2022/03/13

VIAJE A BOLONIA PARA RECORDAR LA HORA

 


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Estoy bajo el reloj. 1980 es el año. 2 de agosto la fecha. 10:25 la hora. Es la hora del terror, la hora de la resiembra del miedo, la de la continuidad de la ocultación y el desprecio a las víctimas y al pueblo. Una bomba colocada en la sala de espera de segunda clase de la estación central de Bolonia estalla. Mata a 85 personas y hiere a otras 200.



Algunos recuerdos escondidos, casi sepultados, afloraron a mi memoria la noche del 2 al 3 de noviembre de 2017. Viajaba entre Turín y Foggia. El tren hizo una parada en Bolonia, pero yo desperté cuando ya se había puesto de nuevo en marcha. Vi el nombre de la estación y el recuerdo de la masacre se adelantó de repente a la primera línea de mi consciencia. Pensé que podría haber hecho una escala para visitar los memoriales de la matanza, pero ya era tarde. Decidí que comprobar la hora de la masacre en un reloj parado en la fachada de la estación podría ser uno de los objetivos de un futuro viaje a Bolonia.

A las 17:04 del 14 de febrero de 2022 estaba por fin bajo el reloj.

En poco tiempo comenzaría a oscurecer, pero el reloj analógico del extremo izquierdo de la fachada principal de la estación de Bolonia marcaba las 10:25, y sus agujas no se movían. Para saber la hora real tuve que mirar a su gemelo, en el extremo derecho de la fachada, y confirmarla en el digital sobre la puerta de entrada.

La hora del terror

El 2 de agosto de 1980, antes de la hora que ya siempre marca el reloj de la izquierda, la estación de Bolonia era un hervidero de gente. Personas de todas las edades, que iniciaban sus vacaciones o volvían de ellas, llenaban la sala de espera de segunda clase, se movían por los andenes o esperaban la salida de su tren. Alguien había abandonado en la sala de espera una maleta a la que probablemente nadie hacía caso. A las 10:25 estalló la bomba que contenía convirtiendo la estación en algo más terrorífico que la representación más horrorosa y espeluznante del infierno que se pueda imaginar.

La explosión destrozó cuerpos y segó vidas. Reventó la sala de espera, cuyas paredes embistieron contra un tren parado en el andén contiguo, destrozó la estación y entre los escombros dejó un espectáculo dantesco.

Cuando entré en la estación paseé por ella sin la prisa, el nerviosismo o la impaciencia de los numerosos viajeros que iban y venían por los andenes. Tuve que hacer un esfuerzo para imaginarme el caos de gritos, sangre y escombros en el que hace casi 42 años se convirtió la estación. La sala de espera en la que el terrorismo fascista hizo estallar la bomba estaba cerrada como medida contra el Covid. Pude observarla desde el andén principal a través de sus amplios ventanales. También, y sobre todo, pude verla a través del espacio que rompe la pared desde el techo hasta el suelo, una rotura irregular para rememorar la destrucción que se produjo por la explosión y por la embestida de la pared, convertida en metralla, contra el tren estacionado en el andén.

El hueco, aunque irregular, está bien acabado y pintado, con los bordes terminados en bisel y sin dejar a la vista la estructura y las entrañas del muro. Es parte del memorial, pero no vi a nadie pararse a observarlo. Sin recordar la masacre podría pasar por un raro elemento decorativo. Dos veces recorrí el andén contiguo sin fijarme en él, hasta que paré a leer la placa que hay a un costado.

Además del reloj y el hueco de la pared, el memorial de la masacre tiene otro elemento en la Piazza delle Medaglie d’Oro, en una pequeña área verde que cierra el espacio entre la estación y el Viale Pietro Petramellara. Sobre un trozo de raíl se eleva un pequeño aro elaborado con tornillos ferroviarios, trozos de metal, pequeñas piedras y trozos de balasto. Está sobre el césped, levanta poco del suelo y probablemente pasa desapercibido para muchas de las personas que transitan por la plaza para llegar a la estación o salen de ella. Los materiales con los que está hecho son como los que la bomba hizo volar con violencia, arrasando con todo lo que se interponía entre ella y las personas anónimas que acabaron muertas o heridas. Sobre la pequeña peana en la que se apoya el trozo de raíl están escritos los nombres de las 85 personas muertas. También vi muchos de esos nombres en placas incrustadas en el suelo de las aceras del entorno de la estación.


La hora de la resiembra del miedo

Las personas cuyos nombres aparecen en la peana no fueron las únicas destinatarias del terror provocado por la bomba. El miedo en la población era necesario para tratar de imponer gobiernos autoritarios. El fascismo, y no solo el fascismo, tenían el claro objetivo de impedir a toda costa que el partido comunista gobernara o formase parte del gobierno, y de acabar con el recorrido democrático de la joven república. Para eso había que atemorizar a la población.

En el mismo césped donde está el pequeño monumento con los nombres de los muertos en la masacre de Bolonia, hay otro mucho más grande, mucho más visible por su tamaño y por los mástiles que le rodean. Se llama La Ruota Spezzata (la rueda rota) y, además de la de Bolonia, rememora otras dos masacres: la del tren Italicus y la del tren expreso 904. La del Italicus se produjo el 4 de agosto de 1974 a las 01:23 de la noche en el interior de un túnel cercano a San Benedetto Val di Sambro; 12 personas murieron y 44 resultaron heridas. El atentado del expreso 904 se perpetró el 23 de diciembre de 1984, casi en el mismo lugar; en este murieron 16 personas y más de 267 resultaron heridas.


La estación de San Benedetto Val di Sambro, que está a 10 kilómetros del pueblo, sirve también a Castiglione Dei Pepoli, que está a 15. Viajé hasta ella dos días más tarde de llegar a Bolonia para ver el memorial del tren Italicus. El monumento representa un vagón destrozado por la explosión de la bomba. De él surgen manos que intentan escapar del vagón.

Si aquel atentado fue el primero de los tres que en 10 años se perpetraron en esta línea férrea, no fue el primero de los muchos realizados por el terrorismo fascista durante los años de plomo en Italia. Antes ya se habían producido atentados como el de la Piazza Fontana en Milán, el de la Piazza della Loggia en Brescia, y otros. El miedo, el terror, se venía sembrando y resembrando desde finales de los años 60 del siglo XX.

Imaginé las manos que surgen desde el vagón del memorial de la estación de San Benedetto val di Sambro como brotes de espanto naciendo de un terreno ya muy abonado de miedo y terror; brotes dispuestos a aferrarse y trepar por cualquier propuesta que se postulase como solución para vivir sin un permanente temor, aunque hubiese que laminar la democracia y renunciar a libertades.


La hora de la continuidad de la ocultación

Aldo Giannuli es uno de los historiadores italianos que más y mejor ha estudiado los años de plomo y la estrategia de la tensión en Italia(*). En su libro Bombe a inchiostro (2008) decía:

«Para el ‘tribunal de la historia’, las sentencias son fuentes que hay que someter a la crítica, como cualquier otra. Históricamente, parece difícil negar que las matanzas fueron obra de la extrema derecha; que importantes sectores de los servicios secretos —nacionales y estadounidenses— estaban al tanto de lo que se estaba preparando y no hicieron nada para impedirlo; que, después, policía y servicios de inteligencia siguieron diversas pistas falsas que beneficiaron a los fascistas; y que todo esto se inserta en una estrategia de los grupos dirigentes de Occidente dirigida a obstaculizar la política de distensión entre los dos bloques (precisamente la ‘estrategia de la tensión’, que es su exacta inversión semántica)».

En 2021 Sergio Mattarella, presidente de la república, declaraba que el desafío de todos aquellos atentados:

era la joven democracia parlamentaria, nacida con la Constitución republicana, llegar a una dictadura, privando a los italianos de las libertades ganadas en la lucha por la liberación.

Y añadía que el terrorismo negro:

fue, a menudo, instrumento, más o menos consciente, de tramas oscuras, que tenían el objetivo político de derrocar el eje político del país, interrumpiendo el camino democrático.

Todavía hay quien pretende una reescritura de la historia para vincular el origen de todos aquellos atentados indiscriminados a las luchas sindicales y al Mayo Francés. Sin embargo pocas dudas pueden caber de que fue el fascismo quien los llevó a cabo; que algunos servicios secretos estuvieron al tanto; y que jueces, periodistas, militares, políticos, banqueros e importantes miembros de la Iglesia hicieron lo posible para desviar las sospechas y dificultar las investigaciones.

La desviación de las sospechas se iniciaba nada más producirse los atentados. Y todavía hoy quedan verdades por esclarecer.



Más memoriales

En la Piazza del Nettuno, en el centro de Bolonia, hay un panel de metacrilato en el que pueden leerse los nombres de todos los muertos en el atentado fascista de la estación de Bolonia y en los de los de los dos trenes que lo sufrieron cuando atravesaban un túnel bajo los Apeninos. Está a la izquierda de la fachada de la Sala Borsa. Podría decirse que no es más que un insuficiente resumen de los atentados del terrorismo negro durante los años de plomo.

Durante aquel periodo, además del fascismo también diversos servicios secretos occidentales, la red Gladio (estructura secreta de la OTAN), partidos políticos como la Democracia Cristiana o alguna de sus facciones, y otros poderes políticos, económicos y judiciales se implicaron o colaboraron en la llamada estrategia de la tensión, y/o en la ocultación de las acciones del terrorismo negro que alimentaban esa estrategia.

Hay en Bolonia otro memorial relacionado con aquellos años; está en el Museo per la Memoria di Ustica. En una nave en la que antaño se reparaban locomotoras, están los fragmentos de un DC9 que el 27 de junio de 1980 salió de Bolonia, pero ni el avión ni las más de 80 personas que viajaban en él llegaron a su destino. La hipótesis más creíble es que un misil lanzado por un caza francés lo derribó. Pero la lentitud y el desvío de las investigaciones han hecho que más de 40 años después la asociación de familiares de las víctimas tenga que seguir reclamando verdad y justicia.

En invierno el museo solo abre los fines de semana y no pude visitarlo. Este puede ser uno de los objetivos de otro viaje a Bolonia.

El huevo de la serpiente

A partir de 1922 el fascismo italiano gobernó durante más de 20 años. Para ello se sirvió del apoyo de la monarquía, de grandes empresarios, del Vaticano…, y de la violencia. En junio de 1946, en referéndum, Italia eligió la república y se deshizo de la monarquía. Pero el fascismo no solo no desapareció (en la Península Ibérica siguieron gobernando durante muchos años dos dictaduras fascistas), sino que contó con el apoyo de ciertos grupos políticos, económicos, religiosos…, y con el miedo provocado por el terrorismo negro. También alimentó, con el fin de aprovecharla, la frustración de buena parte de la ciudadanía.

El 24 de abril de 1995 Umberto Eco pronunció un discurso en la Universidad de Columbia. Lo tituló Los 14 síntomas del fascismo eterno. Uno de ellos es el llamamiento a las clases medias frustradas por alguna crisis económica o humillación política. Llevamos muchos años en los que se han ido encadenando varias crisis. Llevamos también muchos años viendo cómo crecen los reptiles en el interior de los huevos de la serpiente, y cómo van eclosionando aquí y allá, casi siempre con el apoyo y los votos de buena parte de la ciudadanía.

No queremos vivir en la frustración, y cuando la sufrimos (o nos hacen creer que tenemos que estar frustrados) quizás sea fácil buscar culpables para convertir la frustración (que es tuya) en odio (que es algo que hay que dirigir a otra persona). Si hacemos culpable al diferente (por etnia, clase, género, creencias…, o solo por ser más débil), ya participamos de alguno de los 14 síntomas del fascismo eterno.

Podemos comprar la información que más se adapte a nuestros deseos (incluso las fake news). Podemos optar por la representación de la realidad que más atrayente nos resulte. Podemos creer a quien sabemos que nos miente. Y, con todo ello, también podemos acusar de lo que ocurre al diferente, aunque solo sea víctima. Pero después no podemos decir que no sabíamos nada.

(*) Algunos libros de Aldo Giannuli sobre los años de plomo y la estrategia de la tensión: Strategie della tensione (2005); Bombe a inchiostro (2008); Storia di Ordine Nuovo (2017); La strategia della tensione (2018).   Blog de Aldo Giannuli: https://aldogiannuli.it/

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