Un viaje a Grecia.
Lugares dispares fundidos en un solo recuerdo (1)
Hay lugares que no se pueden pensar sin otros a los que nuestro recuerdo los vincula, los adhiere, los une hasta convertirlos en uno solo al evocarlos. Eso es lo que me ocurre con Ouranópolis y con Athos. Para mí Ouranópolis no existe sin Athos ni pienso en Athos sin visualizar Ouranópolis con su plaza, su torre y su muelle.
La península Calcídica está en el norte de Grecia. De ella surgen tres prolongaciones, tres subpenínsulas que, como dedos de una mano incompleta, se adentran decenas de km en el Egeo: Casandra, Sitonia y Monte Athos. Esta última, la antigua Akté, es la más oriental de las tres. Se trata de una lengua de tierra de unos 50 km de larga y entre 7 y 10 km de ancha. El istmo apenas supera los 2 km de anchura y se eleva escasos metros sobre el mar. Hace más de 25 siglos una obra tan soberbia como efímera sirvió para que el agua del mar separase Monte Athos del resto de la Hélade. En el 483 a.C. Jerjes mandó construir un canal para evitar que su flota tuviese que rodear toda la península. Pocos años antes, en el 492 a. C., una tempestad había destrozado la flota de su padre Darío I y diezmado su ejército al circunvalarla(*1).
Jerjes comunicó los dos golfos separados por Athos, el Estrimónico a oriente y el Singítico a occidente; separó la península del continente, más por soberbia y demostración de su poder que por necesidad(*2).
De aquella obra no queda nada visible, sin embargo, la mayor parte de la península sigue estando separada del resto de Europa; un muro, una alambrada, una frontera infranqueable aleja la mayor parte de Athos del resto del mundo. La muga separa esos dos lugares que yo no puedo segregar en mi recuerdo: Ouranópolis se queda a un lado y Athos al otro. Llevan más de 1.000 años separados.
Ouranópolis esta en el interior de ese dedo que se separa de la Calcídica, a unos 10 km por carretera de Nea Roda, pueblo situado en el lugar más estrecho del istmo, en el lugar donde estaba el extremo norte del canal de Jerjes; está, por tanto, en el interior de Athos. Pero, de algún modo, Athos empieza 2 km aún más lejos.
La mayor parte de la península es propiedad de una comunidad monástica formada por veinte monasterios que conforman la república teocrática autónoma de Agion Oros (Montaña Santa) o Estado Autónomo del Monte Athos. La frontera infranqueable entre esta república monástica y el resto del mundo es terrestre; sin embargo, aunque la orografía no lo impida, no se puede acceder por tierra. Solo por mar es posible el acceso; se necesita para ello un visado especial limitado a cuatro días y que se concede a un número muy reducido de hombres. Cada día se puede otorgar ese visado a 100 peregrinos ortodoxos y, como máximo, a 10 extranjeros no ortodoxos. La relativa obligación de estar registrado en algún monasterio o skite(*3) para pernoctar las tres noches posibles ‒cada una en un monasterio diferente‒ hace más complicada la visita a Athos; aunque se puede pernoctar sin haberse registrado, no es posible hacerlo así en todos los monasterios. Las mujeres tienen prohibido el acceso(*4).
Aimar y yo llegamos a Ouranópolis cuando había pasado año y medio desde que habíamos pisado la península de Athos por última vez (para él la primera). En el 2023 habían transcurrido cinco días desde la Pascua ortodoxa cuando llegamos a esta localidad; el pueblo ya estaba preparado para la temporada turística que se alargaría hasta final de verano. En el 2024 cambiamos la primavera por el otoño y encontramos el pueblo saliendo ya del ajetreo turístico. Los cambios que observamos de un año a otro solo fueron estacionales. Sin embargo, si comparo lo que encontramos en la península con el recuerdo que guardo de la primera vez que llegué a Athos hace 30 años, me parece que el Monte Athos ha sufrido, o está sufriendo, una completa metamorfosis.
Ouranópolis ha cambiado, el pueblo ha crecido. Hay más hoteles y locales de hostelería; se han multiplicado los comercios destinados al consumo turístico en los que se venden guías, recuerdos, iconos, joyas, ropa y material de playa y de treking…; las calles están más concurridas, sobre todo por forasteros, muchos de ellos eslavos; los escaparates de los comercios que se abren a ambos lados de la carretera y calle principal que termina en la plaza saturan las fachadas de los edificios; el brillo de los iconos repujados con una fina capa metálica dorada o plateada, en la que se reproduce en relieve la parte oculta de la imagen, destacan en sus escaparates y parecen querer seguir iluminando la calle cuando se oculta el sol; el número de joyerías parece exagerado para una comunidad que no llega a los 1.000 habitantes en pleno invierno. Lo único que encuentro como lo vi la primera vez es el muelle que se prolonga a los pies de la torre bizantina. Parece reservado a los ferrys que comunican nuestra parte del mundo con una lengua de tierra a la que sus habitantes ‒ninguno nacido en ella‒ llaman sagrada.
En el territorio monástico de la península, al que con muchas restricciones solo se puede acceder por mar, los cambios que después de 30 años he observado son más radicales. En 1994 entré en Agion Oros convencido de llegar a “la última franja costera intacta del Mediterráneo”. Entonces ya me crucé con algunos todo terreno en las pistas que comunicaban los monasterios, pero el tráfico actual, aunque escaso, no se parece al de 1994. La primera sorpresa en los dos últimos viajes a Agion Oros ha sido encontrar los monasterios en cuyo arsanás(*5) nos detuvimos un instante antes de llegar a Dafni, tan restaurados que parecían nuevos.
El cambio más espectacular lo ha sufrido el monasterio de Agios Panteleimon, también llamado Rosikón (de los rusos). La ayuda rusa durante las últimas décadas ‒Vladimir Putin lo visitó en 2016‒ han convertido un monasterio que después de la Revolución rusa estuvo a punto de ser abandonado, y que un incendio lo dejó en ruinas en 1968, en un complejo monástico que parece recién levantado. Parece que el dinero ruso ha dejado de llegar por motivos políticos y conflictos entre las iglesias ortodoxas.
Cambios similares se observan en el resto de monasterios y skites. Las ayudas europeas, rusas y de otros países eslavos han servido para rehabilitarlos y construir pistas y carreteras de hormigón entre muchos lugares de la península. La carretera que une Dafni, el puerto y entrada principal de Athos, con Kariés, la capital de este estado teocrático, es una de las grandes obras que está a punto de terminarse. En Kariés ya puedes alojarte en un hotel sin depender de la obligatoria y protocolaria hospitalidad de los monasterios; en el hotel pagando, por supuesto. La cantidad de trabajadores necesarios para la rehabilitación de edificios y la construcción de pistas y carreteras hace que en Kariés sean estos más abundantes que los monjes, peregrinos ortodoxos y extranjeros heterodoxos. Las necesidades han cambiado.
En la primavera del 2023 nos fuimos de Agion Oros con el pesar de no haber podido ascender al Athos; el acceso a la cumbre está prohibido desde el 1 de noviembre hasta el 30 de abril. Cuando unos días más tarde el Olimpo también se negó a permitirnos el acceso a sus cumbres más altas, pensamos que deberíamos hacer otro viaje en el futuro para hollar ambas. En octubre del 2024 volvimos para coronar las dos cumbres, para levantar el brazo y tocar el cielo griego.
(*3) Complejos monásticos dependientes de alguno de los 20 monasterios; algunas pueden ser mayores que ellos.
(*4) Para más información sobre Mujeres en Athos ver el apartado así titulado en otra entrada de este blog: https://60etatikharagobidaiatzea.blogspot.com/2023/06/monte-athos.html
(*5) Αρσανάς = arsanás: muelle. Cada monasterio, aunque se encuentre en el interior de la península y desde él no se vea el mar, tiene el suyo; consiste en un pequeño muelle con alguna estancia para almacenamiento. Las embarcaciones se acercan al muelle si tienen que descargar o recoger personas o cualquier tipo de carga. Los barcos no permanecen allí más que el tiempo necesario para cargar o descargar.