2021/06/01

RECUERDOS CONFINADOS EN UNA ESFERA INVISIBLE

 

Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (2)

Segunda jornada: 18/05/2021

Quincoces de Yuso - San Miguel de Relloso - Relloso - Lastras de la Torre - Villabasil - Castresana - Villaventín - Quincoces de Yuso

La fuente de San Miguel de Relloso canta como todas las demás, pero su canción es muchísimo más perceptible que la del resto de las fuentes de Losa por las que he pasado. En medio del silencio su caño vierte el agua que, al caer en el pilón, crea hondas concéntricas que envuelven el pueblo con un dulce y relajante sonido, y forman una esfera invisible en la que, con toda seguridad, permanecen una infinidad de experiencias y recuerdos que acabarán perdiéndose si nadie los recoge”.

Durante el reciente viaje he vuelto a ingresar en la esfera invisible que hace veinte años imaginé envolviendo San Miguel de Relloso. No he tenido que ‘rehabilitar’ el recuerdo que conservaba del pueblo y de la fuente. Se conservan tal como los recordaba. Esta vez he entrado por el camino de Relloso, por el sur; en 2001 llegué desde el norte por el camino del portillo de La Egaña, al que llegué después de haber pasado por la lobera de Gurdieta. En el recuerdo que mantenía del lugar solo he tenido que adaptar las distancias entre la cabaña en la que dormí hace 20 años, la fuente y la casa de Sito. En mi memoria la esfera imaginaria se había comprimido, porque la cabaña en la que dormí está bastante más alejada de la casa de Sito y de la fuente de lo que yo recordaba. Pero el tiempo no ha deformado los recuerdos que entonces plasmé por escrito:

El primer contacto con las fuentes de Losa lo tuve al llegar a San Miguel de Relloso. Su único vecino, Luis Herrán estaba ausente; pero en ausencia de Sito la fuente fue un anfitrión perfecto y se encargó del hospitalario recibimiento. En medio del pueblo y rodeada de ruinas sigue vertiendo su líquida frescura en el pilón y renovando continuamente el agua del lavadero que tiene adosado. Después de un duro día de caminata, que la niebla me obligó a alargar en varias horas, compartí la fuente con un incontable número de abejas que se afanaban en recoger agua para abastecer las colmenas de un abejar cercano. La fuente sació mi sed y me permitió asearme para pasar la noche en San Miguel de Relloso sin la incomodidad de los sudores de la jornada”.

La fuente sigue derramando la misma melodía en medio del silencio, pero ya ni las abejas ni Sito ocupan la esfera invisible que el sonido del agua construye.



La casa de Sito sigue teniendo en la fachada sur, la principal, los paneles solares que le pusieron cuando Sara Montiel, de la mano de un programa de televisión, visitó el pueblo en el que Sito era ya el único habitante. Supuestamente fue Sito quien formuló el deseo de que la actriz lo visitase. Tras los cristales de una ventana de la fachada este se ven una brocha en un recipiente de cristal y algunos productos de limpieza. De no saber que Sito ya murió podría haber esperado que saliese por la escalera blanqueada que hay en un extremo de la fachada.

El abejar cercano a la fuente también sigue en su lugar, pero ya no protege colmenas ni es el origen del suave zumbido de afanosas abejas. Junto al abejar sí hay algo nuevo: varios contenedores de transporte bien pintados; alrededor de algunos se ha construido algo parecido a una vivienda que los integra.
San Miguel de Relloso tiene casas arruinadas, sin embargo el entorno cuyo centro ocupa la fuente aparece cuidado y ordenado.

Relloso, en cambio, no me ha parecido lo mismo, a pesar de que aquí sí hay unas cuantas casas ocupadas. La iglesia está en franca ruina; el tejado ya no protege el interior, la humedad lo ha impregnado todo y el suelo está lleno de escombros. Sobre el altar había un trozo de calavera y varios huesos; a un lado del altar una imagen de la Virgen a la que le falta el brazo derecho (y sin embargo sonríe) en cuya mano probablemente llevaba un rosario; junto a la puerta hay un Sagrado Corazón derrotado y triste, como arrojado en una huida precipitada y abandonado contra el muro…



El lavadero tiene la cubierta derruida y el estanque seco. La fuente desde la que llegaba el agua al lavadero, algo alejada, tiene un abrevadero a cada lado de su pileta, el de la izquierda seco; del caño que sale de su pilastra no cae agua, solo algo de humedad por el orificio en el que debió haber otro.

 

Regreso hasta Quincoces para ir por pistas a Lastras de la Torre, Villabasil, Castresana y Villaventín. En los cuatro pueblos me acerco a sus fuentes.

Las dos que he visto en Lastras de la Torre eran desconocidas para mí. La que está más alejada del centro del pueblo y en la zona más baja del mismo es la que me ha parecido de más interés. Tiene tres elementos, la tripleta habitual que respondía a tres necesidades: la fuente para consumo humano, un abrevadero para el ganado y el lavadero. Aquí ninguno de los tres componentes está adosado al resto. La fuente está construida, seguramente, sobre la misma surgencia; para beber no hay más remedio que humillarse ante ella.


Sobre la de Villabasil decía en 2001 que “...es una fuente limpia y cuidada, iluminada totalmente por el sol cuando yo llegué. Las aguas cristalinas del lavadero adosado a la misma parecían invitarme a sumergirme en ellas, pero como su función no es esa me limité a refrescar mi cabeza debajo del caño, beber hasta saciarme y descansar un rato hasta casi adormecerme arrullado por el ruido del agua”. En 2021 me ha parecido más descuidada.



Hace veinte años apenas me detuve en la de Castresana; pasé a prisa y en ella paré lo justo para beber y refrescarme. La fuente la recordaba tal como la he visto ahora. Sus caños surgen de una especie de frontón triangular sobre el que está grabado el año de su construcción: 1868. Vierten el agua en una pila protegida a derecha e izquierda por una cuidada obra de hermosos sillares que separan, a ambos lados, el espacio para el consumo humano de los generosos abrevaderos para el ganado.



Lo que sí he tenido que ‘rehabilitar’ en mi recuerdo es el lugar donde se encontraba el lavadero, algo alejado de la fuente y a un nivel inferior. Y, sobre todo, el edificio rodeado de casas que hay detrás de la fuente: la ermita de Santa Lucía, una iglesia que no recordaba. Con toda seguridad, hace 20 años no reparé en ella por las prisas para llegar a mi meta de aquel día. Es una construcción que parece humilde por el sillarejo con el que está construida (y en algún momento también rehabilitada); pero su apariencia y estructura indican que su antigüedad supera en unos cuantos centenares de años a la fuente. Tengo que volver a visitarla.

En el viaje de ahora he tardado menos en llegar a Villaventín que en 2001. He reconocido su fuente nada más verla. La descripción que hice entonces me sigue valiendo: “La fuente de Villaventín se adelanta a la fachada de la iglesia dejando a sus espaldas, entre la iglesia y ella misma, un espacio herboso con un banco corrido de piedra, que se apoya en la parte posterior del muro que constituye el frente de la fuente y de sus dos largos abrevaderos; es un espacio que, al menos después de una larga caminata, invita al descanso. La fuente domina la amplia plazuela del centro del pueblo, y adelantada a la iglesia como está parece decir: “acércate, que de mí sí obtendrás consuelo inmediato para tu sed”. Yo sacié mi sed y refresqué mi cuerpo”.



He tenido que ‘rehabilitar’ en mi memoria algo que no creo que haya cambiado desde entonces: no hay dos abrevaderos. El agua del caño cae en el centro del único que hay; solo unas barras metálicas para apoyar recipientes separan ambos lados del mismo. El lavadero, que no recordaba, está al otro lado de la amplia plaza, protegido por todos sus lados por paredes que, de no acercarte, lo ocultan a la vista.

Pero el recuerdo más vivo que tenía de Villaventín era su escuela, en la que hace veinte años me permitieron pasar la noche. Esto escribí entonces sobre ella: “Al lado de la fuente está la vieja escuela, que hoy alberga el teléfono público y una sala de concejos. No hará muchas décadas que esta escuela todavía rebosaba vida durante los periodos lectivos; es fácil imaginarse a todas las alumnas y alumnos saliendo veloces al recreo y corriendo a la fuente a saciar su sed, a desarrollar sus juegos en la plaza y los alrededores, o a contarse secretos y confidencias en los bancos que hay a la espalda de la fuente, protegiéndose por la propia fuente y la fachada de la iglesia de miradas y oídos no deseados”. La recordaba más alejada de la fuente de lo que realmente está. Lo que no se me olvida son los dos números consecutivos de la revistas "Escuela Española" que encontré en la escuela; uno anterior al golpe de estado fascista de 1936 y otro inmediatamente posterior. Los dos números tenían una maquetación y una apariencia exterior similar, pero si en el primero se adivinaba una escuela progresista, la escuela que quedaba retratada en el segundo era puro fascismo. No me las llevé por no añadir peso a mi mochila, y cada vez que me acuerdo me pesa.


Después de comer y descansar más de una hora en los bancos que hay a la espalda de la fuente, el cielo amenazaba lluvia. He intentado volver por pistas a Quincoces, pero después de equivocarme un par de veces he regresado a Villaventín y he vuelto por la carretera principal.

A excepción de San Miguel de Relloso el resto de pueblos por los que he pasado están habitados, pero apenas he visto alguna persona y no he tenido ocasión de hablar con nadie.







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