El inicio de un viaje virtual
La atracción ha sido repentina, el enamoramiento inmediato. Le he visto erguido y ofreciéndose, rodeado de otros compañeros en posiciones más adelantadas y ventajosas, pero su postura arrogante le hacía destacar del resto. El destello que me ha obligado a concentrar mi mirada en él, una vez singularizada su silueta en mi pupila, ha sido su título: El infinito en un junco. Lo he tomado en mis manos, examinado la portada, me he entretenido en la contraportada y detenido en el índice. En la contraportada he leído que se trata de un libro sobre la historia de los libros; que, además, es un libro de viajes; y que, sobre todo, es una fabulosa aventura colectiva. En el índice he intuido los paisajes, casi todos pretéritos, por los que podría transitar con su lectura. Y he pensado que el libro podría sustituir a un viaje en esta parte del verano.
Creo que leer algunos libros es como realizar un viaje con ellos, aunque no sean libros de viajes. Tras la repentina atracción que he sentido por El infinito en un junco no he pensado que su lectura sería como un viaje; llegué a esa conclusión unas horas más tarde. Yo no tenía ninguna noticia sobre el libro, que ya tiene dos años y más de 40 ediciones; nuestro encuentro ha sido casual, totalmente fortuito. Lo he visto en una librería de Bilbao, a la que había ido a recoger un encargo, y allí lo he ojeado; era una edición de bolsillo. Antes de comprarlo he husmeado por las mesas contiguas. He visto unos cuantos libros con títulos que anunciaban un contenido que, con toda seguridad, estaba dirigido a las personas que se pretendía atraer con ellos; pero a mí me repelían los mensajes que se presagiaban. Han hecho que pusiese en cuarentena el enamoramiento inmediato que un título había producido en mí. ¿Era fiable aquel libro rodeado de compañeros que me desagradaban?
Estaba solo y tenía tiempo. Me he acordado de una librería que, aunque no la he frecuentado mucho porque apenas voy a Bilbao, siempre me ha parecido atractiva y, sobre todo, atendida por personas que conocen muy bien su oficio: la librería Cámara en la calle Euskalduna; una librería de las que ya es difícil encontrar. He pensado que si hallaba el libro en ella tenía que tratarse de una obra fiable. Lo tenían. No era una edición de bolsillo, por lo que me ha resultado el doble de caro, pero era un formato más atractivo, más agradable al tacto y se sostenía con más comodidad abierto sobre la palma de la mano. Era el libro por el que, sin conocerlo, me había sentido repentinamente atraído, aunque ahora con un vestido más suave, más elegante, más atractivo al tacto. Utilizando palabras escritas por su autora Irene Vallejo (que más tarde encontré en el prólogo) su contacto, su roce y su ductilidad eran más agradables que las de los “...libros de bolsillo encolados que siempre intentan cerrarse como si fueran mejillones”. Con la fiabilidad que el lugar me proporcionaba, y con un traje más fino, ahora sí: me he comprometido con él y lo he traído conmigo a Lendoño.
Lendoño. Desde hace unos meses me encuentro exiliado en mi primera patria, en el pueblo donde nací, que fue mi residencia durante más de la tercera parte de mi vida, y del que nada me alejó durante mi infancia, esa primera patria. No es una deportación; es un exilio voluntario, flexible y sin confinamiento. Pero he tenido que adaptarme al lugar, a la casa en la que hace tiempo no vivía, y a las circunstancias y consecuencias que han generado las razones del exilio. Una de estas es haber tenido que aplazar algunos viajes pensados, deseados o acordados; y renunciar a algún viaje en solitario hasta que las circunstancias vuelvan a ser casi parecidas a las de antes. Así que convertir la lectura de El infinito en un junco en un viaje y en una fabulosa aventura, me dará la oportunidad de realizar una ruta por la historia y, al mismo tiempo, seguir disfrutando del lugar y de las actividades vinculadas al caserío familiar en el que por una larga temporada nos hemos exiliado. Esas son mis expectativas.
Ya en Lendoño me he sentado con tranquilidad a la sombra de un avellano para iniciar la lectura. He leído el prólogo y, antes de seguir leyendo, lo he vuelto a leer dos veces más para volver a disfrutar de lo que Irene Vallejo cuenta y, sobre todo, gozar de la manera en que lo cuenta.
Nada más leer la primera frase estaba sumergido en una historia en la que ya quería sentirme protagonista. Sin acabar el primer párrafo dudaba si prefería formar parte de los “misteriosos grupos de hombres a caballo”, o era preferible conformarme con ser de quienes “los observan con desconfianza desde sus tierras o desde la puerta de sus cabañas”. Dudaba si era preferible elegir el peligro y las penalidades o una seguridad incierta. Al leer el sexto párrafo he optado por identificarme con los misteriosos emisarios a caballo: “Libros, buscaban libros”.
En el prólogo Irene Vallejo también explica lo que le asusta: “escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro”; y que cuando ya tiene tomadas todas las notas posibles, recorrido archivos, visitadas muchas bibliotecas y no tiene pretextos para esperar, lo retrasa más días, “durante los cuales entiendo en qué consiste ser cobarde”. Las dudas le asaltan porque “¿cómo mantener diferenciado el esqueleto de los datos bajo el músculo y la sangre de la imaginación?”.
Después de leer el prólogo no tengo ninguna duda de que por muy irracional que pueda ser un enamoramiento repentino, con este no me he equivocado. Estoy seguro de que Irene Vallejo ha cubierto con sangre y músculo imaginativos y atrayentes el esqueleto de los datos.
Dice Irene Vallejo: “Este relato es un intento de continuar la aventura de aquellos cazadores de libros. Quisiera ser, de alguna manera, su improbable compañera de viaje, al acecho de manuscritos perdidos, historias desconocidas y voces a punto de enmudecer”.
Se pregunta: “¿cuántas bajas han causado los dientes del tiempo, las uñas del fuego, el veneno del agua?”; y yo pienso: ¿cómo resistirse a un viaje en el que la guía se expresa así?
Me apunto a la aventura a la que Irene Vallejo me lleva. Inicio el viaje.
Lendoño, 12 de agosto del 2022
PS:
Escribí el texto anterior después de leer el prólogo. Quería, sobre todo, dejar anotadas unas cuantas frases para saber dónde recuperarlas. Cuando lo he releído para repasarlo antes de publicarlo en este blog, mi viaje por las páginas de El infinito en un junco ya estaba muy avanzado. Había pensado que al terminar de leer el libro escribiría otra crónica de ese viaje a través de las páginas de Irene Vallejo, pero no lo haré. Estoy seguro de que el mejor relato posible del viaje está en el libro, e Irene Vallejo ya lo ha escrito de una manera magistral.
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