2023/06/22

MONTE ATHOS

 



29 AÑOS PARA UN SALTO DE MÁS DE UN MILENIO

Un manto de numerosos tonos de verde cubría la larga y quebrada lengua de tierra por la que 29 años después volvía a caminar. Esta vez, con la primavera ya adelantada, no caminaba solo; me acompañaba Aimar, mi hijo, que cuando pisé Athos por primera vez no había nacido. Reconocí el lugar, pero no estoy seguro de que sea el mismo que hace casi tres décadas vi, o creí ver.


Agion Oros

La península del Monte Athos, la más oriental de las tres prolongaciones de la Calcídica, en el NE de Grecia, es una estrecha lengua de tierra de 57 km de longitud que va ganando altura a medida que se introduce en el mar. Su máxima anchura es de poco más de 10 km, que en su istmo apenas supera los 2. En su extremo más adelantado en el Egeo una pirámide blanquecina y rocosa surge bruscamente del mar y se alza hasta los 2.033 m; es el Monte Athos, que da nombre a toda la península. Pero sus habitantes y la iglesia ortodoxa la llaman de otra manera: Agion Oros, Montaña Sagrada.

A pocos km del istmo, en el que Jerjes hizo construir un canal del que no queda ningún resto a la vista, hay una frontera infranqueable, un muro que impide el acceso a Agion Oros, a la Montaña Sagrada, a un territorio convertido en una especie de refugio de la ortodoxia y la espiritualidad. Dicha frontera confiere a la mayor parte de la península de Athos una paradójica insularidad; a pesar de que ese búnker o guarida de la “auténtica” ortodoxia y su espiritualidad está unido al continente, solo es posible ingresar en él por mar, y esto con muchas limitaciones.

Aunque la península forma parte del Estado griego, la autonomía de Agion Oros es tan grande que se puede hablar de independencia. Una frontera establecida hace más de mil años separa del resto del mundo la casi totalidad de esta lengua de tierra en la que se asienta un estado monástico, una especie de república teocrática. 20 monasterios ortodoxos son los dueños de unos 336 km cuadrados de la superficie de la península y se gobiernan por sí mismos. Un miembro de cada monasterio forma parte de la Iera Kinotis (Sagrada Congregación), que podría equipararse a un parlamento. Lo que se puede definir como gobierno es la Iera Epistasía (Sagrada Administración), formada por cuatro miembros ‒epistates‒; el primero de ellos ‒protoepistates‒, que no es más que el primero entre iguales, siempre pertenece a uno de los cinco principales monasterios (Lavra, Vatopedi, Iviron, Dionisiou y Khilandari). Kariés, en el centro de la península, es la capital. En ella tienen que residir los miembros de de la Iera Kinotis el año que dura su mandato. Su sede está enfrente de la iglesia principal del Monte Athos, el Protaton, en la que cada uno de los monasterios tiene un escaño con su nombre.

El estado griego también tiene una sede en Karies; sus competencias se limitan a funciones de policía y aduanas. Para subrayar la casi total autonomía de Agion Oros, la presencia en la península del estado griego depende del Ministerio de Asuntos Exteriores.


El mar, a lo largo de una costa de 112 km, y un muro y alambrada que atraviesan la península entre las costas oriental y occidental encierran sobre sí mismo este singular espacio. Durante bastante más de un milenio los ocupantes de la península han visto la sucesión de imperios, la generación de cismas (en los que han tomado partido), la creación de estados…, pero hasta hoy han conseguido mantenerse apartados del mundo.

El atrayente misterio de lo que se oculta

La atracción por lo que se oculta fue una de las razones por las que viajé a Athos por primera vez; 29 años después lo he hecho con Aimar para repetir, comparar y compartir la experiencia de haber estado en un lugar cuyos habitantes han querido detener la Historia y fosilizar el tiempo; un sitio donde nadie de quienes lo habitan ha nacido allí porque ninguna persona lo hace.

La masa vegetal modera la accidentada, abrupta y tortuosa superficie del Monte Athos. Mientras navegábamos desde Ouranópolis ‒el pueblo más cercano al estado monástico‒, hasta Dafni ‒principal puerto y acceso de Agion Oros‒ el arbolado que cubre la mayor parte de la península suavizaba su superficie. Solo la cumbre del Athos, hacia el SE, aparecía desnuda mostrando la claridad de la roca y dejando a la vista las estrías, pliegues y torrenteras que forman el esqueleto de la península. Más tarde, caminando por la accidentada costa occidental, tuvimos que aplicarnos en continuos ascensos y descensos para sortear barrancos, superar torrenteras, asomarnos al mar desde cientos de metros de altura y volver a descender hasta pisar alguna cala desde la que de nuevo iniciábamos la subida. Athos estaba bajo nuestros pies y pisábamos la primavera, o la teníamos a la altura de nuestros ojos. De cerca, ya no era todo verde; flores azules, amarillas, rojas, blancas… adornaban las laderas por las que ascendíamos, rozaban nuestras botas o se asomaban al mar. De repente, tras un recodo o al superar un pliegue de la montaña para acceder a la otra vertiente, aparecía alguna espectacular construcción: un monasterio situado sobre una roca asomada al mar desde algunos centenares de metros sobre él, unos edificios rodeados de soberbias balconadas de madera suspendidas en sus fachadas y ajenas a la fuerza de la gravedad.


La exuberante primavera hacía que la superficie de Agion Oros hirviese de vida, sin embargo, caminábamos sobre un gigante derrotado y hundido en el mar. Dicen que esta península no es ni más ni menos que el gigante Athos, uno de los que se rebelaron contra los dioses olímpicos. La montaña que se eleva hasta los 2.033 metros en el extremo más adelantado en el mar, sería la que el gigante lanzó contra los dioses olímpicos sin alcanzarles. Otra versión asegura que la gigantesca roca la arrojó Poseidón sobre la cabeza del gigante para mantenerlo aprisionado para siempre. Más tarde el monte sirvió de apoyo a Hera cuando abandonando la cumbre del Olimpo "ganó las nevadas montañas de los tracios (…) y descendió del Athos hasta el mar agitado..."; el objetivo de la diosa en aquel viaje era yacer con Zeus y adormecerlo para favorecer a los aqueos en la guerra contra los troyanos.

Por muy atractivos que sean los relatos mitológicos del antiguo panteón helénico, hace muchos siglos que están desterrados del Monte Athos. Allí no hay sitio para historias de dioses y héroes pasionales y caprichosos, amables o violentos. Para nombrar la península los actuales habitantes y dueños de la misma han secuestrado el nombre del gigante mitológico sustituyéndolo por Agion Oros; también a la cumbre del monte la llaman de otra manera: Metamórfosi Sotíros (Transfiguración del Salvador).

Acceso limitado

Entrar en Athos no es fácil, sobre todo si no eres ni griego ni ortodoxo. En los 336 km cuadrados de la península gobernados por la Iera Epistasía no se concede derecho de residencia a ningún heterodoxo o cismático. Aunque los peregrinos ortodoxos y los extranjeros pueden entrar en Agion Oros, no se otorgan permisos para más de cuatro días (tres noches); el número máximo de admisiones por día está limitado a 100 peregrinos ortodoxos y a 10 extranjeros. El proceso de entrada en Athos se ha simplificado durante las últimas décadas, pero las limitaciones se mantienen.

El derecho a la libre circulación está restringido en Athos. Para asegurarte la entrada tienes que solicitar un permiso con antelación suficiente y, a ser posible (como nos sucedió en este viaje), estar dispuesto a aceptar una fecha diferente a la planeada por ti. Con el permiso concedido te tienes que asegurar aún el Diamonitirion, lo que sería el visado de entrada; este, por mucho que adelantes tu viaje, no te lo entregan hasta el mismo día para el que te concedieron el permiso.

Sin el Diamonitirion no es posible conseguir pasaje para embarcar hacia el Estado Atonita, esa diminuta parte de Europa que queda fuera del Espacio Schengen(1). El puerto principal de entrada está en Dafni, pero se puede acceder por otros arsanás (puerto, embarcadero), que a veces no son más que un deleznable muelle; cada monasterio, aunque esté en el interior y alejado de la costa, tiene el suyo.

Si para los hombres el acceso a Athos está limitado y la estancia sujeta a unas cuantas normas, quienes no pueden entrar bajo ningún concepto son las mujeres.

Hace más de 1.100 años que esta península empezó a convertirse en espacio exclusivo de los monjes. En el año 885 un edicto del emperador bizantino Basilio I (un emperador nada virtuoso)(2) reconoció a Athos como territorio exclusivo para ellos. En el 963 se fundó el primer monasterio, el Gran Lavra, que es el más grande de los que hay en la península. La independencia administrativa del poder imperial la concedió Constantino IX Monomacos en 1046. En el documento firmado por este emperador se recogían normas que después de tantos siglo siguen vigentes; una de ellas es la que prohíbe la entrada en Athos a las mujeres.

Athos no ha sido ajeno a los acontecimientos de la Historia. Emperadores bizantinos protegieron el monacato en el Monte Athos otorgando privilegios y cartas constitucionales a su comunidad monástica. Los edictos de los emperadores bizantinos eran para siempre, según algunas de sus expresiones literales. Alejo I Comneno (1081-1118), promulgó un decreto imperial en el que, al mismo tiempo que descubrimos la soberbia del poderoso, se lee: Decretamos que la montaña Santa sea libre y que los monjes que en ella moran no tengan que padecer ningún agravio hasta el fin del mundo.

Hoy muchos viajeros siguen contando su experiencia en Athos describiendo el lugar, las costumbres y los ritos de los monjes que lo ocupan como algo que no ha cambiado desde entonces, como si aquellas bulas doradas bizantinas hubiesen protegido de tal manera a Athos que desde entonces todos los días, años y siglos hubiesen transcurrido sin ningún cambio. Después de mi primer viaje a Athos yo también estuve convencido de que los ritos que observé y el modo de vida del que participé durante más de una semana no habían variado en más de 1.000 años, y así lo contaba. Sin embargo, el devenir de la Historia tuvo su influencia en Athos y los monjes sufrieron agravios sin que el fin del mundo hubiese llegado.

La historia de Athos ha sido tan agitada como la del resto de Europa. Los siguientes apuntes no son más que un insuficiente resumen de la historia de un milenio en esta lengua de tierra.

En 1054 se produjo el gran cisma de la cristiandad, cuando el Papa de Roma y el Patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente. Siglo y medio más tarde tuvo lugar la Cuarta Cruzada (1198-1204), aquella que, de nuevo, pretendía conquistar Jerusalen y acabó invadiendo y saqueando Constantinopla (quizás ese, más que la conquista de Jerusalen, era el objetivo del Papa Inocencio III). Al final de la misma los monasterios de Athos sufrieron una breve ocupación de los cruzados. 100 años más tarde los almogávares aragoneses, aquellos mercenarios que tras el asesinato de su líder Roger de Flor y más de un centenar de sus oficiales en un banquete provocaron lo que se llama "la venganza catalana”(3), también ejercieron su venganza contra los monjes del Monte Athos. Después llegaría la ocupación más larga, la otomana. Durante su imperio los monasterios mantuvieron costumbres, normas y privilegios anteriores; al principio con más permisividad que injerencia, después a cambio de importantes tasas e impuestos. En 1912, durante la Primera Guerra de los Balcanes, los otomanos fueron expulsados de la península. El siguiente año una pequeña flota rusa llegó a Athos para intervenir en una disputa teológica(4); asaltó el monasterio de San Panteleimonos y centenares de monjes fueron hechos prisioneros, enviados a Odessa, excomulgados y dispersados por toda Rusia. Tras la Primera Guerra Mundial la península pasó a estar bajo soberanía griega. Al final de la Segunda Guerra Mundial, durante la que la Iera Epistasia pidió a Hitler su protección personal para no ser molestados, la península de Athos estuvo brevemente ocupada por partisanos.

Mujeres en Athos

La prohibición de entrada en Athos a las mujeres se ha mantenido invariable durante toda esta historia. Sin embargo han sido varias las ocasiones en las que esta norma se ha violado(5). Dejando de lado la leyenda de que Helena de Bulgaria estuvo en Athos, pero siempre transportada en palanquín para no pisarlo, hubo mujeres que entraron en Agion Oros. En al menos dos ocasiones el estado monástico dio refugio a mujeres y niñas que con sus familias buscaban protección en épocas de revueltas sociales o durante la guerra de la independencia griega. En la primera mitad del siglo XX, algunas otras disfrazadas de hombre también rompieron la prohibición. Maryse Choisy, una periodista francesa, lo hizo a finales de la década de 1920; poco después, en 1930, Aliki Diplarakou, una mujer audaz, políglota e independiente (que poco antes había sido la primera Miss Europa griega), también se vistió de hombre para entrar en Athos. Otra mujer griega, Maria Poimenidou, violó la norma en 1953; la aventura de esta hizo que Grecia aprobara una ley que definió como delito la violación del espacio atonita por mujeres; la pena establecida para tal atrevimiento es de entre dos meses y un año de prisión.

En enero de 2008 diez mujeres se enfrentaron a dicha pena(6) por acceder al territorio monacal durante una manifestación de protesta. No se manifestaban contra la prohibición de entrada a las mujeres; ellas y varios centenares de manifestantes se movilizaban contra el propósito de algunos monasterios de apropiarse de unas 800 hectáreas de terrenos fuera de los límites del territorio atonita. No se alejaron de la muga ni permanecieron dentro más de 20 minutos, pero fueron juzgadas por el hecho de entrar en Agion Oros. En mayo del mismo año cuatro mujeres moldavas fueron detenidas por la policía; se trataba de mujeres víctimas de de una red de trata de personas y los monjes las perdonaron.

La prohibición de la entrada de mujeres en el Monte Athos se ha puesto en tela de juicio en varias ocasiones en el Parlamento Europeo. Athos forma parte de Grecia, un estado de la Unión Europea. La prohibición de acceso a las mujeres supone una discriminación por razón de sexo y una limitación a la libertad de circulación. Pero la Constitución griega reconoce la autonomía del Monte Athos. La Constitución griega está en consonancia con la Carta Estatutaria del Monte Athos, estatuto que fue redactado en 1924 por cinco representantes de los monasterios y aprobado como ley en 1926 por el Parlamento Griego. En la Acta Final de Adhesión de Grecia a la Unión Europea se reconoce también ese estatuto(7). Hasta el momento los intentos de modificación de los normas milenarias no han tenido ningún resultado.

Lo que vi, lo que creí ver, lo que he visto

La atracción por lo que en Athos se ocultaba fue una de las razones para hacer mi primer viaje. Otra fue que su aislamiento había contribuido a que este limitado espacio no hubiese sufrido ni la contaminación ni el retroceso de los espacios naturales ante el avance de carreteras, autopistas y otras infraestructuras, lo que convertía a la península en uno de los lugares menos contaminados y más bellos de Grecia. Lo que me atrajo lo convertí en expectativas. Llegué y encontré lo que esperaba encontrar: misterio y exuberante naturaleza, aunque hace 29 años la primavera apenas había empezado a manifestarse a mi llegada.

Ahora no estoy seguro de si a lo que vi agregué lo que creí ver para que mis expectativas se viesen totalmente colmadas. Esperaba encontrar un mundo anclado en el pasado, un espacio en el que durante el último milenio no había ocurrido nada y en el que la vida de sus habitantes discurría como en el año 1000. No fue exactamente eso lo que vi, ni lo que la información que tuve a mano me indicaba, pero me incliné a pensar que la historia apenas había tocado a Athos. Poco a poco esta idea es la que ha quedado grabada como recuerdo en mi memoria.

Lo que he visto ahora me ha hecho pensar que, en 29 años, Athos ha dado un salto en el tiempo de más de un milenio. No sé si tras este viaje construiré un recuerdo a partir de esa idea. Quizás ahora, si agrego algo a lo que he visto no sea para adecuarlo a mis expectativas, sino para que la visualización del futuro de Athos que ahora me hago no contradiga lo que he creído poder predecir a partir de lo que he visto.

Llegamos a Ouranópolis, donde teníamos que tomar el ferry para llegar a Dafni, la víspera del embarque. Si 29 años antes deambulé por un pueblo desierto con pocos locales de hostelería y comercios abiertos, ahora empezaba a parecer, ya en abril, un pueblo turístico que comenzaba a despertarse a la temporada de más ocupación. Aunque pudimos reservar plaza para embarcar al día siguiente, no conseguimos aún los pasajes; debíamos presentar el Diamonitirion para poder hacerlo, y era imposible tenerlo hasta la mañana de la partida.

En el ferry viajaban obreros que iban a trabajar a Athos, peregrinos y algunos extranjeros. Paramos en cada uno de los arsanás que hay en la costa antes de llegar a Dafni. El barco apenas se detenía para dejar con rapidez carga y personas en cada muelle. Antes de llegar a Dafni pasamos ante los monasterios de Dochiariou, Xenofontos y Panteleimonos, pegados a la costa, y el de Xiropotamou encaramado en la ladera casi 200 m más arriba. Todos aparecían con las fachadas y tejados rehabilitados. El de Panteleimonos, ruso, todavía con algún edificio rodeado de andamios, se mostraba el más soberbio; no ocultaba la importante inversión que en él se había hecho y se seguía haciendo.

Más tarde pudimos ver que esa fiebre rehabilitadora y la construcción de infraestructuras se ha dado o se está dando en todos los monasterios, en toda la península. Se descargaban áridos en Dafni desde buques de carga demasiado grandes para aquellos muelles; en dos o tres lugares había tierras removidas, canteras, silos de cemento y plantas de hormigón; las pistas que llegan hasta monasterios que parecen inaccesibles por tierra, estaban recién afirmadas; la carretera que une Dafni con Karies, en obras, no envidiará a ninguna del continente cuando esté acabada… Las subvenciones europeas y rusas han puesto al día los caminos (ahora a menudo transitados por vehículos todo terreno) y los monasterios.

En el monasterio de Simonos Petra deambulamos por sus balconadas colgadas en el vacío, todas restauradas. Si hace 29 años las tablas del suelo se movían al pisarlas y era fácil que el pie se te colase por sus huecos, ahora solo asomándonos a la barandilla pudimos ver la roca sobre la que se asienta el monasterio. Un monje con el que entablamos conversación nos habló del dinero que había llegado de la Unión Europea.

‒Son todos masones, pero el dinero es el dinero ‒nos dijo con una sonrisa irónica.

A partir de Simonos Petra caminamos por un sendero que yo recordaba colgado en el acantilado y como el más atractivo de los que había recorrido. Los pliegues de la montaña se suceden uno tras otro; se elevan con tal desnivel que caminas como si lo hicieses sobre una sierra gigante en la que hay que superar todos sus dientes desde lo más bajo hasta sus vértices. La vegetación nos rodeaba sin impedirnos ver el mar, al que continuamente llegábamos al descender desde el vértice de un pliegue para iniciar el ascenso a otro. En una playa de cantos rodados paramos a descansar. Nos protegimos del sol en una gruta. Aimar rompió una de las prohibiciones impuestas a los visitantes: se bañó en el mar; quizás fueron dos normas las que violó, porque para bañarse dejó de estar decorosamente vestido. Envidié el baño, pero no quise averiguar la sensación térmica, que tanto al entrar como al salir del agua me habría hecho tiritar.

Mientras descansábamos vimos pasar un par de embarcaciones hacia el norte, hacia Dafni o Ouranópolis. Empecé a pensar que quizás no tengan que pasar otras tres décadas antes de que se organicen viajes turísticos para visitar Athos. Ahora ya llegan desde los países ortodoxos grupos de peregrinos en viajes organizados desde sus iglesias o comunidades religiosas. ¿Sería de extrañar que las restricciones para visitar la península se relajen? Parece que ya se va introduciendo ese progreso que consiste en el crecimiento continuo y en la acumulación de riqueza. Ahora son las infraestructuras las que se están desarrollando. La proliferación de obras y rehabilitaciones ha llevado a la península a empresas y trabajadores para realizarlas; con ellos han llegado los servicios que necesitan. En Karies hay comercios y negocios de hostelería que hace 29 años no vi. Durante el día, su calle principal parece más propia de un pueblo turístico que de un estado monástico que se define como refugio de la ortodoxia y la espiritualidad. ¿Cuánto falta para que se impulse también la explotación de la riqueza natural de Athos?

No sé si volveré a Athos; lo que es casi seguro (¿casi?) es que no lo haré dentro de otros 29 años para comprobar los cambios que se hayan producido, o, mejor dicho, los cambios que mis sentidos me hagan creer que se han producido. A lo mejor lo que veo y lo que hay no siempre coincide.


Los dueños de un tiempo fosilizado

Pasamos los dos primeros días en la costa occidental de la península al sur de Dafni. Mientras caminábamos, todo el paisaje era nuestro y las horas transcurrían a nuestro ritmo. Al llegar a los monasterios dejábamos de gestionar el tiempo; sus dueños eran otros y otra era, también, la unidad de medida para las horas, para los días, para los años. El día tiene las mismas horas que en cualquier lado, pero en una celda, un patio o una iglesia de Athos el silencio, la quietud o el canto monocorde de los monjes las alarga o las inmoviliza. Los días comienzan mucho antes de lo que la mayoría de visitantes estamos habituados; sus partes ‒para la oración, para la comida, para el trabajo y para la meditación‒ no coinciden con las que solemos estar acostumbrados. El año se distribuye según el calendario litúrgico ortodoxo, que sigue sigue siendo el juliano. En cada periodo del año puede cambiar el rigor del ayuno y el número de comidas diario, la vigilia y hasta la fórmula del saludo(8); pero los días se repiten sin variación en una especie de rueda del tiempo que ni se detiene ni cambia.

Llegamos a media tarde al monasterio de Grigoriou en el que íbamos a pasar nuestra primera noche en Athos. Nuestra intención era dejar nuestras mochilas y seguir algunas horas más caminando por la accidentada costa. No fue posible. El arjondaris (el encargado de ofrecer hospitalidad a los visitantes) no estaba. El monje al que preguntamos por él nos dijo que enseguida vendría, nos condujo a una amplia sala y nos sirvió agua, dulces y café. El arjondaris no apareció hasta la hora de los oficios para decirnos que después de la cena (o segunda y última comida del día) nos asignaría una celda. 

El monje que nos recibió estaba adaptado a la inmovilidad del tiempo que se puede sentir en Athos. Nos atrapó en ella durante algunas horas en una conversación monótona y repetitiva; él tenía alguna curiosidad por lo que ocurría fuera de Athos, aunque ubicaba con muchos errores diferentes países o, como en el caso del nuestro, ignoraba dónde se localiza. Centró casi todo su interés en hablarnos de monjes que después de haber sido católicos y budistas se convirtieron a la ortodoxia. Tuvo un empeño especial en que tras la comida de la tarde fuésemos a hablar con el padre Damián. 

Desde la placita principal del monasterio nos guió descendiendo por el interior de los edificios hasta llegar a una estancia con apariencia de imprenta o taller de encuadernación. Al interior de la fachada que da al mar había una pequeña cocina; dos ventanas se abrían a un cielo ya rojizo. Damián preparó café para nosotros, un café griego, que siempre hay que tomar desterrando las prisas y alargando el momento. El padre Damián tenía la llave de la conversación; el objetivo de su discurso era dejar claro que la ortodoxia es la única interpretación válida de doctrina cristiana. Repitió en varias ocasiones que “si hay tres interpretaciones, dos no pueden ser verdaderas; o una o ninguna”. Eludía los cismas o conflictos dentro de la iglesia ortodoxa como si la historia se hubiese parado en 1054.

Donde el tiempo pudo haberse parado definitivamente para nosotros fue en el monasterio de Dionisiou, en el que pasamos nuestra segunda noche. Dormíamos en una celda al final de un pasillo que terminaba en un hueco de acceso a la sala de calderas. Los sistemas de calefacción de los monasterios, alimentados con madera, han provocado muchos incendios a lo largo de la historia. A la una de la madrugada entró alguien en la celda y nos conminó a salir con nuestras cosas y bajar a la calle. No podemos saber si lo que hizo que nos evacuasen con urgencia fue un conato de incendio o simplemente una mala combustión de la madera; nadie nos explicó la razón del humo que ya se expandía por nuestra habitación. En el pasillo, si no sólido, era ya impenetrable para la luz. Si aquella noche alguien no hubiese sido consciente del problema ‒"pequeño problema", en palabras del arjondaris por la mañana‒, quizás nos habríamos asfixiado por el humo sin darnos cuenta. El tiempo no se habría alargado más.

Frescos, iconos y reliquias

Los frescos y pinturas murales cubren las paredes interiores de los dos espacios más importantes de los monasterios: el Katholikón y el refectorio (a veces también por fuera, como las pinturas sobre el Juicio Final en el exterior del comedor del monasterio de Dionisiou). Son auténticos museos de arte bizantino. Figuras de personajes alargadas, hieráticas y poco expresivas parecen observarte desde una perspectiva diferente a la que estamos acostumbrados y desde un instante en el que el tiempo se detuvo y no ha variado más. Ni siquiera en los frescos más modernos se alejan del estilo original y sus cánones.


Los venerados iconos, de estilo invariable, son omnipresentes en iglesias y capillas. Los gestos litúrgicos de veneración de monjes y peregrinos son exagerados y repetitivos; se inclinan, se santiguan ante ellos y los besan con profusión. Cada monasterio tiene alguno especialmente famoso, venerado y milagroso. Los más reverenciados suelen estar cubiertos de una lámina de metal repujado, que puede ser de plata y oro. Solo quedan a la vista la cara y las manos de los personajes sagrados que se representan; la lámina metálica suele estar trabajada reproduciendo la forma de la parte oculta de la figura del icono y dándole ligero volumen.

Pudimos ver con detalle algunos veneradísimos iconos de Athos: el llamado Agion Estin en la iglesia primacial de Karyes, el de la Portatissa en el monasterio de Iviron y el de San Nicolás en el de Stravonikita.

El de Karyes, Agios Estín, lo pude ver hace 29 años liberado de su lámina de metal precioso cuando un monje lo estaba fotografiando antes de restaurarlo. A mí me permitió fotografiarlo si no usaba flash, pero otro monje más riguroso que me vio hacerlo me expulsó de la iglesia con violencia verbal; supuse, por los gestos, que también con deseo de practicar la física. En esta ocasión me mantuve algo alejado del icono mientras algunos peregrinos lo veneraban ante la atenta mirada de algunos monjes.

De aquel viaje de hace casi tres décadas recordaba especialmente el de la Portatissa. Entonces un monje puso mucho interés en mostrármelo y explicarme su milagrosa historia; no me permitió fotografiarlo, pero me regaló dos pequeñas y cuidadas reproducciones después de un prolongado café. Esta vez paramos en el monasterio de Iviron para visitar la capilla en la que se venera el icono, pegada a la puerta de entrada al monasterio. Un monje de mi edad llamado Jeremías nos abrió la iglesia desde la que la Portatissa (la Guardiana de la Puerta) ejerce la protección que su nombre define. Al padre Jeremías le hablé del monje que conocí en 1994, del que no recordaba el nombre. Supo que le hablaba del padre Jacobo, un monje que había sido capitán de barco antes de retirarse en Athos para el resto de su vida. Cuando yo lo conocí me dijo que había viajado mucho y que le quedaba un último viaje por hacer: el que le llevaría al cementerio. Pedimos a nuestro anfitrión que nos llevase al camposanto. Los restos del padre Jacobo, que había muerto en 2013, no habían sido llevados aún al osario, como suele ser costumbre después de algunos años enterrados; seguían bajo tierra en su tumba.

El icono de San Nicolás está en el pequeño Katholikón del más pequeño de los monasterios de Athos, el de Stavronikita. El arjondaris nos abrió la iglesia y nos dijo que de ella teníamos que recordar dos cosas: el icono y los frescos que cubren todas sus paredes. Del icono nos explicó el milagroso encuentro por parte de unos pescadores; cuando le retiraron un concha adherida a la frente de la imagen manó sangre por la herida. De los frescos nos informó de que eran obra de Theophanes el Cretense (en el Monte Athos abundan los frescos pintados por él); este pintor fue contemporáneo de otro cretense, Doménikos Theotokópoulos, El Greco.

‒Mientras El Greco se fue a Toledo, Theophanes el Cretense se quedó en Athos ‒nos dijo como con cierto tono de reproche hacia El Greco.

Las reliquias son otro de los elementos muy venerados en los monasterios; cada uno tiene su propia colección, que guardan como un tesoro y exponen ante los peregrinos para su veneración. Es posible ver trozos de la cruz; el cinturón de la Virgen; el oro, incienso y mirra de los Reyes Magos; un brazo de Santa María Magdalena; restos de diverso tipo de santas y santos... Resulta difícil creer que la mayoría de los monjes y peregrinos estén realmente convencidos de que aquello que admiran y besan es lo que dicen que es, pero todas las reliquias las presentan como auténticas.

En Simonos Petra tuvimos la suerte de llegar cuando el arjondaris se afanaba en ofrecer agua, dulces y un vasito de licor a un grupo de peregrinos que habían llegado poco antes que nosotros. Nos adherimos al recibimiento sin necesidad de esperar. Después del rito reglamentario de hospitalidad, acompañamos hasta el Katholikón a parte del grupo, que quería venerar las reliquias del monasterio. El arjondaris colocó dos cofres sobre un escabel. Al levantar las tapas dejó a la vista las reliquias que contenían: la parte superior de un cráneo, una parte de otro, el pie de un niño, un trozo de madera... El monje las acariciaba mientras explicaba de dónde procedían. Los trozos de cráneo brillaban como si estuviesen pulidos o barnizados. Los peregrinos las besaron una a una. Nosotros nos mirábamos indecisos sin saber bien cómo reaccionar para que nuestro gesto no se viese como una falta de respeto. Cuando el arjondaris nos miró esperando a que fuésemos a besarlas, nos limitamos a hacer una inclinación de cabeza; nadie nos miró con reproche.


Un objetivo pendiente

Si al gozo del atractivo natural y la curiosidad por el misterio de lo que se oculta añadimos el deseo de coronar la cumbre del Monte Athos, tres pueden ser las razones o los objetivos para visitar la península. No hemos cumplido uno de ellos.

Cuando nos alejábamos hacia Ouranópolis, las nubes y la lluvia ocultaron la cumbre que cada día habíamos podido contemplar. Nunca nos faltó el deseo de coronarla. En abril no estaba aún permitido hacerlo, aunque de haberlo estado y haber optado por ascender a ella tendríamos que haber renunciado a recorrer los senderos y calzadas por las que caminamos de unos monasterios a otros, y a detenernos en ellos para conocerlos, ver alguno de sus tesoros y hablar con unos cuantos monjes.



Coronar la cumbre del Athos puede ser el objetivo de un nuevo viaje a esta singular parte del mundo.

5



(1)https://fronterasblog.com/2019/04/29/monte-athos-el-ultimo-rincon-del-medievo-en-europa/

(2)https://www.worldhistory.org/trans/es/1-16541/basilio-i/

(3)https://www.rutasconhistoria.es/articulos/la-venganza-catalana

(4)https://www.labrujulaverde.com/2018/07/cuando-el-ejercito-ruso-asalto-los-monasterios-del-monte-athos-en-1913-para-resolver-una-disputa-religiosa

(5)https://elordenmundial.com/monjes-mujeres-putin-monte-athos-2/

(6)https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20080110/diez-mujeres-violan-veto-femenino-224411

(7)Bonet Navarro, J. (2005). El estatuto especial del Monte Athos ante la tradición religiosa. El Derecho Eclesiástico griego y el Derecho Comunitario europeo. BFD: boletín de la Facultad de Derecho (27), 2ª época, 2005, p.93-120. http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:BFD-2005-27-9F23C2CD/PDF.

En este informe de Jaime Bonet Navarro sobre el estatuto especial del Monte Athos, hay también un resumen de la historia de la península.

(8)El arjondaris del monasterio de Dionisiou terminaba cada conversación con nosotros con el saludo habitual de Pascua: Ο Χριστός Ανέστη; a continuación, como para que lo tuviésemos claro, lo traducía al castellano: Cristo ha resucitado.


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