Latinoamérica; pinceladas, imágenes y enlaces de un viaje (29)
Arequipa y Cañón del Colca
06/12/2018 - 08-12-2018
El 5 de diciembre se me fue en el viaje de autobús entre Iquique y Arequipa, con los trámites de aduana incluidos. El viaje por Latinoamérica se estaba acabando. Me quedaba una semana para tomar el avión de vuelta a casa desde Lima.
Arequipa era solo una posible etapa en mi plan de viaje; de no haber dispuesto de tiempo suficiente no la habría visitado. Lo que me hizo incluir la Ciudad Blanca entre las solo posibles etapas, era la curiosidad por volver a su plaza de armas después de 35 años desde que la pisé por primera vez. La pisé, pero no la recordaba. Mi recuerdo de la plaza no era más que el de una multitud, de la que yo formaba parte, que ocupaba cada milímetro cuadrado. Se celebraba la fundación de la ciudad y, dada la masa de gente que la ocupaba, era literalmente imposible cualquier movimiento. Pero aquella fue otra historia.
Esta vez disfruté de la Ciudad Blanca con más tranquilidad, y con la sensación de calma que me daba el no tener que cumplir más objetivos auto impuestos. La visita de Arequipa era el descanso antes de la última parada en Lima para la vuelta a casa.
Arequipa me pareció una ciudad atractiva, amable, limpia…, y realmente blanca. Blanca por la piedra con la que están construidos muchos de sus edificios; el sillar utilizado para construirlos, producto de erupciones volcánicas, le da esa luminosidad. Atractiva es mientras no vayas a los barrios marginales, que habitualmente no visitamos los turistas. Esa parte menos seductora de la ciudad la vi durante un recorrido en un autobús turístico de dos pisos. Durante el tour presté poca atención a las explicaciones que nos ofrecían por megafonía; estuve entretenido en la conversación que entablé con un estudiante de medicina de Santiago de Chile que tuve como compañero de asiento.
Durante el tiempo que permanecí en la ciudad, además de recorrer sus calles visité la catedral. Terremotos e incendios han obligado a reconstruirla varias veces. El último terremoto que ha sufrido fue en 2001; fueron dañadas sus dos torres, así que las que vi en este viaje son reconstrucciones de las que vi hace 35 años, y aquellas, reedificaciones posteriores a otros desastres naturales. Lo más atractivo de la visita para mí fue el paseo por su cubierta, desde la que nada impedía la visión de los volcanes cercanos a la ciudad: Chachani, Pichu-Pichu y Misti. Aquí dicen con orgullo que “no se nace en vano al pie de un volcán”. El Misti es el símbolo de Arequipa, al que un día quise subir, pero que en este viaje no me planteé hacerlo.
También visité el Monasterio de Santa Catalina, un pueblo con sus calles y plazas dentro de la ciudad, pero aislado de ella. Se trata de un monasterio de monjas fundado en 1579. Ocupa dos hectáreas y está aislado por un muro de cuatro metros. Es mucho más pequeño que mi pueblo (Lendoño de Abajo), pero con muchísimas más viviendas (o estancias), en las que han llegado a vivir 500 mujeres al mismo tiempo, entre las que hay que contar monjas, criadas, refugiadas... Este monasterio, patrimonio de la humanidad, me pareció un lugar sumamente atractivo.
En el Museo Santuarios Andinos (en el enlace hay también un vídeo) vi la momia de Juanita, una niña sacrificada hace más de 500 años en el volcán Ampato. Aunque su sacrificio se debió realizar fuera o en el borde del cráter del volcán, el fardo con su cuerpo se encontró en el interior del cono; la erupción del volcán Sabancaya en 1995 derritió también los hielos de la cumbre del Ampato, que protegían la momia, y esta rodó al interior del cono. Se expone al público en una sala fría y en penumbra, dentro de una urna con las condiciones y temperatura adecuadas para su conservación. Pero no está expuesta todo el año; periódicamente se cambia la momia expuesta al público; el siguiente medio año será Sarita, otra momia encontrada en el nevado Sara Sara, la que se exponga en la penumbra de la sala.
Habiendo parado en Arequipa no podía dejar de visitar el Cañón del Colca. Con una profundidad de 3.400 metros es uno de los más profundos del mundo. A las tres de la madrugada salí en un tour con otras quince personas para llegar hasta el valle: dos hermanos limeños (con los que visitaría al día siguiente el Museo Santuarios Andinos), otras dos parejas, y un profesor con un grupo de siete alumnos y alumnas adolescentes; exceptuándome a mí todos eran peruanos. Al amanecer hicimos alguna parada antes de llegar al pueblo de Maca para divisar de lejos varios volcanes, entre ellos el Ampato, donde sacrificaron a Juanita, y el Sabancaya. Este último está activo, y la columna de humo y cenizas que arroja era perfectamente visible.
El punto más alto al que ascendimos fue el mirador de la Cruz del Cóndor, a 3.800 metros de altitud. Desde este punto hasta el lecho del río Colca hay 1.200 metros. El espectáculo es impresionante, solo él hace que el viaje merezca la pena. Lo que no vimos fue ningún cóndor sobrevolando el cañón, aunque esa experiencia sea uno de los atractivos que ofrecen las agencias para atraer a los turistas a la excursión.
El 5 de diciembre se me fue en el viaje de autobús entre Iquique y Arequipa, con los trámites de aduana incluidos. El viaje por Latinoamérica se estaba acabando. Me quedaba una semana para tomar el avión de vuelta a casa desde Lima.
Arequipa era solo una posible etapa en mi plan de viaje; de no haber dispuesto de tiempo suficiente no la habría visitado. Lo que me hizo incluir la Ciudad Blanca entre las solo posibles etapas, era la curiosidad por volver a su plaza de armas después de 35 años desde que la pisé por primera vez. La pisé, pero no la recordaba. Mi recuerdo de la plaza no era más que el de una multitud, de la que yo formaba parte, que ocupaba cada milímetro cuadrado. Se celebraba la fundación de la ciudad y, dada la masa de gente que la ocupaba, era literalmente imposible cualquier movimiento. Pero aquella fue otra historia.
Esta vez disfruté de la Ciudad Blanca con más tranquilidad, y con la sensación de calma que me daba el no tener que cumplir más objetivos auto impuestos. La visita de Arequipa era el descanso antes de la última parada en Lima para la vuelta a casa.
Arequipa me pareció una ciudad atractiva, amable, limpia…, y realmente blanca. Blanca por la piedra con la que están construidos muchos de sus edificios; el sillar utilizado para construirlos, producto de erupciones volcánicas, le da esa luminosidad. Atractiva es mientras no vayas a los barrios marginales, que habitualmente no visitamos los turistas. Esa parte menos seductora de la ciudad la vi durante un recorrido en un autobús turístico de dos pisos. Durante el tour presté poca atención a las explicaciones que nos ofrecían por megafonía; estuve entretenido en la conversación que entablé con un estudiante de medicina de Santiago de Chile que tuve como compañero de asiento.
Durante el tiempo que permanecí en la ciudad, además de recorrer sus calles visité la catedral. Terremotos e incendios han obligado a reconstruirla varias veces. El último terremoto que ha sufrido fue en 2001; fueron dañadas sus dos torres, así que las que vi en este viaje son reconstrucciones de las que vi hace 35 años, y aquellas, reedificaciones posteriores a otros desastres naturales. Lo más atractivo de la visita para mí fue el paseo por su cubierta, desde la que nada impedía la visión de los volcanes cercanos a la ciudad: Chachani, Pichu-Pichu y Misti. Aquí dicen con orgullo que “no se nace en vano al pie de un volcán”. El Misti es el símbolo de Arequipa, al que un día quise subir, pero que en este viaje no me planteé hacerlo.
También visité el Monasterio de Santa Catalina, un pueblo con sus calles y plazas dentro de la ciudad, pero aislado de ella. Se trata de un monasterio de monjas fundado en 1579. Ocupa dos hectáreas y está aislado por un muro de cuatro metros. Es mucho más pequeño que mi pueblo (Lendoño de Abajo), pero con muchísimas más viviendas (o estancias), en las que han llegado a vivir 500 mujeres al mismo tiempo, entre las que hay que contar monjas, criadas, refugiadas... Este monasterio, patrimonio de la humanidad, me pareció un lugar sumamente atractivo.
En el Museo Santuarios Andinos (en el enlace hay también un vídeo) vi la momia de Juanita, una niña sacrificada hace más de 500 años en el volcán Ampato. Aunque su sacrificio se debió realizar fuera o en el borde del cráter del volcán, el fardo con su cuerpo se encontró en el interior del cono; la erupción del volcán Sabancaya en 1995 derritió también los hielos de la cumbre del Ampato, que protegían la momia, y esta rodó al interior del cono. Se expone al público en una sala fría y en penumbra, dentro de una urna con las condiciones y temperatura adecuadas para su conservación. Pero no está expuesta todo el año; periódicamente se cambia la momia expuesta al público; el siguiente medio año será Sarita, otra momia encontrada en el nevado Sara Sara, la que se exponga en la penumbra de la sala.
Habiendo parado en Arequipa no podía dejar de visitar el Cañón del Colca. Con una profundidad de 3.400 metros es uno de los más profundos del mundo. A las tres de la madrugada salí en un tour con otras quince personas para llegar hasta el valle: dos hermanos limeños (con los que visitaría al día siguiente el Museo Santuarios Andinos), otras dos parejas, y un profesor con un grupo de siete alumnos y alumnas adolescentes; exceptuándome a mí todos eran peruanos. Al amanecer hicimos alguna parada antes de llegar al pueblo de Maca para divisar de lejos varios volcanes, entre ellos el Ampato, donde sacrificaron a Juanita, y el Sabancaya. Este último está activo, y la columna de humo y cenizas que arroja era perfectamente visible.
El punto más alto al que ascendimos fue el mirador de la Cruz del Cóndor, a 3.800 metros de altitud. Desde este punto hasta el lecho del río Colca hay 1.200 metros. El espectáculo es impresionante, solo él hace que el viaje merezca la pena. Lo que no vimos fue ningún cóndor sobrevolando el cañón, aunque esa experiencia sea uno de los atractivos que ofrecen las agencias para atraer a los turistas a la excursión.
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