2021/05/31

TRES FRONTERAS PARA LLEGAR A LOSA

 


Losa. Un viaje para ‘rehabilitar’ recuerdos (1)

Primera jornada: 17/05/2021
Laudio - Quincoces de Yuso

“Para un viajero procedente de un pueblo grande o de una ciudad, las fuentes de los pueblos de Losa pueden parecer, a primera vista, un derroche; y si las contemplas y las disfrutas en un día de verano con todos los campos amarillos y con el sol golpeándote la espalda, al mostrar su abundancia y su frescura vienen a ser como una muestra de soberbia y de orgullo”.

Lo anterior es un extracto de un texto escrito en 2001 tras finalizar un viaje a pie y en solitario que me llevó durante ocho días por la mayoría de la loberas conocidas de Araba y norte de Burgos. Para ello recorrí las sierras Salvada, Carbonilla y Montes de la Peña; atravesé los valles de Losa y de Valdegobía; crucé la sierra de Arkamo y sus estribaciones; pasé por la sierra de Gibijo y, por Unzá, volví a Orduña. Pero en el texto del que procede el extracto anterior no describía aquel viaje. Me limitaba a ensalzar y agradecer lo que las fuentes en las que bebí y me refresqué me aportaron cuando pasé por los pueblos de Losa.

No hace mucho, y por casualidad, encontré aquel texto en la página web del Ayuntamiento del Valle de Losa. Fue el detonante de un nuevo viaje para volver a aquellos pueblos por los que veinte años antes simplemente pasé, o me detuve para ver algo con más calma; solo los atravesé pendiente del paisaje y concentrado en el esfuerzo, o la conversación con alguna persona me retuvo lo suficiente para no olvidar el momento; apenas paré algún tiempo para reponer fuerzas y descansar, o me quedé a pasar la noche. Entonces viajaba a pie y llevaba todo lo necesario encima. Cargaba con lo imprescindible. Más que impuesta, la austeridad fue una norma necesaria. En esta ocasión he recorrido Losa en bici y, aunque sin excesos, no he optado por la austeridad; el hotel Puente Romano de Quincoces ha sido mi alojamiento durante cuatro noches.


Tres fronteras para llegar a Losa

Una vez terminado el viaje puedo asegurar que con él he superado tres fronteras: una física, otra emocional, y la tercera temporal.

La primera y la segunda están relacionadas. La pandemia de la Covid-19 ha sido la responsable de que sea consciente de haberlas superado. Los sucesivos confinamientos nos han tenido encerrados en casa, en el pueblo, en la comarca, en la comunidad autónoma… Cuando te imponen límites de movimiento es cuando valoras el derecho a la libre circulación. Si tienes vocación de vagabundo esa limitación es, o se parece, a un castigo. Yo no puedo quejarme si me comparo con todas esas personas a las que se les impide llegar a donde quieren cuando lo único que buscan es poder vivir, cuando su deseo de traspasar fronteras está estrechamente ligado con la necesidad. Tampoco puedo ser como esas otras personas que se han revuelto con violencia verbal e incluso física contra los confinamientos mientras niegan —con violencia verbal y física aún mayores— el derecho a la libre circulación a los inmigrantes, a quienes no dudarían en confinar eternamente en la miseria.

Pero, en fin, en este viaje he superado una frontera física; he pasado al otro lado de la cadena de montañas que separa mi pueblo y mi comarca de otros territorios, de otro país. He pasado al otro lado de la Sierra Salvada, al otro lado de los montes que forman la línea de horizonte de mi pueblo.


La muga emocional (o sicológica) era otra, la de superar el confinamiento obligado y sus límites. Pero la he traspasado en el mismo punto. Franquear la frontera ha supuesto también pasar a otro estadio, pasar a sentirme dueño de decidir sin restricciones a dónde ir. Pasar la línea de muga es lo que lo ha confirmado. Y una naturaleza generosa y de colores primaverales me ha recibido.




La tercera frontera, la temporal, ha supuesto retroceder 20 años en el tiempo, hasta julio del 2001. El hecho de preparar el viaje ya había hecho que reviviese recuerdos que estaban dormidos; recuerdos de personas, de lugares, de sensaciones. Hace 20 años pasé por Losa caminando. Ahora lo he hecho en bici, con menos esfuerzo y más comodidad. En lugar de dormir en pórticos, cuevas o cabañas como lo hacía entonces, todos los días he vuelto a un cómodo alojamiento. He pasado por pueblos en los que no había estado y he descubierto cosas en las que hace dos décadas no me fijé. Pero los recuerdos que me han traído a este viaje me los aportaron las fuentes de Losa.

Durante los cuatro días que ahora he permanecido en Losa he tenido que ‘rehabilitar’ los recuerdos que conservaba de algunas de las fuentes de las que disfruté. Algunas las había idealizado tanto con el tiempo que me han sorprendido al volver a verlas.

(Texto elaborado a partir de los apuntes de mi diario de viaje)

LAS FUENTES DE LOSA PARA UN CAMINANTE


 

Julio del 2001

Me faltaban trece años aún para superar los 60, por lo que  un viaje realizado en 2001 no tendría cabida en un blog que se llama "viajar más allá de los 60". Si adjunto este texto aquí es porque este artículo es el que provocó que en mayo de 2021 (veinte años más tarde) me decidiese a viajar de nuevo en solitario durante cinco días por el valle de Losa. Lo tenía casi olvidado; me reencontré casualmente con el texto consultando la página web del Ayuntamiento del Valle de Losa. Lo releí y decidí volver a recorrer aquellos pueblos.
En entradas posteriores contaré mi viaje de 2021, pero antes dejo aquí el recuerdo de aquel otro, que es el que me ha motivado para hacer el de ahora y me ha guiado durante el mismo.

 

Para un viajero procedente de un pueblo grande o de una ciudad, las fuentes de los pueblos de Losa pueden parecer, a primera vista, un derroche; y si las contemplas y las disfrutas en un día de verano con todos los campos amarillos y con el sol golpeándote la espalda, al mostrar su abundancia y su frescura vienen a ser como una muestra de soberbia y de orgullo.

Son en realidad una placer para todos los sentidos; su visión alegra el espíritu del caminante y adorna el entorno; su sonido estimula el oído como la mejor de las canciones; el líquido que mana de sus grifos o el que descansa brevemente en sus estanques, abrevaderos, pilones o lavaderos adyacentes, refresca y relaja el cuerpo acalorado y los pies cansados; y aunque digan que el agua es inodora e insípida, también el olfato y el gusto son agasajados por el aire fresco que se respira en ellas y por la sensación placentera del agua en la boca que reconforta al caminante sediento.

El 25 de julio comencé en Orduña un recorrido circular que me habría de llevar durante ocho días por la mayoría de la loberas conocidas de Araba y norte de Burgos; para ello recorrería las sierras Salvada, Gurdieta, Montes de la Peña y la Magdalena, atravesaría el valle de Losa y parte del de Valdegobía, cruzaría la sierra de Arkamo y sus estribaciones, pasaría por la sierra de Gibijo, y por Unzá volvería a Orduña.

El primer contacto con las fuentes de Losa lo tuve al llegar a San Miguel de Relloso. Su único vecino, Luis Herrán estaba ausente; pero en ausencia de Sito la fuente fue un anfitrión perfecto y se encargó del hospitalario recibimiento. En medio del pueblo y rodeada de ruinas sigue vertiendo su líquida frescura en el pilón y renovando continuamente el agua del lavadero que tiene adosado. Después de un duro día de caminata, que la niebla me obligó a alargar en varias horas, compartí la fuente con un incontable número de abejas que se afanaban en recoger agua para abastecer las colmenas de un abejar cercano. La fuente sació mi sed y me permitió asearme para pasar la noche en San Miguel de Relloso sin la incomodidad de los sudores de la jornada.

La fuente de San Miguel de Relloso canta como todas las demás, pero su canción es muchísimo más perceptible que la del resto de las fuentes de Losa por las que he pasado. En medio del silencio su caño vierte el agua que, al caer en el pilón, crea hondas concéntricas que envuelven el pueblo con un dulce y relajante sonido, y forman una esfera invisible en la que, con toda seguridad, permanecen una infinidad de experiencias y recuerdos que acabarán perdiéndose si nadie los recoge.

Siguiendo los consejos de Luis Herrán para economizar esfuerzos en mi caminata me dirigí hacia Villabasil sin pasar por Relloso, que con toda seguridad también tiene una fuente que ofrece hospitalidad, porque si todos los pueblos por los que he pasado la tienen, es de esperar que Relloso también. Así que la siguiente fuente de pueblo con la que me topé fue la de Villabasil.

Villabasil es un pueblo que poco se parece a San Miguel de Relloso, por su tamaño y porque aquí no se ven casas en ruina ni se adivinan abandonadas. Pero cuando yo lo atravesé sus calles estaban totalmente silenciosas y desiertas.

Después de dos días rodeado por la niebla en busca de las loberas de San Miguel, Gurdieta y Villabasil por la Sierra Salvada, la de Gurdieta y por los Montes de la Peña, al descender del Peñalba y de la lobera de Villabasil el cielo se despejó y el calor de las primeras horas de la tarde invitaba a la siesta. Mis pasos me llevaron a la fuente. La de Villabasil es una fuente limpia y cuidada, iluminada totalmente por el sol cuando yo llegué. Las aguas cristalinas del lavadero adosado a la misma parecían invitarme a sumergirme en ellas, pero como su función no es esa me limité a refrescar mi cabeza debajo del caño, beber hasta saciarme y descansar un rato hasta casi adormecerme arrullado por el ruido del agua.

Pasé por la fuente de Castresana, o por una de ellas; en ella me detuve lo justo para beber su agua. Sus caños vierten el agua en una pila protegida por una cuidada obra de hermosos sillares. Y llegué a Villaventín, donde pasaría mi segunda noche en Losa.

La fuente de Villaventín se adelanta a la fachada de la iglesia dejando a sus espaldas, entre la iglesia y ella misma, un espacio herboso con un banco corrido de piedra, que se apoya en la parte posterior del muro que constituye el frente de la fuente y de sus dos largos abrevaderos; es un espacio que, al menos después de una larga caminata, invita al descanso. La fuente domina la amplia plazuela del centro del pueblo, y adelantada a la iglesia como está parece decir: “acércate, que de mí sí obtendrás consuelo inmediato para tu sed”. Yo sacié mi sed y refresqué mi cuerpo.

Al lado de la fuente está la vieja escuela, que hoy alberga el teléfono público y una sala de concejos. No hará muchas décadas que esta escuela todavía rebosaba vida durante los periodos lectivos; es fácil imaginarse a todas las alumnas y alumnos saliendo veloces al recreo y corriendo a la fuente a saciar su sed, a desarrollar sus juegos en la plaza y los alrededores, o a contarse secretos y confidencias en los bancos que hay a la espalda de la fuente, protegiéndose por la propia fuente y la fachada de la iglesia de miradas y oídos no deseados.

Dejé atrás Villaventín bastante temprano para acercarme por Muga hasta el portillo de la Magdalena y hasta la lobera de Castrobarto. Otra vez la niebla me jugó una mala pasada y me hizo caminar hora y media más de lo previsto para alcanzar mis objetivos. Volví a Castrobarto y desde allí seguí hacia Villalacre y Rosío para acabar mi jornada en Salinas de Rosío.

No fue ese un día en el que la sed me urgiese. A Castrobarto llegué con exceso de agua, sobre todo en mis pies. Había recogido toda la que la niebla había depositado en el brezo, en los enebros, en las otacas y en los espinos de la sierra mientras trataba de llegar al portillo de la Magdalena rodeado de niebla y cruzando a veces por pasajes tenebrosos entre hayas o avellanos, donde parecía que alguien había robado toda la luz circundante, lechosa y ya escasa de por sí. Pero tanto en Castrobarto como en Villalacre me serví de sus fuentes para saciar mi sed y aliviar por un momento mi espalda librándola del peso de la mochila. La de Castrobarto domina una amplia plaza y protege una bolera que tiene detrás; entre sus dos largos abrevaderos cubre un frente de unos 25 m. Los tres caños de la de Villalacre surgen de un rollo o cilindro de piedra que en su base está rodeado por una pila semicircular, donde los caños vierten el agua; esta pila se prolonga por uno de sus lados en un largo abrevadero.

Y así fui acercándome hasta Salinas de Rosío.

El caño de la fuente de la Plaza Mayor de Salinas de Rosío vierte el agua en un pilón alargado, que comienza bajo el mismo caño y sigue durante varios metros la dirección de la carretera que atraviesa el pueblo en dirección a La Cerca. Al otro lado de la carretera hay un edificio que alberga el local social, con su barra de bar, donde se reunen los vecinos que pasan los fines de semana y el verano en el pueblo (me cuentan que en invierno apenas quedan casas abiertas). En la parte delantera hay un soportal cubierto donde pasé la noche después de una velada de charla con algunos vecinos. Cuando todos los vecinos acabaron sus partidas de mus y de brisca el entorno quedó vacío; el agua del caño golpeando en la del pilón me acompañó en mi sueño. El sonido monocorde del chorro de agua me acompañó hasta que, a primeras horas de la madrugada dos parejas de jóvenes se sentaron frente al soportal en el que dormía para alargar la noche con animada charla y con risas. Dejé de escuchar la fuente; me pareció que se callaba para escuchar la conversación de aquellos cuatro jóvenes. ¿Guardará muchos secretos esta fuente?

Al alejarme de Salinas de Rosío pasé por otra fuente, cercana a la iglesia y a un antiguo hospital. Los caños y la pila están protegidos por un arco de piedra rematado en una estructura triangular, también de piedra, a modo de tejado. En esta fuente y en sus piedras se adivinan muchos años de historia, pero hoy se concentra más actividad junto a la más humilde fuente de la Plaza Mayor.

Pasé por Villamor y Villate para llegar a Perex. La fuente de Perex se apoya en un muro que cierra un patio sobre el que se ve la preciosa solana de una de las casas que rodean la plaza en la que está la fuente. Para cuando llegué a Perex el sol ya se había deshecho de las nubes y golpeaba fuerte; así que meter la nuca debajo del chorro de agua durante un buen rato y dar unos buenos tragos me refrescó lo suficiente como para seguir hasta la lobera, dar un rodeo para ir hasta San Pantaleón antes de llegar a Río de Losa y volver luego a este pueblo donde pasaría la cuarta y última noche de las que, durante este viaje, haría en Losa.

La fuente de Río de Losa domina el espacio que la circunda. Desde esa posición se muestra tan soberbia que hasta para poder beber exige algún esfuerzo al sediento, a no ser que metas los pies en el agua de sus pilones. Sus dos caños vierten el agua hacia el centro de cada uno de los anchos abrevaderos o pilones que se extienden a dos de los lados de la estructura cúbica de la que surgen.

El flujo abundante y constante de agua es motivo de orgullo para los de Río; “hasta hoy nunca se ha secado esta fuente”, me aseguran. Yo me hubie
se sumergido con ganas en su agua fresca y cristalina para librarme del sudor y del polvo del camino, pero una familia de Alonsotegi me ofreció el baño de su casa para darme una ducha; esa es una de las mejores ofertas que se le pueden hacer a un caminante acalorado y sudoroso, y de las que más se agradecen; así que preferí la ducha a la fuente antes de pasar la noche en el lugar que también me ofrecieron para dormir. Pensaba haber dormido en el pórtico de la iglesia, pero se encontraba cerrado y ya había hecho dos intentos para conseguir la llave sin dar con quien la guarda.

Las fuentes son anfitriones de sus pueblos; más aún cuando el abastecimiento de agua está asegurado en cada una de las casas. Por eso mismo las propias fuentes y su cuidado, además de revalorizar el pueblo, se pueden considerar como un presente que se hace al visitante. Yo como tal lo tomé en cada una de las fuentes de Losa en las que sacié mi sed o refresqué mi cuerpo. Gracias a todas ellas y a quienes las conservan.

(Jose Mari Gutiérrez Angulo. La Solana, dic. 2001)

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