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Edo beste hau.
Estoy bajo el reloj. 1980 es el año. 2 de agosto la fecha. 10:25 la hora. Es la hora del terror, la hora de la resiembra del miedo, la de la continuidad de la ocultación y el desprecio a las víctimas y al pueblo. Una bomba colocada en la sala de espera de segunda clase de la estación central de Bolonia estalla. Mata a 85 personas y hiere a otras 200.
La hora del terror
El 2 de agosto de 1980, antes de la hora que ya siempre marca el reloj de la izquierda, la estación de Bolonia era un hervidero de gente. Personas de todas las edades, que iniciaban sus vacaciones o volvían de ellas, llenaban la sala de espera de segunda clase, se movían por los andenes o esperaban la salida de su tren. Alguien había abandonado en la sala de espera una maleta a la que probablemente nadie hacía caso. A las 10:25 estalló la bomba que contenía convirtiendo la estación en algo más terrorífico que la representación más horrorosa y espeluznante del infierno que se pueda imaginar.
La explosión destrozó cuerpos y segó vidas. Reventó la sala de espera, cuyas paredes embistieron contra un tren parado en el andén contiguo, destrozó la estación y entre los escombros dejó un espectáculo dantesco.
Cuando entré en la estación paseé por ella sin la prisa, el nerviosismo o la impaciencia de los numerosos viajeros que iban y venían por los andenes. Tuve que hacer un esfuerzo para imaginarme el caos de gritos, sangre y escombros en el que hace casi 42 años se convirtió la estación. La sala de espera en la que el terrorismo fascista hizo estallar la bomba estaba cerrada como medida contra el Covid. Pude observarla desde el andén principal a través de sus amplios ventanales. También, y sobre todo, pude verla a través del espacio que rompe la pared desde el techo hasta el suelo, una rotura irregular para rememorar la destrucción que se produjo por la explosión y por la embestida de la pared, convertida en metralla, contra el tren estacionado en el andén.El hueco, aunque irregular, está bien acabado y pintado, con los bordes terminados en bisel y sin dejar a la vista la estructura y las entrañas del muro. Es parte del memorial, pero no vi a nadie pararse a observarlo. Sin recordar la masacre podría pasar por un raro elemento decorativo. Dos veces recorrí el andén contiguo sin fijarme en él, hasta que paré a leer la placa que hay a un costado.
Además del reloj y el hueco de la pared, el memorial de la masacre tiene otro elemento en la Piazza delle Medaglie d’Oro, en una pequeña área verde que cierra el espacio entre la estación y el Viale Pietro Petramellara. Sobre un trozo de raíl se eleva un pequeño aro elaborado con tornillos ferroviarios, trozos de metal, pequeñas piedras y trozos de balasto. Está sobre el césped, levanta poco del suelo y probablemente pasa desapercibido para muchas de las personas que transitan por la plaza para llegar a la estación o salen de ella. Los materiales con los que está hecho son como los que la bomba hizo volar con violencia, arrasando con todo lo que se interponía entre ella y las personas anónimas que acabaron muertas o heridas. Sobre la pequeña peana en la que se apoya el trozo de raíl están escritos los nombres de las 85 personas muertas. También vi muchos de esos nombres en placas incrustadas en el suelo de las aceras del entorno de la estación.La hora de la resiembra del miedo
Las personas cuyos nombres aparecen en la peana no fueron las únicas destinatarias del terror provocado por la bomba. El miedo en la población era necesario para tratar de imponer gobiernos autoritarios. El fascismo, y no solo el fascismo, tenían el claro objetivo de impedir a toda costa que el partido comunista gobernara o formase parte del gobierno, y de acabar con el recorrido democrático de la joven república. Para eso había que atemorizar a la población.
La estación de San Benedetto Val di Sambro, que está a 10 kilómetros del pueblo, sirve también a Castiglione Dei Pepoli, que está a 15. Viajé hasta ella dos días más tarde de llegar a Bolonia para ver el memorial del tren Italicus. El monumento representa un vagón destrozado por la explosión de la bomba. De él surgen manos que intentan escapar del vagón.
Si aquel atentado fue el primero de los tres que en 10 años se perpetraron en esta línea férrea, no fue el primero de los muchos realizados por el terrorismo fascista durante los años de plomo en Italia. Antes ya se habían producido atentados como el de la Piazza Fontana en Milán, el de la Piazza della Loggia en Brescia, y otros. El miedo, el terror, se venía sembrando y resembrando desde finales de los años 60 del siglo XX.
Imaginé las manos que surgen desde el vagón del memorial de la estación de San Benedetto val di Sambro como brotes de espanto naciendo de un terreno ya muy abonado de miedo y terror; brotes dispuestos a aferrarse y trepar por cualquier propuesta que se postulase como solución para vivir sin un permanente temor, aunque hubiese que laminar la democracia y renunciar a libertades.
La hora de la continuidad de la ocultación
Aldo Giannuli es uno de los historiadores italianos que más y mejor ha estudiado los años de plomo y la estrategia de la tensión en Italia(*). En su libro Bombe a inchiostro (2008) decía:
Todavía hay quien pretende una reescritura de la historia para vincular el origen de todos aquellos atentados indiscriminados a las luchas sindicales y al Mayo Francés. Sin embargo pocas dudas pueden caber de que fue el fascismo quien los llevó a cabo; que algunos servicios secretos estuvieron al tanto; y que jueces, periodistas, militares, políticos, banqueros e importantes miembros de la Iglesia hicieron lo posible para desviar las sospechas y dificultar las investigaciones.
La desviación de las sospechas se iniciaba nada más producirse los atentados. Y todavía hoy quedan verdades por esclarecer.
Más memoriales
El huevo de la serpiente
A partir de 1922 el fascismo italiano gobernó durante más de 20 años. Para ello se sirvió del apoyo de la monarquía, de grandes empresarios, del Vaticano…, y de la violencia. En junio de 1946, en referéndum, Italia eligió la república y se deshizo de la monarquía. Pero el fascismo no solo no desapareció (en la Península Ibérica siguieron gobernando durante muchos años dos dictaduras fascistas), sino que contó con el apoyo de ciertos grupos políticos, económicos, religiosos…, y con el miedo provocado por el terrorismo negro. También alimentó, con el fin de aprovecharla, la frustración de buena parte de la ciudadanía.
El 24 de abril de 1995 Umberto Eco pronunció un discurso en la Universidad de Columbia. Lo tituló Los 14 síntomas del fascismo eterno. Uno de ellos es el llamamiento a las clases medias frustradas por alguna crisis económica o humillación política. Llevamos muchos años en los que se han ido encadenando varias crisis. Llevamos también muchos años viendo cómo crecen los reptiles en el interior de los huevos de la serpiente, y cómo van eclosionando aquí y allá, casi siempre con el apoyo y los votos de buena parte de la ciudadanía.
No queremos vivir en la frustración, y cuando la sufrimos (o nos hacen creer que tenemos que estar frustrados) quizás sea fácil buscar culpables para convertir la frustración (que es tuya) en odio (que es algo que hay que dirigir a otra persona). Si hacemos culpable al diferente (por etnia, clase, género, creencias…, o solo por ser más débil), ya participamos de alguno de los 14 síntomas del fascismo eterno.
(*) Algunos libros de Aldo Giannuli sobre los años de plomo y la estrategia de la tensión: Strategie della tensione (2005); Bombe a inchiostro (2008); Storia di Ordine Nuovo (2017); La strategia della tensione (2018). Blog de Aldo Giannuli: https://aldogiannuli.it/