoge”.

Durante el reciente viaje he vuelto a ingresar en la esfera invisible que hace veinte años imaginé envolviendo San Miguel de Relloso. No he tenido que ‘rehabilitar’ el recuerdo que conservaba del pueblo y de la fuente. Se conservan tal como los recordaba. Esta vez he entrado por el camino de Relloso, por el sur; en 2001 llegué desde el norte por el camino del portillo de La Egaña, al que llegué después de haber pasado por la lobera de Gurdieta. En el recuerdo que mantenía del lugar solo he tenido que adaptar las distancias entre la cabaña en la que dormí hace 20 años, la fuente y la casa de Sito. En mi memoria la esfera imaginaria se había comprimido, porque la cabaña en la que dormí está bastante más alejada de la casa de Sito y de la fuente de lo que yo recordaba. Pero el tiempo no ha deformado los recuerdos que entonces plasmé por escrito:

El primer contacto con las fuentes de Losa lo tuve al llegar a San Miguel de Relloso. Su único vecino, Luis Herrán estaba ausente; pero en ausencia de Sito la fuente fue un anfitrión perfecto y se encargó del hospitalario recibimiento. En medio del pueblo y rodeada de ruinas sigue vertiendo su líquida frescura en el pilón y renovando continuamente el agua del lavadero que tiene adosado. Después de un duro día de caminata, que la niebla me obligó a alargar en varias horas, compartí la fuente con un incontable número de abejas que se afanaban en recoger agua para abastecer las colmenas de un abejar cercano. La fuente sació mi sed y me permitió asearme para pasar la noche en San Miguel de Relloso sin la incomodidad de los sudores de la jornada”.

La fuente sigue derramando la misma melodía en medio del silencio, pero ya ni las abejas ni Sito ocupan la esfera invisible que el sonido del agua construye.



La casa de Sito sigue teniendo en la fachada sur, la principal, los paneles solares que le pusieron cuando Sara Montiel, de la mano de un programa de televisión, visitó el pueblo en el que Sito era ya el único habitante. Supuestamente fue Sito quien formuló el deseo de que la actriz lo visitase. Tras los cristales de una ventana de la fachada este se ven una brocha en un recipiente de cristal y algunos productos de limpieza. De no saber que Sito ya murió podría haber esperado que saliese por la escalera blanqueada que hay en un extremo de la fachada.

El abejar cercano a la fuente también sigue en su lugar, pero ya no protege colmenas ni es el origen del suave zumbido de afanosas abejas. Junto al abejar sí hay algo nuevo: varios contenedores de transporte bien pintados; alrededor de algunos se ha construido algo parecido a una vivienda que los integra.
San Miguel de Relloso tiene casas arruinadas, sin embargo el entorno cuyo centro ocupa la fuente aparece cuidado y ordenado.

Relloso, en cambio, no me ha parecido lo mismo, a pesar de que aquí sí hay unas cuantas casas ocupadas. La iglesia está en franca ruina; el tejado ya no protege el interior, la humedad lo ha impregnado todo y el suelo está lleno de escombros. Sobre el altar había un trozo de calavera y varios huesos; a un lado del altar una imagen de la Virgen a la que le falta el brazo derecho (y sin embargo sonríe) en cuya mano probablemente llevaba un rosario; junto a la puerta hay un Sagrado Corazón derrotado y triste, como arrojado en una huida precipitada y abandonado contra el muro…



El lavadero tiene la cubierta derruida y el estanque seco. La fuente desde la que llegaba el agua al lavadero, algo alejada, tiene un abrevadero a cada lado de su pileta, el de la izquierda seco; del caño que sale de su pilastra no cae agua, solo algo de humedad por el orificio en el que debió haber otro.

 

Regreso hasta Quincoces para ir por pistas a Lastras de la Torre, Villabasil, Castresana y Villaventín. En los cuatro pueblos me acerco a sus fuentes.

Las dos que he visto en Lastras de la Torre eran desconocidas para mí. La que está más alejada del centro del pueblo y en la zona más baja del mismo es la que me ha parecido de más interés. Tiene tres elementos, la tripleta habitual que respondía a tres necesidades: la fuente para consumo humano, un abrevadero para el ganado y el lavadero. Aquí ninguno de los tres componentes está adosado al resto. La fuente está construida, seguramente, sobre la misma surgencia; para beber no hay más remedio que humillarse ante ella.


Sobre la de Villabasil decía en 2001 que “...es una fuente limpia y cuidada, iluminada totalmente por el sol cuando yo llegué. Las aguas cristalinas del lavadero adosado a la misma parecían invitarme a sumergirme en ellas, pero como su función no es esa me limité a refrescar mi cabeza debajo del caño, beber hasta saciarme y descansar un rato hasta casi adormecerme arrullado por el ruido del agua”. En 2021 me ha parecido más descuidada.



Hace veinte años apenas me detuve en la de Castresana; pasé a prisa y en ella paré lo justo para beber y refrescarme. La fuente la recordaba tal como la he visto ahora. Sus caños surgen de una especie de frontón triangular sobre el que está grabado el año de su construcción: 1868. Vierten el agua en una pila protegida a derecha e izquierda por una cuidada obra de hermosos sillares que separan, a ambos lados, el espacio para el consumo humano de los generosos abrevaderos para el ganado.



Lo que sí he tenido que ‘rehabilitar’ en mi recuerdo es el lugar donde se encontraba el lavadero, algo alejado de la fuente y a un nivel inferior. Y, sobre todo, el edificio rodeado de casas que hay detrás de la fuente: la ermita de Santa Lucía, una iglesia que no recordaba. Con toda seguridad, hace 20 años no reparé en ella por las prisas para llegar a mi meta de aquel día. Es una construcción que parece humilde por el sillarejo con el que está construida (y en algún momento también rehabilitada); pero su apariencia y estructura indican que su antigüedad supera en unos cuantos centenares de años a la fuente. Tengo que volver a visitarla.

En el viaje de ahora he tardado menos en llegar a Villaventín que en 2001. He reconocido su fuente nada más verla. La descripción que hice entonces me sigue valiendo: “La fuente de Villaventín se adelanta a la fachada de la iglesia dejando a sus espaldas, entre la iglesia y ella misma, un espacio herboso con un banco corrido de piedra, que se apoya en la parte posterior del muro que constituye el frente de la fuente y de sus dos largos abrevaderos; es un espacio que, al menos después de una larga caminata, invita al descanso. La fuente domina la amplia plazuela del centro del pueblo, y adelantada a la iglesia como está parece decir: “acércate, que de mí sí obtendrás consuelo inmediato para tu sed”. Yo sacié mi sed y refresqué mi cuerpo”.



He tenido que ‘rehabilitar’ en mi memoria algo que no creo que haya cambiado desde entonces: no hay dos abrevaderos. El agua del caño cae en el centro del único que hay; solo unas barras metálicas para apoyar recipientes separan ambos lados del mismo. El lavadero, que no recordaba, está al otro lado de la amplia plaza, protegido por todos sus lados por paredes que, de no acercarte, lo ocultan a la vista.

Pero el recuerdo más vivo que tenía de Villaventín era su escuela, en la que hace veinte años me permitieron pasar la noche. Esto escribí entonces sobre ella: “Al lado de la fuente está la vieja escuela, que hoy alberga el teléfono público y una sala de concejos. No hará muchas décadas que esta escuela todavía rebosaba vida durante los periodos lectivos; es fácil imaginarse a todas las alumnas y alumnos saliendo veloces al recreo y corriendo a la fuente a saciar su sed, a desarrollar sus juegos en la plaza y los alrededores, o a contarse secretos y confidencias en los bancos que hay a la espalda de la fuente, protegiéndose por la propia fuente y la fachada de la iglesia de miradas y oídos no deseados”. La recordaba más alejada de la fuente de lo que realmente está. Lo que no se me olvida son los dos números consecutivos de la revistas "Escuela Española" que encontré en la escuela; uno anterior al golpe de estado fascista de 1936 y otro inmediatamente posterior. Los dos números tenían una maquetación y una apariencia exterior similar, pero si en el primero se adivinaba una escuela progresista, la escuela que quedaba retratada en el segundo era puro fascismo. No me las llevé por no añadir peso a mi mochila, y cada vez que me acuerdo me pesa.


Después de comer y descansar más de una hora en los bancos que hay a la espalda de la fuente, el cielo amenazaba lluvia. He intentado volver por pistas a Quincoces, pero después de equivocarme un par de veces he regresado a Villaventín y he vuelto por la carretera principal.

A excepción de San Miguel de Relloso el resto de pueblos por los que he pasado están habitados, pero apenas he visto alguna persona y no he tenido ocasión de hablar con nadie.







Viaje al románico de La Bureba

  Cuando enero empezaba a envejecer, atravesamos, desde el norte, la cadena de los Montes Obarenes por el desfiladero de Pancorbo. Nos diri...