Un plato desconocido para ti con una presentación apetitosa primero lo ves, luego lo catas y por fin lo disfrutas; después repites de vez en cuando para seguir saboreándolo. Ver, catar, saborear. Podría decir que con la ermita de Santa Teodosia, en San Vicente de Arana, ese es el proceso de disfrute en el que me encuentro inmerso.
En un reciente viaje a pie para recorrer la Senda del Pastoreo (GR-282), casi al inicio de mi catorceava etapa, llegué a un lugar que no conocía y que me sorprendió. La ermita y, sobre todo, el entorno del collado de Zanarri o de Santa Teodosia me parecieron admirables.
No he podido iniciar otro viaje sin compartir antes lo que para mí fue un hallazgo, si no casual sí inesperado.
Ver y catar
Había salido de San Vicente de Arana cuando aún el silencio no tenía rasgaduras. El camino pronto me introdujo en un hayal. Después de caminar poco más de 2 km me topé con la ermita de Santa Teodosia. Allí parecía terminar el camino que subía por el bosque. Unas esbeltas columnas toscanas fue lo primero que llamó mi atención, y el amplio pórtico con dos de los lados del rectángulo que forma su superficie abiertos; uno al camino que sube por el SW, el otro mirando hacia Anda, al SE.
‒Podría haber dormido aquí ‒fue lo primero que pensé al ver el generoso pórtico y sus vistas. Pero no me arrepentí de haberlo hecho en el albergue de San Vicente y haber disfrutado de la amabilidad de la gente del pueblo.
Dejé la mochila bajo un balcón semicircular (un púlpito abierto hacia el valle), rodeé la ermita y caminé por los alrededores. Descubrí en uno de sus lados un fresno declarado árbol singular en 1995, un precioso crucero y, hacia el E, un dolmen. Seguí caminando por el borde de los acantilados que miran hacia el Valle de Arana para contemplar San Vicente, que desde la ermita queda tapado por el bosque por donde subí. No estuve más de media hora por el lugar. No había hecho mucho más de 2 km y un cartel que había junto al camino me avisaba de que me quedaban más de 30 km para llegar al destino de aquel día.
Había descubierto un plato con una atractiva presentación y lo había catado. Tendría que volver para saborearlo.
Catar y saborear
Cuando viajas en solitario hay momentos en los que desearías que las personas que quieres y aprecias pudiesen ver y sentir lo mismo que tú ante los paisajes que admiras, lo que ves y lo que sientes. Esta semana he vuelto a la ermita de Santa Teodosia con Josune (con quien cada día compartía lo que había hecho en mi viaje por el GR-282) y con Nerea. Yo volvía a saborear, esperaba que ellas a catar y saborear.
El viernes accedimos a la ermita desde el puerto de Opakua. Por la carretera que atraviesa los altos de Iturrieta para llegar a Maeztu (o, desviándose por Sabando, al valle de Arana) llegamos al cruce del ramal que sale hacia la ermita de Santa Teodosia. Antes de llegar a la ermita comprobamos la tranquilidad en la que viven las vacas que aprovechan los pastos de la parzonería de Iturrieta. Tuvimos que parar ante un par de rebaños que ni se inmutaban ni se apartaban de la pista al paso del coche.Al llegar a nuestro destino pude comprobar que mi admiración por el lugar no tenía nada de extraño. Quienes me acompañaban no pudieron dejar de expresar la suya por el hermoso lugar, por el admirable paisaje.
Tuvimos la suerte de poder acceder al interior de la ermita y de sus dependencias. Varias personas del valle de Arana estaban trabajando para mantener adecentados los edificios y los alrededores, y preparando su comida en las dependencias del ermitaño. Nos invitaron a entrar.
La iglesia es de una sola nave. Sobre el presbiterio hay una cúpula abierta en su parte superior para iluminar la zona del altar; desde fuera no es visible porque durante la última obra del tejado, que ahora es de uralita, colocaron sobre ella una viga de madera. Adjunta a la iglesia y las dependencias del ermitaño hay una amplia sala adornada con pinturas realistas y modernas en las que se representan escenas propias de la vida y oficios del Valle de Arana: yuguero, pastor, carbonero, elaboración de queso, colocación del mayo… Esta sala se puede alquilar.
Quien nos enseñó los edificios nos explicó cuáles eran para él los balcones con mejores vistas:
‒Igeldo para ver Donostia, Gaztelugatxe para contemplar la costa vizcaína, Santa Teodosia para ver Anda, que por algo es mi pueblo.
‒Te olvidas de uno ‒le dijo Nerea‒, la sierra Salvada, para ver Aiaraldea.
‒Tienes razón, ese también es un balcón excelente ‒dijo nuestro anfitrión.
Nosotros ascendimos unos centenares de metros hacia el E para ver si Igeldo y Gastelugatxe pueden compentir con Santa Teodosia, y si Santa Teodosia puede competir con la Sierra Salvada. A medida que dejábamos atrás y más abajo la ermita, el dolmen y el propio puerto, la vistas se hacían más atractivas. Al sur los montes Joar y Kostalera dibujaban el horizonte; más al oeste destacaba la silueta característica del monte La Población, seguido del resto de la sierra de Cantabria; también al sur, y delante de Joar y Kostalera, la sierra de Lokiz... A nuestros pies los pueblos del Valle de Arana, cada vez más despoblados.
El Valle de Arana y las cumbres meridionales de los Montes de Iturrieta, hasta ahora imperdonablemente desconocidos para mí, serán en adelante lugares para recorrer, para ascender, para saborear en compañía de familiares y amigos; serán lugares para aconsejar a quienes sé que disfrutan sintiéndose rodeados de una naturaleza generosa y tranquila.
No pasará mucho tiempo antes de que vuelva a San Vicente de Arana para ascender a la ermita de Santa Teodosia, recorrer las cumbres meridionales de los Montes de Iturrieta, descender a Kontrasta, caminar por los cuatro pueblos del valle (Kontrasta, Ullibarri-Arana, Alda y San Vicente de Arana) y reponer fuerzas en el restaurante Obenkun.
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