Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (3)
Tercera jornada: 19/05/2021
Quincoces de Yuso - Castrobarto - Rosio - Salinas de Rosio - La Cerca - Villamor - Perex - Río de Losa - Quincoces de Yuso
Aunque cuando he salido la niebla peinaba las cumbres de los Montes de la Peña y trataba de de penetrar en Losa por el portillo de Muga, el frío no era notable, pero me he tenido que abrigar. Durante todo el día he viajado por un paisaje verde que pronto amarilleará, aunque ya hay amarillos que jaspean el paisaje. La aulaga adorna las lindes y se adivina desde muy lejos entre los claros de las zonas arboladas. Los sembrados de colza rompen de vez en cuando el verde del cereal. Las laderas de los Montes de la Peña lucen el contraste entre el verde oscuro de las coníferas y el claro de las especies de hoja caduca. Un cielo de nubes y claros, con tonos desde el blanco hasta azulados gris oscuro, mejoraba aún más el colorido del paisaje.
Al entrar en Castrobarto no sabía cómo llegar a la fuente que me recibió en 2001 después de haber estado perdido en la niebla y haber recogido en mis pies toda el agua que “...se había depositado en el brezo, en los enebros, en las otacas y en los espinos de la sierra mientras trataba de llegar al portillo de la Magdalena rodeado de niebla y cruzando a veces por pasajes tenebrosos entre hayas o avellanos, donde parecía que alguien había robado toda la luz circundante, lechosa y ya escasa de por sí”.
He atravesado el pueblo hasta la pista que sube hacia el portillo de la Magdalena, por la que hace veinte años llegué a Castrobarto después de estar en su lobera. Una mujer que volvía de su paseo matutino me ha orientado para llegar a la fuente. No he tenido que hacer ninguna corrección en mi recuerdo: “La de Castrobarto domina una amplia plaza y protege una bolera que tiene detrás; entre sus dos largos abrevaderos cubre un frente de unos 25 m”. La mujer me ha dicho que la fuente recibe el agua de un manantial diferente al que le servía hace dos décadas; la explotación de unas canteras debió afectar al manantial o al acuífero del que tomaba el agua.
También me ha acompañado a otra fuente que hay en la parte baja del pueblo. Sin ser experto juraría que es más antigua, y quizás levantada en la misma surgencia o junto a ella. Más abajo no se pudo colocar la pilastra de la que surgen los caños; vierten el agua directamente en el abrevadero, que está prácticamente a ras de suelo. Casi al mismo nivel se construyó el lavadero. La fuente ofrece graciosamente su agua, pero es de las que exigen humillación a quien la toma; a quienes tuvieron que hacer la colada en el lavadero —seguro que solo mujeres— les exigía además arrodillarse.He vuelto a recorrer el pueblo buscando una tercera fuente, frente a la que he pasado un par de veces antes de verla. En la iglesia me he detenido para admirar una portada gótica que desde el exterior da entrada a otro espacio abierto. Es una puerta que no cierra nada, pero a través de escaleras te introduce en el apacible y herboso lugar que, rodeado por un muro, hay frente a la iglesia. La portada no es de Castrobarto; procede de Muga, un pueblo cercano desaparecido. El lugar al que se accede por ella es el antiguo cementerio. “Descanse en paz”, repetiría todo el vecindario cuando dieron tierra a todas las personas cuyos restos están o estuvieron allí enterrados. Puedo asegurar que hoy no se respiraba otra cosa
En Castrobarto (Junta de Traslaloma) me he entretenido más tiempo del que pensaba, así que de camino a Salinas de Rosio no he parado en Villalacre. He traicionado a su fuente y de ella solo sé que veinte años atrás solo escribí: “Los tres caños de la de Villalacre surgen de un rollo o cilindro de piedra que en su base está rodeado por una pila semicircular, donde vierten el agua; la pila se prolonga por uno de sus lados en un largo abrevadero”. Ahora ni siquiera puedo reproducir en mi cabeza una imagen de ella. Otro lugar al que tendré que volver.
De Salinas de Rosio mantenía con mucha claridad en mi memoria algunos de los momentos de la tarde y noche que en 2001 pasé en el pueblo. Ahora he visto que había adornado algunos de ellos. La fuente que está junto a la carretera no contradice lo que entonces escribí: “El caño de la fuente de la Plaza Mayor de Salinas de Rosío vierte el agua en un pilón alargado, que comienza bajo el mismo caño y sigue durante varios metros la dirección de la carretera que atraviesa el pueblo en dirección a La Cerca”.
Pero mi recuerdo situaba la fuente al otro lado de la carretera, en frente del espacio cubierto que se adelanta al centro social del pueblo. En ese soportal extendí hace 20 años mi esterilla para pasar la noche. Después conté que “...el sonido monocorde del chorro de agua me acompañó hasta que, a primeras horas de la madrugada dos parejas de jóvenes se sentaron frente al soportal en el que dormía para alargar la noche con animada charla y con risas. Dejé de oir la fuente; me pareció que se callaba para escuchar, también ella, la conversación de aquellos cuatro jóvenes. ¿Guardará muchos secretos esta fuente?”
Yo recordaba la fuente enfrente del cobertizo, y a aquellas dos parejas sentados en el borde del abrevadero; pero es imposible, porque a aquellas personas podía verlas si levantaba la cabeza y, como he podido averiguar hoy, desde donde dormía no podía ver la fuente, aunque la escuchase. De nuevo he comprobado que la memoria y los recuerdos pueden ser dúctiles y moldeables. Gracias a ese moldeado podemos recordar algo que no ocurrió, o que si lo hizo no fue exactamente como lo acabamos rememorando.
Salinas de Rosio, integrada en la Junta de La Cerca, era parte de la Merindad de Losa. Hoy pertenece al municipio de Medina de Pomar y parece un pueblo desierto. En 2001 se concentraron donde yo iba a dormir muchas de las personas que ocupaban el pueblo en verano, porque allí estaba su centro social. También entonces la mayoría de las casas estaban vacías en invierno. La prosperidad que desde la romanización dio la sal al pueblo se ha ido diluyendo en una atmósfera extraña. Se esfumó la vida y el bullicio que pudo haber en sus calles, pero el pueblo sigue en pie y todavía hay quien resiste en él durante todo el año. Creo que la saturación de carteles de “se vende” tienen que afectar al ánimo de esas personas resistentes.
‒Aquí no llega nada. Todo se queda en Medina ‒me ha dicho uno de esos vecinos que resisten.
Casi al mismo tiempo ha pasado un camión que iba a cargar salmuera a las instalaciones donde aún se extrae, aunque ya no aporte riqueza al pueblo.
‒Dos o tres camiones al día. Lo llevan a Cantabria ‒dice mi informador.
Se queja del abandono de las salinas, y lo hace envidiando la recuperación de la producción y el atractivo turístico que ha supuesto la rehabilitación de las de Salinas de Añana. También se queja del abandono de restos romanos, alguno de los cuales ve desaparecer poco a poco bajo tierras de cultivo. Y del retablo que se llevaron de la iglesia antes de rehabilitarla; asegura que dejaron que se cayese el tejado para llevárselo. Me muestra también las ruinas de una casa que hay junto a la fuente. De ella no quedan más que la parte inferior de los muros y el interior colmado de escombros.
‒Pues ahí está empadronado uno que vive en Medina. Alguna vez ha venido la cartera y me ha preguntado dónde vivía el dueño para entregarle el correo; en esa casa, le digo yo.
Me lo cuenta sin adornos, como quien relata un hecho concreto con frialdad, sin apasionamiento. Intuyo que precisamente con ese tono desapasionado insinúa que hay intereses no muy éticos detrás de ese empadronamiento.
Hay otra fuente en la parte alta del pueblo, muy cerca de la iglesia y de lo que antaño fue un hospital y más tarde escuela. Su obra, realizada con grandes sillares, es de mucha más calidad que la de la que hay junto a la carretera. La pilastra, de la que salen tres caños, está protegida por un arco que la separa del abrevadero, que se extiende hacia la derecha en dirección a la parte trasera de la iglesia.
Perex era mi siguiente objetivo. He llegado a La Cerca, desde donde he seguido la carretera en dirección a Trespaderne. En Villamor la he abandonado para ascender hacia Perex. Sin descender a Momediano me he desviado por una pista agrícola para llegar al pueblo.
La fuente de Perex es una de las que guardaba un recuerdo más fiel a la realidad: “...se apoya en un muro que cierra un patio sobre el que se ve la preciosa solana de una de las casas que rodean la plaza en la que está la fuente”.
En su pilastra aparece grabado el año de su construcción: 1882. La pilastra está apoyada en una piedra, en la que también está labrada la pileta sobre la que desaguan los caños; todo el conjunto está apoyado sobre los sillares del único abrevadero, y por encima del agua que lo llena.
La sede de la Junta Administrativa de Perex está en una casa contigua a la fuente. También es centro social y bar. Un vecino ya jubilado, la única persona que he visto en el pueblo; estaba sentado a una mesa construida con una rueda de molino. Me ha sacado una cerveza del bar; mientras charlaba con él he comido lo que traía, yo sentado en otra mesa para mantener la distancia social que nos impone el Covid-19. El hombre tiene su residencia en Ortuella, pero prefiere estar aquí. Cuando después del confinamiento ha vuelto, ha encontrado su huerta invadida por la yerba.
‒Las más altas las malas ‒ha dicho.
Fue ciclista de joven y buena parte de la conversación ha sido sobre ciclismo. Al preguntar por el estado de la pista que sube a la lobera de La Barrerilla me ha contado que hace bastantes años, pero ya entrado este siglo, cayó al foso una jabalina con sus crías. Él, su hermano y un sobrino consiguieron con mucho cuidado y esfuerzo sacar los animales con vida.
‒Me duró el olor a jabalí una temporada larga.
Él se ha marchado en bici y yo he subido hasta la lobera por la pista.
De vuelta a la carretera he descendido para llegar a Río de Losa por Castriciones y Quintanilla la Ojada. Antes de pasar por San Pantaleón de Losa no he podido resistir la tentación de pararme a fotografiar el impresionante espolón rocoso sobre el pueblo y la ermita de San Pantaleón que lo corona.
En Río de Losa he parado para volver a ver la fuente y charlar con Jose Javier Fernández. No he tenido que “rehabilitar” mi recuerdo de aquella, no tengo que añadir nada a lo que escribí sobre ella en 2001: “La fuente de Río de Losa domina el espacio que la circunda. Desde esa posición se muestra tan soberbia que hasta para poder beber exige algún esfuerzo al sediento, a no ser que metas los piés en el agua de sus pilones. Sus dos caños vierten el agua hacia el centro de cada uno de los anchos abrebaderos, que se extienden a dos de los lados de la estructura cúbica de la que surgen...”.
Entonces fue la última de las fuentes de Losa que me alivió el calor y me quitó la sed antes de que me dirigiese a la lobera del Toyo y entrase en Araba.
A Javier le conocí en aquel viaje; poco después coincidí con él en una charla sobre loberas que Félix Murga dio en Quincoces. Creo recordar que para entonces ya le había enviado el artículo sobre las fuentes de Losa que publicó en La Solana, una revista de información cultural comarcal que siguen publicando aún con el mismo sencillo formato de entonces. Javier es un enamorado de la historia y de todo lo que le sirva para entender Losa. Puede hablar de romanización, de etnografía, de arqueología, de geologia… No se pierde. También hemos hablado de conocidos comunes; conoce mi comarca ‒Aiaraldea y Alto Nervión‒ muchísimo mejor que yo la suya; no en vano ha trabajado mucho al otro lado (para él) de la Sierra Salvada.
(Texto elaborado a partir de los apuntes de mi diario de viaje)
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