2022/01/14

EL MAR AL OTRO LADO DE LA DUNA

 


Cuando los plazos impuestos tras la vacuna Covid nos lo permitieron, y con agosto del 2021 acercándose a su ecuador, Josune y yo iniciamos un viaje hacia Bretaña. Pensábamos viajar lo más despacio posible y dedicar varios días a atravesar las Landas. Solo nos quedamos una noche. Después de pernoctar en un camping de Léon —lejos del lago, porque en sus cercanías no había ya sitio para más turistas— nos acercamos hasta St. Girons Plage para ir a su playa. Ni siquiera pudimos aparcar por falta de espacio.

En octubre volví a atravesar las Landas de sur a norte, esta vez en solitario, durante un viaje en bici hasta Mont Saint Michel, y luego por la costa bretona hasta Roscoff. Durante siete días pedaleé entre Baiona y Royan atravesando el enorme bosque de pinos que crece sobre la arena. El mar estaba a mi izquierda, pero solo me asomaba a él cuando la duna me lo permitía. Hasta que atravesé el estuario de La Gironde tuve en muchos momentos la sensación de estar desplazándome por un túnel vegetal. Cuando salía de él para acercarme a la playa de algún pueblo costero pasaba junto a numerosos campings vacíos, cerrados, con apariencia de haber sido abandonados repentinamente. Muchos de los pueblos pegados al mar (o a alguno de los lagos de las Landas) parecían desiertos, también recientemente abandonados.

En Enero he vuelto con Josune para recorrer la costa landesa y mostrarle alguno de los lugares y paisajes de los que disfruté en octubre. Al atravesar algunos pueblos para acceder a sus playas la sensación ha sido la misma que en octubre. Pueblos abandonados o semiabandonados con casi todas sus tiendas, locales de hostelería y comercios de alquiler de bicis o equipos de surf cerrados. En algunos unas cuantas personas trabajaban en diferentes locales en labores de rehabilitación o limpieza, seguramente preparando el comienzo de la próxima temporada turística y la correspondiente avalancha de veraneantes.


En octubre, cuando viajaba en bici, pude observar especies diferentes al pino marítimo, aunque su presencia sea mínima: robles, abedules, alcornoques, madroños… Viajando por carretera no es fácil ver más que el omnipresente pino. Esta especie supone el 90% del bosque de las Landas, que es el mayor de Europa occidental. El bosque ocupa una superficie de alrededor de 1.000.000 de hectáreas y abarca tres departamentos de Nueva Aquitania: Las Landas, La Gironde y parte de Lot et Garonne. La mayor parte de estos 10.000 kilómetros cuadrados de bosque era zona pantanosa hasta el siglo XIX.


Yo imaginaba las Landas como en algunas lecturas escolares las había visto descritas, unas marismas en la que había que utilizar zancos para trasladarse de un sitio a otro. Después, cada vez que atravesaba esta región —en la que apenas paraba— me preguntaba: ¿por qué se dejaron de utilizar los zancos? La arena es omnipresente, pero no el agua, aunque abunden los etangs; ¿por qué esta región ya no es pantanosa? Cuando me he enterado de que las raíces de una hectárea de de estos pinos absorben 45.000 litros de agua en un día, comprendo (espero que acertadamente) la razón de que ya no haya tantos humedales.


En el viaje de enero hemos parado, sobre todo, cerca del agua; o a la orilla del mar o la de algunos de los numerosos lagos o etangs. En Parentis en Born a la orilla del lago de Biscarrosse y Parentis. En Maubuisson, un pueblo ahora vacío, a la orilla del lago de Hourtin y Carcans; aquí todo parecía estar a la espera de que alguien llegue de nuevo a ocuparlo: las viviendas, los aparcamientos, los comercios, el camping, las embarcaciones, la arena de la playa…


Los paseos a la orilla de los lagos fueron apacibles, tranquilos y casi en soledad. El agua casi siempre parecía un espejo apenas ondulado por la brisa, excepto si la lluvia fracturaba su tersa superficie como como si hiciese estallar un cristal.


El mar, en cambio, se mostraba agitado, agresivo a veces. En Contis Plage, por ejemplo, el viento hacía que la lluvia fuese horizontal, como si en lugar de llegar desde las nubes el agua fuese arrojada contra nosotros por las olas y el viento.


En Biscarrosse Plage tuvimos más suerte y pudimos alargar nuestro paseo por la playa, aunque sin proponernos recorrerla de punta a punta. De seguirla hacia el norte quizás se podría llegar hasta Pilat Plage. Sin embargo, seguirla por estos infinitos arenales hacia el sur nos habría sido imposible. Primero porque la playa estaba ocupada por maquinaria pesada; excavadoras y camiones transportaban arena de la misma playa hasta la duna castigada por el mar y las tempestades del invierno. El objetivo no era otro que reponer lo que el mar se había tragado. En segundo lugar, no podríamos haber seguido hacia el sur aunque hubiésemos sorteado la maquinaria pesada, porque una vasta y vedada zona militar ocupa toda la línea de costa entre Mimizan y Biscarrosse Plage. En su lado oriental el lago de Aureilhan y el de Biscarrosse y Parentis son parte de los límites de esta zona militar desde la que se prueban misiles lanzándolos hacia el Atlántico (DGA Essais de misiles).


En Soulac sur Mer pasamos una noche en un área de autocaravanas al borde del mar. La duna terminaba bruscamente ante nosotros y no nos ocultaba el mar. La erosión ha debido ser tan repentina y brutal que la duna ha tomado la forma de un acantilado, un frágil y endeble acantilado de arena. Solo llovió por la noche, así que por la mañana el viento del oeste no nos arrojaba agua contra la cara, pero de vez en cuando algún grano de arena se estrellaba contra ella.


Cruzamos en ferry el estuario de la Gironde para regresar por su margen derecha después de visitar Royan. Pero aún íbamos a tener otra sorpresa en la costa landesa. Quisimos volver a St. Girons Plage, donde no habíamos parado cuando íbamos hacia el norte. Quisimos ver el lugar del que en agosto nos habíamos ido sin pisar la playa porque nos fue imposible aparcar. Si el resto de pueblos costeros en los que habíamos parado parecían semiabandonados, St. Girons Plage se nos apareció como un pueblo a punto de ser literalmente sepultado en medio de un desierto. Las calles estaban cubiertas de arena, y esta se amontonaba contra las casas y los comercios, inutilizaba más de una puerta de entrada y llegaba a la altura de las ventanas.


Al contrario de los trabajos que vimos en la playa de Biscarrosse Plage, o los que vimos anunciados en carteles de aviso en la de Soulac sur Mer, en St. Girons Plage podrán realimentar la duna transportando la arena desde el interior hacia el mar; antes de abrir de nuevo el pueblo al turismo masivo tendrán que retirar toda la que ahora parece empeñada en sepultar el pueblo.

Luchar contra la naturaleza parece un trabajo vano; mover toneladas y toneladas de arena de un lugar a otro en la misma playa un sinsentido. Pero ese y otros esfuerzos e intereses permiten que durante cuatro o seis meses al año los pueblos costeros se llenen de vida.

¿Cuánto tardaría la arena en cubrir por completo St Girons Plage si el pueblo se abandonase por completo?

Lo que de momento es seguro es que en las Landas el mar se encuentra al otro lado de la duna.











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