5.- DE PUERTO EN PUERTO
GR-282. Camino natural Senda del Pastoreo.
Viaje a pie y en solitario realizado en 20 etapas (en periodos de 3, 4 y 5 días) entre el 8 de junio y el 8 de julio de 2021.
Itineraio: Artaza – Puerto de Lizarraga – Arruazu – Puerto de Lizarrusti – Puerto de Otzaurte - Arantzazu
En este periodo de cinco etapas volví a atravesar Urbasa, esta vez por su parte oriental, descendí a la Sakana después de pasar por la sierra de Andia, pasé luego por la de Aralar y volví de nuevo a Arantzazu para terminar de recorrer el Camino Natural Senda del Pastoreo.
Inesperadas y gratas compañías
A las 05:30 del 4 de julio salí de casa para ir hasta Artaza, en el valle de Amezkoa. Dos horas y cuarto después estaba ascendiendo hacia la parte oriental de Urbasa en compañía de Félix, que había interrumpido su caminata recién iniciada cuando le pregunté por algún lugar donde aparcar el coche durante varios días sin molestar al vecindario. Me condujo hasta su casa y aparqué junto a ella.Él pensaba ir al Mirador de Ubaba o Balcón de Pilatos, desde donde yo había descendido de la sierra hasta Baquedano y Zudaire unos días antes. Félix, sin cambiar su destino, modificó su recorrido para acompañarme hasta lo alto de la meseta de Urbasa y dejarme encaminado hacia el Dulantz y las majadas de Arroniz.
A las cercanías del Dulantz llegué sin dudas en cuanto a la orientación. Dejé la mochila junto a la pared que limitaba alguna facería y abandoné el camino para acercarme a la cumbre. Cuando volví a la senda me paré a observar los rasos que tenía delante, hacia el norte. Llegaron unos ciclistas que dudaban como yo sobre qué dirección seguir.
—El otro día estuvimos más de una hora perdidos en esta sierra —me dijeron.
No me pareció tanto tiempo de extravío y les dije:
—Si volvisteis a casa para cenar no podéis decir que os perdisteis.
Nos separamos y el que se empeñó en estar extraviado fui yo. Llegué a una majada cercana que identifiqué erróneamente como la de Arroniz, a pesar de lo poco que aún me había alejado de la cumbre del Dulantz. Intenté salir de la zona fijándome en las indicaciones de la ruta que llevaba escritas, pero al no tratarse de la majada de Arroniz los intentos para encontrar mi camino eran baldíos. Después de hora y media dando vueltas volví hasta el último cartel indicador del GR-282 que había visto junto a unas chabolas.
Pregunté a un joven que se dirigía hacia el Dulantz. Entre él y yo había una pared y una alambrada, pero las pasó para acompañarme hasta estar en el buen camino hacia la majada de Arroniz. En mi extraviado deambular anterior me había dirigido con acierto en dirección a la majada, pero al pensar que ya la había superado esperaba un desvío hacia el E que no llegaba y había retrocedido varias veces para buscarlo.
Avancé entre hayas hasta la majada de Arroniz y cruce el raso de Olderiz para descender luego hasta el llano de Zalbide. Lo recorrí hacia el N y ascendí de nuevo a lo alto de la sierra de Urbasa. Unos tres kilómetros de pistas atravesando Ollideko Bizkarra hacia el E me llevaron hasta el puerto de Lizarraga. ¡Qué largos fueron los últimos kilómetros! ¡Y qué despacio pasaba el tiempo!
Era domingo y las ventas del puerto estaban muy concurridas. Después de atravesar Urbasa casi en solitario me rodeaba una multitud de personas desconocidas. No me sentía más acompañado que cuando en medio de los rasos de la sierra no veía a nadie, hasta que me crucé con Jasone, una antigua alumna de uno de los grupos que además de hacerse inolvidables, se convirtieron en una especie de faro que señala, singulariza y trae a mi memoria otros recuerdos de la época en la que convivimos. Ahora, de vez en cuando, teníamos noticias mutuas en las redes sociales por actividades montañeras. Recordamos los años de colegio, nos pusimos al día y nos cargamos mutuamente con recuerdos para llevar a personas que conocíamos.
Cuando el silencio se fue instalando en el puerto de Lizarraga yo me acomodé en una borda abierta para pasar la noche.
Al inicio de la etapa me acerqué hasta el cortado de la sierra sobre el puerto de Lizarraga para volver a disfrutar de las excelentes vistas sobre la Sakana, la sierra de Aralar, la del Aitzgorri…, y del Beriain, a un tiro de piedra. Las había disfrutado la víspera cuando el puerto y las ventas empezaron a vaciarse de gente, pero quería volver a demorarme en su contemplación, ahora con otra luz.
Un destino diferente al planeado
Uharte Arakil iba a ser mi meta después de recorrer la sierra de Andia entre Lizarraga y los Altos de Goñi, descender a Unanu por la ladera sur de la sierra de San Donato y rodear e l extremo de esta bajo el impresionante morro de Ihurbain. El tiempo era excelente para caminar, los desniveles de ascenso moderados, casi todo el camino por pista… Todo me hacía pensar que llegaría a Uharte para comer allí.Al inicio de la etapa me acerqué hasta el cortado de la sierra sobre el puerto de Lizarraga para volver a disfrutar de las excelentes vistas sobre la Sakana, la sierra de Aralar, la del Aitzgorri…, y del Beriain, a un tiro de piedra. Las había disfrutado la víspera cuando el puerto y las ventas empezaron a vaciarse de gente, pero quería volver a demorarme en su contemplación, ahora con otra luz.
Al iniciar el descenso hacia Unanu me senté sobre la hierba para dejarme acariciar por el sol mientras comía lo que me quedaba del bocadillo que había comprado la víspera para la cena. Después la pista hasta el pueblo se me hizo larga.
Más largo se me hizo el camino cuando después de caminar en moderado ascenso hasta el límite entre el municipio de Ergoiena y el de Uharte Arakil elegí mal el sendero a seguir. A solo unos 3 kilómetros de Uharte tomé uno que me alejo bastantes más hacia el W, en dirección a Etxarri Aranaz. Según las notas que repasé varias veces antes de iniciar el descenso a la Sakana tenía que pasar por un robledal antes de salir hacia el valle. Los robles me rodeaban al principio, pero pronto no vi más que hayas a mi alrededor. No había tomado el camino adecuado. Era consciente de que no caminaba en la dirección que debía hacerlo, pero tenía la esperanza de que el sendero girase hacia el N en algún momento y no volví sobre mis pasos. Terminé saliendo a la carretera de Etxarri a Lizarra. Me había alejado unos cuantos kilómetros de mi ruta y tendría que recorrerlos en sentido contrario. Esperé a que llegase a mi altura un hombre que caminaba por la carretera para consultarle sobre el camino más apropiado para volver hasta Uharte. Él volvía hacia Arbizu y caminamos juntos por pistas y senderos hasta las cercanías de este pueblo. Nos despedimos y seguí por una pista agrícola hasta Arruazu.
Mi etapa, que iba a ser de unos 25 kilómetros, ya había superado los 30. Estaba cansado. El calor de aquel día, que por fin acabó siendo de verano, el peso de la mochila y los kilómetros recorridos me habían cansado. En Uharte no sabía dónde podría dormir y decidí quedarme en Arruazu donde lo podría hacer en cama en una casa de agroturismo.
Mi etapa, que iba a ser de unos 25 kilómetros, ya había superado los 30. Estaba cansado. El calor de aquel día, que por fin acabó siendo de verano, el peso de la mochila y los kilómetros recorridos me habían cansado. En Uharte no sabía dónde podría dormir y decidí quedarme en Arruazu donde lo podría hacer en cama en una casa de agroturismo.
No fue el único cambio de planes. Las previsiones de lluvia para el día siguiente, la ascensión hasta San Miguel de Aralar y el cansancio acumulado por el calor y las horas extra caminadas hicieron que a última hora reservase un taxi para subir por la mañana hasta San Miguel y comenzar allí la siguiente etapa.
Mari Jose, que así se llamaba mi hospedera, me contó con detalle y sin ambigüedades lo que habían sufrido en la familia. Lo hizo sin apasionamiento, sin formular reproches, sin renegar con ira del destino, sin pronunciar ni una vez el “¿por qué a mí?”, esa frase que realmente no reniega de la desgracia que se sufre, sino de que seas tú y no otra persona quien la soporte. Lo que más atrajo mi atención fue su firme voluntad de seguir adelante sin formular ni una queja por la carga que ella tenía que soportar; también lo hizo el orgullo y la admiración con que explicaba todo lo que su hijo adolescente aporta para sobrellevar toda esa carga. También declaraba su satisfacción porque había visto disfrutar a su marido de las celebraciones festivas, de la compañía del vecindario en la comida y de las partidas de mus.
—Estamos aquí y hay que seguir adelante —repitió varias veces.
Procuré mostrarle mi mayor empatía. Marché de Arruazu esperando haber contribuido al desahogo de aquella mujer, a que su relato de las adversidades sufridas tuviese un efecto balsámico en ella.
Casi desde el inicio de la etapa me protegía con la capa por la ligera llovizna en la que la niebla se fue convirtiendo. Durante los últimos kilómetros de descenso hacia Lizarrusti arreció la lluvia. La cubierta forestal de las hayas no sólo no me protegía, sino que concentrando el agua que las hojas recibían lanzaba sobre mí gotas más gruesas que las que caían del cielo. El sendero se hizo cada vez más estrecho y el agua que habían acumulado la hierba, los helechos y los arbustos empaparon mis pies hasta los huesos.
Desayuno balsámico para mi hospedera
Cuando llegué a Arruazu todo el vecindario estaba comiendo (o ya de sobremesa) en una campa arbolada que hay entre la iglesia y un bar y un txoko cercanos; era fiesta en el pueblo. También mi hospedera disfrutó de la fiesta, pero madrugó para prepararme el desayuno adelantando una hora el horario habitual. Desayunamos juntos y en nuestra conversación pronto se deslizaron las desgracias por las que su familia ha pasado los últimos años. Hacía dos que su hijo mayor había muerto en un accidente de caza. Hacía unos meses que en una operación rutinaria de su marido, el bisturí llegó a cortar accidentalmente en el tracto intestinal sin que quienes operaron se diesen cuenta. Aquello provocó tres operaciones posteriores, todas sin demasiadas esperanzas de éxito. Su marido ha terminado seriamente afectado en su autonomía y siendo una persona dependiente.Mari Jose, que así se llamaba mi hospedera, me contó con detalle y sin ambigüedades lo que habían sufrido en la familia. Lo hizo sin apasionamiento, sin formular reproches, sin renegar con ira del destino, sin pronunciar ni una vez el “¿por qué a mí?”, esa frase que realmente no reniega de la desgracia que se sufre, sino de que seas tú y no otra persona quien la soporte. Lo que más atrajo mi atención fue su firme voluntad de seguir adelante sin formular ni una queja por la carga que ella tenía que soportar; también lo hizo el orgullo y la admiración con que explicaba todo lo que su hijo adolescente aporta para sobrellevar toda esa carga. También declaraba su satisfacción porque había visto disfrutar a su marido de las celebraciones festivas, de la compañía del vecindario en la comida y de las partidas de mus.
—Estamos aquí y hay que seguir adelante —repitió varias veces.
Procuré mostrarle mi mayor empatía. Marché de Arruazu esperando haber contribuido al desahogo de aquella mujer, a que su relato de las adversidades sufridas tuviese un efecto balsámico en ella.
Niebla y lluvia
La niebla envolvía San Miguel de Aralar. Cuando en algun momento dejó un espacio abierto hacia la Sakana pude ver Uharte Arakil unos 770 m más abajo, pero las sierras de Andía y el Beriain permanecían ocultas. Descendí hasta Guardetxe y seguí la pista de Igaratza siempre con miedo a extraviarme en la niebla. Caminé por la sierra de Aralar sin ver el paisaje, sin referencias visibles que me permitiesen saber con alguna aproximación dónde me encontraba. Las abundantes señales del GR-12 y/o del GR-121 me permitieron seguir el sendero por el que en unas 5 horas llegué al puerto de Lizarruzti. Podría decir que caminé a ciegas.Casi desde el inicio de la etapa me protegía con la capa por la ligera llovizna en la que la niebla se fue convirtiendo. Durante los últimos kilómetros de descenso hacia Lizarrusti arreció la lluvia. La cubierta forestal de las hayas no sólo no me protegía, sino que concentrando el agua que las hojas recibían lanzaba sobre mí gotas más gruesas que las que caían del cielo. El sendero se hizo cada vez más estrecho y el agua que habían acumulado la hierba, los helechos y los arbustos empaparon mis pies hasta los huesos.
Llegué a Lizarrusti con piernas y pies empapados y la humedad adherida a todo el cuerpo. Eran las 2 de la tarde y había cesado la lluvia. En la puerta del albergue vi un cartelito con una sola palabra: itxita. Pensé en la posibilidad de seguir hasta el puerto de Etxegarate, pero la predicción de lluvia y los 15 km y 5 horas que según informaba una señal de dirección faltaban, me desanimaron. Decidí quedarme en la terraza protegida y cubierta de delante del albergue. Cuando ya tenía tendida la capa, la chamarra y los calcetines escurridos tendidos sobre unas sillas para que se secasen, se abrió una ventana a mi espalda. ¡El albergue estaba abierto! Quizás el viento había dado vuelta al cartel de la puerta.
Mientras comía un plato combinado en el interior del albergue llegó una pareja de catalanes que venían desde el puerto de Etxegarate siguiendo la ruta del GR-283, la Ruta del Queso Idiazabal. Habían caminado casi todo el tiempo bajo la lluvia y llegaron, ellos también, empapados y con los pies en un estanque. Gran parte de la sombría tarde la pasamos charlando junto al fuego mientras la lluvia seguía cayendo. Me alegré de no haber optado por seguir hasta Etxegarate.
Entré en un hayal que me recibió en silencio. Deduje que durante la noche ni había llovido ni había habido niebla. Las hayas no tenían que desprenderse del agua que a partir de la niebla se condensa en sus hojas, y que cuando cae de unas a otras hasta alcanzar el suelo, produce el mismo sonido que la lluvia. La hierba del sendero tampoco empapaba mis botas.
Entre Lizarrusti y Etxegarate la ruta sigue la divisoria de aguas cantábrico-mediterránea, aquí haciendo muga entre Nafarroa y Gipuzkoa. La muga la marca la orografía con segura evidencia y la confirman los mojones regularmente colocados en la línea divisoria. Como si esto aún no fuese suficiente, en la parte superior de los mojones se ha labrado un surco que señala la dirección, marcando incluso los ángulos cuando la línea deja de ser recta.
Una muga redundante
En Lizarrusti madrugué como siempre, pero hasta las 08:00 no se desayunaba. El albergue estaba cerrado y ni siquiera podía salir a la calle. El papel de periódico con el que había rellenado las botas había absorbido bastante el agua; lo cambié porque aún seguían húmedas. Desayuné con la pareja catalana y a las 08:30 salí poniéndome como destino el túnel de San Adrían, sin saber aún que yo mismo iba a ser responsable de no llegar.Entré en un hayal que me recibió en silencio. Deduje que durante la noche ni había llovido ni había habido niebla. Las hayas no tenían que desprenderse del agua que a partir de la niebla se condensa en sus hojas, y que cuando cae de unas a otras hasta alcanzar el suelo, produce el mismo sonido que la lluvia. La hierba del sendero tampoco empapaba mis botas.
Entre Lizarrusti y Etxegarate la ruta sigue la divisoria de aguas cantábrico-mediterránea, aquí haciendo muga entre Nafarroa y Gipuzkoa. La muga la marca la orografía con segura evidencia y la confirman los mojones regularmente colocados en la línea divisoria. Como si esto aún no fuese suficiente, en la parte superior de los mojones se ha labrado un surco que señala la dirección, marcando incluso los ángulos cuando la línea deja de ser recta.
Poco antes de llegar al puerto de Etxegarate comenzó a llover. La previsiones anunciaban lluvia para varias horas más. Paré durante hora y media en la venta que hay en el puerto para comer algún bocadillo, leer la prensa y hacer alguna llamada para felicitar por la sentencia del TSJPV que había declarado nulos los despidos de Tubacex, aunque la huelga no se acabaría aún en mucho tiempo.
En la venta del puerto me tomé un descanso que alargué demasiado, quizás para tener una razón para terminar la etapa allí mismo. Hasta el túnel de San Adrián, donde me hubiese gustado pasar la noche, faltaban más de 6 kilómetros. Alargando el descanso la pereza disfrazada de prudencia se apoderó de mi y decidí no caminar más aquel día. En el puerto hay una iglesia de estilo moderno con un pórtico abierto hacia dos de sus lados (NE y SE). Cuando estaba preparando la esterilla y el saco en la zona más expuesta, por ser la más limpia, apareció por allí una mujer, que es la que se encarga del cuidado de la iglesia, una iglesia que ya casi nunca se utiliza. Charlamos un rato. Me dijo que donde había colocado mi esterilla iba a pasar frío y que si quería me abría la iglesia para dormir dentro. Acepté.
Ordené mis cosas y coloqué la esterilla a los pies del altar. Dueño de la iglesia me dispuse a asearme antes de cenar, a quitar el sudor de mi cuerpo para meterme en el saco con una sensación más placentera. Cuando ya estaba casi desnudo me abrumó el silencio del que fui repentinamente consciente, y miré a mi alrededor. Un ramalazo de pudor hizo que me sintiese incómodo ante el altar y las imágenes del presbiterio y me metí en la sacristía para terminar de desnudarme y asearme. Me sentí avergonzado de mí mismo por haber reaccionado así. Allí no había nadie y a nadie podía molestar, pero a pesar de haberme alejado hace tiempo de creencias y supersticiones la educación recibida desde la infancia seguía teniendo alguna influencia. En este y en otros aspectos mi generación más que educación recibió instrucción, en el sentido más militar del término: insistencia en la repetición hasta adquirir el hábito, el movimiento mecánico y la respuesta inconsciente; y como corolario la incomprensión de la mayoría ante la actitud y el pensamiento críticos y ante la contestación y la rebeldía. Y hubo demasiados instructores.
Dormir en una iglesia
Antes de marchar de Etxegarate ya había dejado de llover y no volvió a hacerlo. Faltaban menos de 5 kilómetros para llegar al puerto de Otzaurte por un terreno ondulado. Cuando apenas quedaba un kilómetro de descenso para llegar al puerto seguí unas señales hacia el W (siguiendo la dirección que traía desde Etxegarate) que me llevaron por un camino que no acababa de girar hacia el S, la dirección que debería seguir para descender a Otzaurte. Las señales de los varios GR y PR que comparten este tramo no eran escasas, pero en algún momento seguí unas que no correspondían a mi ruta. Después de algunos kilómetros abandoné aquel camino y por confusas pistas de monte descendí hacia la carretera. Salí a ella más cerca de Zegama que de Otzaurte y la seguí hasta el puerto.En la venta del puerto me tomé un descanso que alargué demasiado, quizás para tener una razón para terminar la etapa allí mismo. Hasta el túnel de San Adrián, donde me hubiese gustado pasar la noche, faltaban más de 6 kilómetros. Alargando el descanso la pereza disfrazada de prudencia se apoderó de mi y decidí no caminar más aquel día. En el puerto hay una iglesia de estilo moderno con un pórtico abierto hacia dos de sus lados (NE y SE). Cuando estaba preparando la esterilla y el saco en la zona más expuesta, por ser la más limpia, apareció por allí una mujer, que es la que se encarga del cuidado de la iglesia, una iglesia que ya casi nunca se utiliza. Charlamos un rato. Me dijo que donde había colocado mi esterilla iba a pasar frío y que si quería me abría la iglesia para dormir dentro. Acepté.
Ordené mis cosas y coloqué la esterilla a los pies del altar. Dueño de la iglesia me dispuse a asearme antes de cenar, a quitar el sudor de mi cuerpo para meterme en el saco con una sensación más placentera. Cuando ya estaba casi desnudo me abrumó el silencio del que fui repentinamente consciente, y miré a mi alrededor. Un ramalazo de pudor hizo que me sintiese incómodo ante el altar y las imágenes del presbiterio y me metí en la sacristía para terminar de desnudarme y asearme. Me sentí avergonzado de mí mismo por haber reaccionado así. Allí no había nadie y a nadie podía molestar, pero a pesar de haberme alejado hace tiempo de creencias y supersticiones la educación recibida desde la infancia seguía teniendo alguna influencia. En este y en otros aspectos mi generación más que educación recibió instrucción, en el sentido más militar del término: insistencia en la repetición hasta adquirir el hábito, el movimiento mecánico y la respuesta inconsciente; y como corolario la incomprensión de la mayoría ante la actitud y el pensamiento críticos y ante la contestación y la rebeldía. Y hubo demasiados instructores.
La luz se fue apagando mientras cenaba la última lata de bonito con pan de cuatro días. Las vidrieras que daban al SW coloreaban los rayos de sol que entraban. Salí a buscar agua y la niebla ocultaba de nuevo las cumbres, pero la mayor luminosidad que se apreciaba hacia el SW me indicaba dónde estaban las cumbres del macizo del Aitzgorri.
El túnel de San Adrián, desde la primera vez que estuve en él a los 14 años, siempre me ha parecido un lugar atractivo y algo enigmático. Esta vez apenas me detuve. Seguí la calzada medieval, pero al llegar al túmulo que hay junto a la calzada un poco más arriba me detuve para comer algo. Apenas había desayunado e iba cansado y sin fuelle.
Cerrar el círculo
La última etapa no iba a ser larga (unos 16 kilómetros). En Otzaurte no se movía nada cuando poco después de la 7 de la mañana empecé a caminar. Llegué al túnel de San Adrián después de pasar por Beunda, el monte Añabaso y la casa de miqueletes, que fue refugio de montaña hasta hace muy pocos años, cerca del túnel.El túnel de San Adrián, desde la primera vez que estuve en él a los 14 años, siempre me ha parecido un lugar atractivo y algo enigmático. Esta vez apenas me detuve. Seguí la calzada medieval, pero al llegar al túmulo que hay junto a la calzada un poco más arriba me detuve para comer algo. Apenas había desayunado e iba cansado y sin fuelle.
En el trayecto hacia Urbia acabé divisando la Llanada Alavesa. Tendría que haber visto al otro lado los montes de Iturrieta, los de Vitoria, Entzia, Urbasa…, pero las nubes lo impedían. La Llanada se mostraba mayoritariamente amarilla y me recordaba mi primera ascensión al Aitzgorri. Fue desde Arantzazu y en verano; desde la cumbre me sorprendió la diferencia entre el paisaje alavés y el guipuzcoano, verde a un lado y amarillo al otro.
En las chabolas de Oillantzu compré un queso para llevar algún presente a casa; lo que me quedaba era descenso y el peso ya no me preocupaba. En la fonda de Urbia tomé un café con leche que entonó mi cuerpo y me supo a gloria.
Al llegar a Arantzazu me quité la mochila, me senté a una mesa en la terraza del Sindika y celebré la culminación del GR-282 con una copa de vino. Mientras esperaba la llegada de Josune y Aimar repasé mentalmente las veinte etapas del viaje a pié que terminaba donde lo había comenzado. Había salido caminando hacia el W y regresé volviendo desde el E. Urkilla, Elgea, Macizo del Gorbea, Gibijo, Salvada, Arcena, Arkamu, Badaia, Montes de Vitoria, Izki, Montes de Iturrieta, Entzia, Urbasa, Andia, Aralar, macizo de Aitzkgorri; todas estas son las sierras que había ido dejando atrás, pero que después volví a tenerlas a la vista desde excelentes atalayas.
En las chabolas de Oillantzu compré un queso para llevar algún presente a casa; lo que me quedaba era descenso y el peso ya no me preocupaba. En la fonda de Urbia tomé un café con leche que entonó mi cuerpo y me supo a gloria.
Al llegar a Arantzazu me quité la mochila, me senté a una mesa en la terraza del Sindika y celebré la culminación del GR-282 con una copa de vino. Mientras esperaba la llegada de Josune y Aimar repasé mentalmente las veinte etapas del viaje a pié que terminaba donde lo había comenzado. Había salido caminando hacia el W y regresé volviendo desde el E. Urkilla, Elgea, Macizo del Gorbea, Gibijo, Salvada, Arcena, Arkamu, Badaia, Montes de Vitoria, Izki, Montes de Iturrieta, Entzia, Urbasa, Andia, Aralar, macizo de Aitzkgorri; todas estas son las sierras que había ido dejando atrás, pero que después volví a tenerlas a la vista desde excelentes atalayas.
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