4.- BOSQUE, CUMBRES Y RASOS
GR-282. Camino natural Senda del Pastoreo.
Viaje a pie y en solitario realizado en 20 etapas (en periodos de 3, 4 y 5 días) entre el 8 de junio y el 8 de julio de 2021.
Itineraio: Markinez - Done Bikendi Arana - Urbasa - Artaza
En esta tanda de 3 etapas crucé el Parque Natural de Izki, pisé las cumbres de los Montes de Iturrieta y la Sierra de Entzia y me perdí en los rasos de Urbasa.
A la sombra de malas hojas.
Para volver a Markinez utilicé el mismo servicio público de transporte en el que dos días antes había ido a casa. A las 06:40 salí de Laudio en autobús para ir a Gasteiz. Otro me llevó hasta Ventas de Armentia. Por fin un taxi que complementa el servicio de transporte público me acercó hasta Markinez. A las 08:45 comencé a caminar.
Los primeros kilómetros los hice por una pista ancha de arena y grava amarillentas. Como la etapa iba a ser larga comencé a caminar intentando mantener un ritmo que se acercase a los 6 km por hora, como antaño. Flanqueado por el arbolado y concentrado en la marcha veía cómo se deslizaba la pista bajo mis pies en dirección contraria a la que yo llevaba. Tenía a mi favor que para esta tanda de tres etapas la mochila iba menos cargada; iba a dormir en el albergue de San Vicente de Arana y en el del camping de Urbasa, así que el saco, la esterilla y la funda de vivac se habían quedado en casa.
Después de unos kilómetros abandoné la pista recién rehabilitada para seguir por caminos más estrechos y por senderos que, aunque herbosos, no ocultaban su fondo arenoso. Suelos silíceos que al parecer son ideales para el roble marojo, especie de la que estuve rodeado hasta llegar a Antoñana.
Cuando veo un robledal de cierta extensión siempre pienso que tengo que volver a él en otoño, porque los robles, al revés que las hayas, mantienen durante bastante tiempo sus hojas con los colores ocres otoñales. Junto a la inclinación con la que nos llega la luz solar y el cielo jaspeado de nubes y claros, suelen conferir un plus de belleza al paisaje. Mientras realizaba la etapa entre Markinez y San Vicente de Arana pensé más de una vez que tenía que volver en otoño.
El marojo cubre un porcentaje muy alto de la superficie del parque natural de Izki. Entre Markinez y Antoñana atravesé durante más de 20 km por el marojal maduro más grande de Europa, según leí en un panel informativo.
Descendiendo hacia Korres protegido por estos robles de “mala hoja” (según su etimología) caminé junto al rio Izki, que bajaba sin aspavientos, con suavidad y sigiloso, como si no quisiese despertar al silencio. Se deslizaba con el mismo sigilo que el zorro que me precedió en el sendero durante unas decenas de metros.
Un mayo alzado de extranjis
Después de un descanso en Antoñana, villa amurallada fundada en 1182 por Sancho el Sabio de Navarra, seguí hasta Oteo, otra villa creada en la Edad Media para el control del paso de personas y mercancías entre Campezo y el Valle de Arana. Nadie controló mi paso no atisbó mis maniobras mientras asaltaba las ramas de un cerezo y comía una buena ración de su fruta.
A San Vicente de Arana llegué más tarde de lo que esperaba, pero con tiempo más que suficiente para instalarme en su albergue, recorrer el pueblo y llegar hasta la era del mayo, donde cada año se repite un rito ancestral que como otros muchos acabó siendo cristianizado. Allí estaba el mayo o tentenublo, que el vecindario había alzado el día de la Cruz de Mayo, el 3 de ese mes. Como cada año allí debía seguir enhiesto hasta el 14 de setiembre, día de la Exaltación de la Cruz. Como me explicó un vecino, el mayo permanece alzado “entre las dos cruces, la de mayo y la de setiembre”.
La de mayo es, para la Iglesia, la Invención de la Santa Cruz; la de setiembre es la Exaltación de la Santa Cruz. Podríamos jugar con las palabras (y también con el origen de cada una de estas dos fiestas cristianas) para decir que primero se inventa y después, para reafirmar y ratificar el invento como algo cierto, se exalta. Lo mismo que hoy se hace con las fake news, se lanzan y luego se repiten hasta que forman parte del paisaje informativo como supuestamente confirmadas.
El vecino que antes he mencionado me dijo que, por el Covid y las normas impuestas, este año levantaron el mayo medio de extranjis, sin la liturgia y fiesta habituales.
—Y nos ha apedreado —añadió.
—¡No habrá sido por eso! —le dije.
—No sabemos —concluyó sin ganas de seguir con el tema.
De San Vicente de Arana a la ermita de Santa Teodosia
Después de pasar la noche en el albergue de San Vicente de Arana y desayunar algunas galletas y orejones, atravesé el pueblo, silencioso y desierto a las siete de la mañana, para ir hasta el restaurante Obenkun a devolver la llave del albergue, agradecer la atención que me habían ofrecido y tomar un café con leche antes de iniciar la subida hacia los Montes de Iturrieta.
Cuando volví a pasar por la era del mayo no esperaba encontrarme con otro lugar en el que también en mayo y setiembre se celebran fiestas y romerías: la ermita de Santa Teodosia. Nunca había estado allí. La ermita está en un lugar ocupado y concurrido desde mucho antes de que el cristianismo se estableciese en estas tierras y se cristianizasen costumbres y ritos antiguos. El dolmen cercano a la ermita, y junto al que al parecer estuvo esta antes de que se construyese en el lugar en el que hoy la vemos, sirve para atestiguarlo. También lo hacen los restos arqueológicos hallados en la cercana cueva de Obenkun. (En este enlace hay una exhaustiva información sobre la ermita).
La ermita está en el puerto que tiene su mismo nombre, en el paso entre el Valle de Arana e Iturrieta; el puerto también se llama o llamaba de Zanarri. El lugar es realmente atractivo. Para cuando escribo esto apoyándome en mi diario de viaje ya he vuelto dos veces al lugar; las personas que me han acompañado han expresado el mismo pensamiento que yo tuve al conocer el sitio: “¿Por qué no he venido antes?”.
Las cumbres meridionales de los Montes de Iturrieta ofrecen una panorámica a vista de pájaro sobre el Valle de Arana, con el extremo occidental de la sierra de Lokiz cerrando el valle por el sur. Más lejos cierran el horizonte las sierras de Kodes y la de Toloño, destacando en esta la inconfundible cumbre de Lapoblación.
Cumbres con panoramas sobresalientes
La etapa apenas acababa de comenzar. Aunque me entretuve un buen rato en los alrededores de la ermita no me demoré en exceso para ir hasta Roitegi y ascender al cordal septentrional de los Montes de Iturrieta. Lo recorrí hasta el puerto de Opakua pasando por las cumbres del Atxuri, Larredez y Arrigorrista. Desde el puerto seguí por el cordal de la sierra de Entzia y pisé las cumbres del Baio, Mirutegi, Surbe y Akarrate, que rodean los preciosos rasos de Legaire. Desde todas ellas volví a disfrutar de las espléndidas vistas sobre la Llanada Alavesa primero y la Sakana después. La etapa fue en su mayor parte un continuo disfrute de amplios panoramas.
El Mirutegi siempre me ha parecido una de las mejores atalayas para ver gran parte de Euskal Herria; la parte que no se ve se adivina tras las sierras que desde esta cumbre se divisan. Me detuve para trazar mentalmente sobre el paisaje todo lo que ya había recorrido de la Senda del Pastoreo y lo que me faltaba aún por recorrer. De frente, casi al alcance de la mano, el Aratz y el Aitzgorri; entre ellos tendría que pasar para llegar de nuevo a Arantzazu y terminar mi viaje. Hacia el W, en las sierras de Urkilla y Elguea, el macizo del Gorbea, la Sierra Salvada, la de Arkamu, los Montes de Vitoria y los recién pasados de Iturrieta, imaginé proyectadas las 14 etapas ya realizadas. Al otro lado (hacia el E y NE) deduje el recorrido de las 6 o 7 que aún me faltaban en las sierras de Urbasa, Andía —con el destacado Beriain—, Aralar, y de nuevo Aitzgorri.
Urbasa, mejor sin niebla.
Izki y el marojal quedaron atrás. Antes de atravesar los Montes de Iturrieta las hayas ya eran las dueñas del bosque. Desde que dejé atrás Legaire el camino estuvo flanqueado y sombreado por ellas hasta el camping de Urbasa, en cuyo albergue dormí.
La mañana siguiente amaneció fría. Después de desayunar un par de galletas, chocolate y algún fruto seco abandoné el albergue y esperé más de media hora con la esperanza de que el bar del camping abriese para tomar un café con leche. La niebla se iba separando del suelo. A las 07:45 me cansé de esperar e inicié la marcha, y enseguida me metí en el hayal. De vez en cuando atravesaba pequeños claros. Las marcas del GR-282 no abundaban (o yo no las veía), pero sí lo hacían los caminos herbosos en los que se apreciaban rodadas. En cada encrucijada me asaltaba la duda. Apenas había estado en la sierra de Urbasa un par de veces hacía muchos años y no puedo decir que la conozca. Varias veces, después de haber decidido qué camino seguir, la intuición me decía que no era el adecuado y tuve que desandarlo para tomar el correcto.
Llegué al raso de Lezamen, por el que pasé para llegar al de Urbasa. Comencé a atravesar este por su extremo noroccidental, pero perdí de vista las señales del GR. Con la ayuda de mapa y brújula seguí el rumbo que el GR debía seguir. En varias ocasiones llegué a algún lugar en el que ya no quedaba ningún atisbo de sendero, de no ser los hechos por el ganado en busca de agua, generalmente embarrados y entre arbustos y zarzas.
Después de varios ires y venires tratando de no perder la referencia del arroyo Kisuerreka, que veía más en el mapa que en la realidad, salí hacia el centro del raso con unos cuantos arañazos. Visualicé a mi izquierda (N) la majada de Alsasua y hacia el SE el pinar de Arratondo (al menos di por hecho que la majada y el pinar que veía eran estos) y me dirigí hacia el NE para retomar el sendero y llegar a Pedrotxiki.
Aunque seguro que volveré a Urbasa, ¡nunca atravesaría esta sierra con niebla!
Referencias visibles, diferenciadas y reconocibles
El cielo plomizo de la mañana se había tornado azul y luminoso. Por fin llegué al Puerto Viejo de Baquedano, al borde de los acantilados sobre el nacimiento del Urederra. Por fin tenía un horizonte y unas vistas que me ofrecían referencias bien visibles, diferenciadas y reconocibles. Me senté al borde, sobre el cañón del Urederra para disfrutar tanto del paisaje como de la tranquilidad que me daba el saber que llegaría con tiempo de sobra a Zudaire, donde había quedado con mi familia que iba a venir en mi busca.
El sendero que desciende a Baquedano se introduce en el barranco por una zona expuesta y con bastante desnivel. Creo que no lo temé por el sitio más adecuado; al inicio bajé medio a rastras entre hayas y hojarasca y la mochila amortiguó, frenó y detuvo alguna caída.
Desde Baquedano, en lugar de ir hacia Artaza, que es por donde sigue el GR, me dirigí hacia Zudaire, porque allí había quedado con Josune y Aimar. Tarde ya para comer, me prepararon un bocadillo que comí acompañado de una buena cerveza mientras repasaba mentalmente la etapa realizada. Las preocupaciones por la posibilidad de extraviarme en la, para mí, desconocida Urbasa ya habían desaparecido. Me repetía lo que suelo decir a quienes me suelen acompañar al monte cuando dicen que nos hemos perdido:
—Si acabas llegando a donde pensabas estar para cenar, no puedes decir que te has perdido.
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