2019/11/02

Monte Gárgano, origen y meta


CRÓNICAS DE UN VIAJE TRAS SAN MIGUEL DE UN ATEO SIN ESPADA
Serie de 14 episodios sobre un viaje entre Mont Saint Michel y Monte Gárgano.

A caballo entre octubre y noviembre de 2017 realicé un viaje entre Mont Saint Michel y el Monte Gárgano, para visitar cuatro lugares curiosos, espectaculares y sorprendentes. Seguí una imaginaria y misteriosa línea recta, en la que se alinean esos cuatro destinos de mi viaje. En Aiaraldea.eus publiqué 14 crónicas en euskera. Más tarde grabé 14 podcasts  en castellano, cuyo texto publico aquí.


13- Monte gárgano, origen y meta
Hemen argitalpen orijinala irakur daiteke:
https://aiaraldea.eus/komunitatea/Jose%20Mari%20Guti%C3%A9rrez%20Angulo/1518776771088-13-gargano-mendia-abiapuntu-eta-helmuga

Llegué a la meta. Había tomado como último destino de mi viaje San Michele Arcangelo, donde se inició el culto a San Miguel en Europa, el santuario que fue el origen o el precursor de las demás iglesias y monasterios de la virtual línea recta que había seguido. San Michele Arcangelo no tiene ningún parecido con los las otras tres iglesias o monasterios que había visitado. El de Gárgano no está en la cumbre de un monte, no se visualiza desde lejos, no se ve hasta que no estás dentro. Está en una gruta, y para llegar a ella hay que descender 86 escalones por una escalera de tres tramos, por el interior de las construcciones edificadas durante siglos contra la peña.

El santuario está en el pueblo de Monte Sant’Angelo. Visto desde Manfredonia, sus casas blancas se asoman en el horizonte, al borde del macizo del monte Gárgano. Mi viaje acababa en su famoso santuario. Los tres que había visto antes me parecieron magníficos por su situación, su tamaño y su belleza; los alrededores de este cuarto me parecieron interesantes antes de entrar en él, pero al contrario que en los otros, el primer vistazo no me produjo una sorpresa y admiración repentinas.

Al llegar al de Gárgano entré en un patio; a la derecha vi aun campanario de 27 metros, construido en el último cuarto del siglo XIII; delante de mí el pórtico de entrada con dos portadas, la de la derecha construida en los últimos años del siglo XIV, la de la izquierda una reedificación del siglo XIX; sobre el pórtico un frontón con una estatua de San Miguel. Lo que veía se había construido muchos siglos después de que el obispo Lorenzo Maiorano hubiese establecido el nuevo culto. A pesar de ser digno de admiración, aquello no era el milenario lugar sagrado.

Tuve que bajar la larga escalera, y para entrar en la gruta, atravesar otra portada del siglo XIII o XIV. La gruta estaba a rebosar de gente, la mayoría siguiendo con gran devoción la misa que estaba a punto de terminar. En un espacio de la zona del altar, y dentro de una urna trabajada con esmero, destacaba sobre todo lo demás la estatua de San Miguel; lo hacía por su situación, por la urna que la protegía y, sobre todo, por su claridad cegadora multiplicada por una iluminación bien dirigida.

En las otras tres iglesias o abadías en las que había estado antes había turistas; si entre ellos también había peregrinos o creyentes, no destacaban. En cambio en Gárgano, los turistas y los viajeros se hacían demasiado evidentes, a no ser que adquiriesen un talante de personas de fe; y aunque no se diesen cuenta, estaban todo el tiempo bajo la estrecha vigilancia de la monja guardiana del turno.

Al terminar la misa quise recorrer todos los rincones de la gruta, pero el alboroto momentáneo de los fieles que surgió con la despedida del “ite missa est”, terminó enseguida; quienes se quedaron en la cueva, y las nuevas incorporaciones, hicieron caso a la llamada para rezar el rosario, y el orden y la devoción se apoderaron de nuevo del interior de la caverna. La mayoría siguieron el rezo, al parecer con interior recogimiento; quienes queríamos observar y examinar los elementos antiguos y los contemporáneos, quedamos de nuevo fuera de lugar.

Salí para ver otras habitaciones y espacios que rodean la gruta. Un corredor largo y luminoso me llevó hasta la Capilla de la Reconciliación; es del año 2000, y se construyó y acondicionó para conmemorar un privilegio concedido por Juan Pablo II al santuario: “el privilegio del perdón angelical, con indulgencia plenaria”.

–¡Anda! –pensé–. ¡Esto sí que es un indulto!

En la capilla vi un moderno y bonito fresco, una cruz de madera del siglo XV y pequeñas cavidades excavadas en la roca de la montaña. Estas últimas me recordaron a las cuevas artificiales de Treviño y Valdegovía.

Los confesores esperaban en la trasera de la capilla en media docena de confesionarios, para conceder el perdón angelical eterno; al menos eso entendí en la audio guía que alquilé y, dulcemente expresado, el convite para que me acercase al confesionario: “aquí se te concede el privilegio de volver a nacer como un hombre nuevo”. Dejé allí a los confesores y a los pecadores que esperaban su turno, y volví a la gruta.

El rosario ya había acabado, pero se estaba celebrando otra misa. Me fijé durante unos momentos en el lugar y en los fieles, y con la intención de volver a la tarde, salí a comer y a recorrer el pueblo.

Volví a la gruta después del cierre del mediodía. A la tarde había menos gente en el santuario, y los grupos no eran tan numerosos; sin embargo el ambiente era similar: continuamente había rosarios, misas y oraciones. La devoción de los fieles siguiendo los ritos me pareció sorprendente, tan exagerada que si alguien viese aquello sin prejuicios y sin conocer el ritual, pensaría que aquellas personas eran figurantes de un teatro; y muchos sobreactuando.

En San Michele Arkanjelo pasé varias horas a la mañana y varias a la tarde; era el primer sábado de noviembre. Subí y bajé las escaleras unas cuantas veces; entré y salí de la gruta otras tantas; me detuve ante la fachada repetidamente; me pareció llamativo el sitio, el lugar donde estaba y lo que allí ocurría; y quise fijar en mi retina todos los detalles con el deseo de no olvidarlos. Volví el lunes siguiente. Quería comprobar si el ambiente era similar los días laborables. Encontré menos gente, y las celebraciones litúrgicas eran más espaciadas. Esas dos cosas suavizaban la sensación de religiosidad invasiva, pero el ambiente no cambiaba mucho. Alargue la estancia, y en algunos momentos conseguí ver la gruta casi vacía, siembre bajo la estrecha vigilancia de alguna guardiana.
Para escuchar el podcast:
https://www.ivoox.com/monte-gargano-origen-meta-audios-mp3_rf_28576564_1.html

Para escuchar en modo vídeo:
https://www.facebook.com/100008792851310/videos/1903759979927079/?id=100008792851310&lst=100008792851310%3A100008792851310%3A1571681228&sk=grid

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