Latinoamérica; pinceladas, imágenes y enlaces de un viaje (27)
Desierto de Atacama
29/11/2018 - 02-12-2018
Unos diez días antes de comenzar mi viaje por Latinoamérica leí un artículo de Miguel Espigado titulado “¿Te crees un viajero? Pues eres un turista”. Me impresionó, quizás porque estaba metido de lleno en los preparativos de un periplo en el que creía que iba a ser viajero. Cambió mi manera de enfrentarme al viaje: no modifiqué mis planes ni mis expectativas fueron afectadas, o únicamente lo fueron en lo que no era más que sueño o fantasía. Aunque lo que me hizo definir el itinerario de mi viaje creo que fue una rara motivación, en adelante nunca lo volví a considerar original o exclusivo. Aquel artículo tuvo la virtud de hacerme más humilde y de que viajase más pegado al suelo.
Los días que pasé en el desierto de Atacama fueron los que más se podrían asemejar a la realidad de la que se habla en el artículo. “Que los lugares se estén transformando para adaptarse al viajero es la mejor prueba de que el viaje de placer no nos transforma, ya que es el mundo el que se adapta a nosotros, y no al revés”, dice Miguel Espigado. Y eso es lo que vi en San Pedro de Atacama: una localidad tan adaptada a las querencias de quienes allí llegan que es imposible ver actividad ajena al turismo. Quizás sí la haya, pero “los viajeros (esta palabra siempre aparece en cursiva en el artículo) apenas arañan la verdad de dichos lugares, simplemente porque nadie puede conocer una realidad que solo explora para procurarse experiencias positivas, lúdicas, agradables, por muy intelectuales que sean”.
Así que en Atacama dejé de moverme como viajero en cursiva y salí del armario para ser lo que había ido a ser allí: turista, escrito con caracteres regulares, sin cursiva que valga. Y fui un turista más contratando los servicios que se me ofrecían para procurarme experiencias positivas, lúdicas y agradables. Y fui un cliente más, abriendo los ojos a lo que veía, sí, pero también parando y mirando siempre donde me decían que tenía que parar y mirar. Y fui una persona más contribuyendo a que la superficie cubierta por las lagunas del Salar de Atacama se siga reduciendo. Una estéril o inoperante justificación para esto último puede ser que las empresas salineras y las dedicadas a extraer litio contribuyen muchísimo más a su desecación; pero es sólo eso, una pobre e inútil disculpa.
A Calama llegué en avión. En el aeropuerto todo me pareció organizado para quien quiere ir al desierto de Atacama; en poco tiempo ya estaba viajando en un transfer hacia el destino. San Pedro de Atacama también parece estar preparado exclusivamente para el turismo. En la calle Caracoles, la más concurrida, abundan las oficinas de agencias que ofrecen tours a diferentes lugares del desierto. Muchos de quienes las atienden son jóvenes extranjeros que recalan por un tiempo allí. La joven que a mí me atendió para los tours era navarra. También me pareció que la mayoría de turistas eran jóvenes, y de muy variada procedencia.
Mientras estuve en Atacama hice tres tours: “Valle de la Luna”, “Piedras rojas” y “Geiseres del Tatio”. Todos en grupos de ocho o nueve personas, aunque en el destino, que también lo era para innumerables grupos más, nos convirtiésemos en multitud. Todos en transferes colectivos por rutas trilladas, en las que los todoterreno de dos plazas con exageradas antenas se hacían ver para dejar constancia del poder adquisitivo de sus ocupantes. Todos a lugares espectaculares.
Mientras estuve allí releí varias veces unos versos que Pablo Neruda dedica a Atacama en su Canto General: “… / oh madre del océano!, productora / del ciego jaspe y la dorada sílice: / sobre tu pura piel de pan, lejos del bosque, / nada sino tus líneas de secreto, / nada sino tu frente de arena, / nada sino las noches y los días del hombre / …”
Al releer el artículo de Miguel Espigado que he mencionado, no he podido dejar de pensar: “¿Llevaba conmigo el Canto General para que la experiencia de llegar a una verdad apenas arañada pareciese más intelectual?”
Quienes nos guiaban por los lugares más espectaculares del desierto nos hablaban de procesos orogénicos, nos daban datos sobre lluvia y evaporación, nos situaban en lugares apropiados para que hiciésemos la foto única o irrepetible… Pero si es posible plasmar en una fotografía la realidad física de Atacama al mismo tiempo que las sensaciones que se sienten al descubrir y contemplar la vastedad del desierto, yo no la hice.
Cuando para visualizar las sensaciones que de allí me llevé quito todo lo anecdótico de los recuerdos de Atacama que conservo, no puedo poner límites; la vastedad es tal que no la consigo abarcar ni cerrando los ojos. Y vuelvo a ayudarme de los versos de Neruda: “… Tierra, tierra / sobre el mar, sobre el aire, sobre el galope / de la amazona llena de corales…”.
Unos diez días antes de comenzar mi viaje por Latinoamérica leí un artículo de Miguel Espigado titulado “¿Te crees un viajero? Pues eres un turista”. Me impresionó, quizás porque estaba metido de lleno en los preparativos de un periplo en el que creía que iba a ser viajero. Cambió mi manera de enfrentarme al viaje: no modifiqué mis planes ni mis expectativas fueron afectadas, o únicamente lo fueron en lo que no era más que sueño o fantasía. Aunque lo que me hizo definir el itinerario de mi viaje creo que fue una rara motivación, en adelante nunca lo volví a considerar original o exclusivo. Aquel artículo tuvo la virtud de hacerme más humilde y de que viajase más pegado al suelo.
Los días que pasé en el desierto de Atacama fueron los que más se podrían asemejar a la realidad de la que se habla en el artículo. “Que los lugares se estén transformando para adaptarse al viajero es la mejor prueba de que el viaje de placer no nos transforma, ya que es el mundo el que se adapta a nosotros, y no al revés”, dice Miguel Espigado. Y eso es lo que vi en San Pedro de Atacama: una localidad tan adaptada a las querencias de quienes allí llegan que es imposible ver actividad ajena al turismo. Quizás sí la haya, pero “los viajeros (esta palabra siempre aparece en cursiva en el artículo) apenas arañan la verdad de dichos lugares, simplemente porque nadie puede conocer una realidad que solo explora para procurarse experiencias positivas, lúdicas, agradables, por muy intelectuales que sean”.
Así que en Atacama dejé de moverme como viajero en cursiva y salí del armario para ser lo que había ido a ser allí: turista, escrito con caracteres regulares, sin cursiva que valga. Y fui un turista más contratando los servicios que se me ofrecían para procurarme experiencias positivas, lúdicas y agradables. Y fui un cliente más, abriendo los ojos a lo que veía, sí, pero también parando y mirando siempre donde me decían que tenía que parar y mirar. Y fui una persona más contribuyendo a que la superficie cubierta por las lagunas del Salar de Atacama se siga reduciendo. Una estéril o inoperante justificación para esto último puede ser que las empresas salineras y las dedicadas a extraer litio contribuyen muchísimo más a su desecación; pero es sólo eso, una pobre e inútil disculpa.
A Calama llegué en avión. En el aeropuerto todo me pareció organizado para quien quiere ir al desierto de Atacama; en poco tiempo ya estaba viajando en un transfer hacia el destino. San Pedro de Atacama también parece estar preparado exclusivamente para el turismo. En la calle Caracoles, la más concurrida, abundan las oficinas de agencias que ofrecen tours a diferentes lugares del desierto. Muchos de quienes las atienden son jóvenes extranjeros que recalan por un tiempo allí. La joven que a mí me atendió para los tours era navarra. También me pareció que la mayoría de turistas eran jóvenes, y de muy variada procedencia.
Mientras estuve en Atacama hice tres tours: “Valle de la Luna”, “Piedras rojas” y “Geiseres del Tatio”. Todos en grupos de ocho o nueve personas, aunque en el destino, que también lo era para innumerables grupos más, nos convirtiésemos en multitud. Todos en transferes colectivos por rutas trilladas, en las que los todoterreno de dos plazas con exageradas antenas se hacían ver para dejar constancia del poder adquisitivo de sus ocupantes. Todos a lugares espectaculares.
Mientras estuve allí releí varias veces unos versos que Pablo Neruda dedica a Atacama en su Canto General: “… / oh madre del océano!, productora / del ciego jaspe y la dorada sílice: / sobre tu pura piel de pan, lejos del bosque, / nada sino tus líneas de secreto, / nada sino tu frente de arena, / nada sino las noches y los días del hombre / …”
Al releer el artículo de Miguel Espigado que he mencionado, no he podido dejar de pensar: “¿Llevaba conmigo el Canto General para que la experiencia de llegar a una verdad apenas arañada pareciese más intelectual?”
Quienes nos guiaban por los lugares más espectaculares del desierto nos hablaban de procesos orogénicos, nos daban datos sobre lluvia y evaporación, nos situaban en lugares apropiados para que hiciésemos la foto única o irrepetible… Pero si es posible plasmar en una fotografía la realidad física de Atacama al mismo tiempo que las sensaciones que se sienten al descubrir y contemplar la vastedad del desierto, yo no la hice.
Cuando para visualizar las sensaciones que de allí me llevé quito todo lo anecdótico de los recuerdos de Atacama que conservo, no puedo poner límites; la vastedad es tal que no la consigo abarcar ni cerrando los ojos. Y vuelvo a ayudarme de los versos de Neruda: “… Tierra, tierra / sobre el mar, sobre el aire, sobre el galope / de la amazona llena de corales…”.
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