2020/04/22

De Lima a donde me esperaban


Latinoamérica; pinceladas, imágenes y enlaces de un viaje (y 30)


De Lima a donde me esperaban
09/12/2018 - 11-12-2018


Mi viaje por Latinoamérica iba a terminar en Lima, en la ciudad donde dos meses y medio antes lo había comenzado. La Lima que yo vi en diciembre no se parecía en nada a la que a finales de setiembre de 2018 se me mostró dura, esquiva y desagradable. En setiembre no pude atravesar la Plaza de Armas; solo pude acercarme a la catedral o algún otro lugar de las cercanías por sus costados, siempre superando controles militares, cuya criba siempre me parecía arbitraria. Y de ninguna manera se podía pisar la plaza. La arbitrariedad se me hacía evidente cuando inmediatamente antes o después de permitirme a mí el paso se lo negaban a personas nativas, a hombres y mujeres con rasgos andinos. Los controles ya comenzaban varias cuadras antes de la Plaza de Armas, y se hacían más estrictos en todas las entradas a la misma.

Desde poco después de las elecciones presidenciales de 2016, en las que por un margen muy estrecho Pedro Pablo Kuczynski ganó la presidencia a Keiko Fujimori, la crisis política en Perú no ha amainado. Las manifestaciones y protestas comenzaron en 2017; el presidente Kuczynski renunció el 21 de marzo de 2018, con el país institucionalmente fracturado; y las movilizaciones se siguieron sucediendo. La fractura institucional se daba entre la presidencia por un lado, y el parlamento controlado por la oposición fujimorista y sus socios coyunturales por otro; el poder judicial hacía agua por todas partes; la corrupción estaba detrás de muchas de las maniobras de los grupos políticos y del uso partidista de la justicia.

Cuando llegué a Lima en setiembre, el presidente Martín Vizcarra, que había asumido el cargo por la dimisión de Kuczynski, estaba empeñado en una reforma de la Constitución para impedir la corrupción. La oposición, mayoritaria en el parlamento y liderada por el fujimorismo, ponía todas las trabas posibles a la reforma. En diciembre iban a celebrarse elecciones municipales en Perú. Las manifestaciones y protestas se sucedían, pero no podían acercarse a la Plaza de Armas, que es donde está la sede del gobierno; no a todas se lo impedían, porque en una calle contigua a la plaza vi una concentración de policías retirados, que no parecía inquietar a sus colegas en activo ni a los militares desplegados.

Cuando volví en diciembre la crisis política se mantenía, pero la plaza estaba abierta y engalanada para la Navidad, el ambiente era festivo y, aunque la presencia policial era evidente, algunas mujeres policía, jóvenes y sobre flamantes motos, se hacían fotos con niños y adultos frente al palacio presidencial.

Aproveche mis últimos días de viaje para visitar algunos sitios que no había visitado en setiembre, y para hacer algunas compras. El primer día fui hasta El Callao. Vi muy por encima el Callao monumental y me acerqué hasta La Punta. Era domingo y día de elecciones: segunda vuelta de las elecciones regionales y municipales y referéndum sobre reforma de la Constitución, con el que Vizcarra quería poner trabas a la corrupción.

Aproveché para comer ceviche. Me decidí por un restaurante cuyo dueño me abordó para que eligiese su local. Conocía, dijo, el País Vasco porque había sido marinero, y me habló de varias localidades vascas y del norte peninsular. Lo que me convenció para entrar fue que me ofreció poder comer con cerveza, aunque en Perú está prohibida la comercialización y venta alcohol desde las 24 horas anteriores a abrirse los colegios electorales, prohibición que dura 48 horas. El dueño del restaurante siguió haciendo teatro cuando me senté a la mesa y ocultó la cerveza con la carta aconsejándome que no la dejase a la vista. Enseguida comprobé que mi mesa no era la única en la que había cerveza.

Durante los dos días que me quedaban deambulé entre la Plaza de Armas, la de San Martín y la de 2 de Mayo. Celebré el final de mi viaje en un restaurante del cuarto piso en el edificio del Club de la Unión, al costado de la catedral y enfrente del palacio Presidencial. El tema principal de la prensa era el éxito de Vizcarra en el referéndum. El menú: ensalada, cuis, un postre dulce y una cerveza. Por poco más de 10 euros, quizás fue el mayor exceso culinario de todo el viaje. Y me despedí con el pisco sour al que me invitaron.

Pero el viaje no había terminado. El destino no estaba lejos en el tiempo, aunque sí en el espacio; estaba en casa y en el reencuentro con las personas que había dejado lejos dos meses y medio antes. En palabras de Saramago, siempre acabamos llegando a donde nos esperan.

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